COMPATIBLE. Benazir Bhutto, arquetipo de belleza asiática, ha sido educada para ser política y mujer. / REUTERS
MUNDO

La salvadora de la democracia

Benazir Bhutto, dos veces elegida y dos veces destituida como primera ministra de Pakistán, aparca la sombra de la corrupción para erigirse como única líder capaz de frenar la megalomanía de Musharraf

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A la hija de Oriente, como ella misma se bautiza en una autobiografía, le sientan mejor los aires de Occidente. La muerte persigue a Benazir Bhutto cada vez que pisa suelo de su tierra, Pakistán. En 1977 regresó a su país tras ocho años de formación universitaria en Estados Unidos y Reino Unido para ser testigo de cómo los militares derrocaban a su padre con un golpe de estado y lo ejecutaban dos años después. Se vio obligada a marchar al exilio. Volvió en 1985 para ver a su hermano perder la vida en un atentado. Tras un periodo victorioso y tortuoso al mismo tiempo que le llevó a dirigir el país como lo hizo su progenitor y dormir también mucho tiempo en la cárcel, huyó otra vez al extranjero. Ocho años y medio después, regresó en octubre pasado y fue recibida por un coche bomba contra su comitiva que costó la vida a casi 140 de sus compatriotas. Ella salvó la suya de forma milagrosa. Conocía el peligro. «Sé a lo que me arriesgo en mi país. Pero no tengo miedo a la muerte», manifestó días antes en Londres esta mujer orgullosa que no duda en compararse con la Reina de Inglaterra o Juana de Arco.

Accidente sospechoso

La 'princesita mimada' fue educada para gobernar. Nunca pudo dar la espalda a su sino, como explica en otro de sus libros ('Hija del destino'). La mayor de los descendientes de Zulfiqar Alí Bhutto -presidente (1971-1973) y primer ministro (1973-1977) finalmente ejecutado en la horca por el régimen castrense que le derrocó- rentabilizó toda su formación filosófica, política y económica en Harvard y Oxford para convertirse en la primera mujer en dirigir los designios de un país musulmán. Lo logró en el año 1988 después de atravesar un camino de funerales, persecuciones, estancias entre rejas -hasta seis años-, arrestos domiciliarios y exilios que fueron voluntarios o forzados.

Llegó al poder también de la mano de la muerte, siempre unida a ella. La del dictador Mohamed Zia ul Haq, el hombre que acabó con la vida de su padre y que perdió la suya en un accidente de helicóptero cuanto menos sospechoso. La caída del hombre fuerte de aquel Pakistán facilitó la celebración de elecciones y las urnas dieron su amplio apoyo al Partido Popular, de corriente socialdemócrata, que Benazir heredó de su progenitor y que encabezaba junto a su madre. Su mandato duró hasta 1990, cuando fue destituida bajo acusaciones de corrupción. Los siguientes comicios le dieron la espalda y se vio obligada a pasar a la oposición, para volver al Gobierno en 1993 y enfrentarse con la época más sangrienta del conflicto de Cachemira. El presidente la apartó del poder de nuevo en 1996 por su relación y la de su marido, el británico Asif Alí Zardari, con pagos ilegales por contratos gubernamentales.

Abandonó Pakistán bajo la amenaza de una investigación judicial, poco después de que el actual presidente, Pervez Musharraf, tomara el poder en el golpe de estado de 1999. En octubre, con 54 años, tras un exilio en Dubai y Londres y más de veinticinco años de un intento baldío de democratizar Pakistán, regresó gracias a un antes impensable acuerdo con el general, quien anuló todos los cargos contra su histórica enemiga y ahora interesadamente amiga.

La salvadora de la democracia, como la describen sus seguidores, fue la elegida por Estados Unidos y Gran Bretaña para dar equilibrio a la figura dictatorial de Musharraf. Es la pareja que la Casa Blanca pensaba que podría mantener el país en calma y a salvo de un Gobierno de corte fundamentalista. El Pacto de Reconciliación Nacional preveía incluso modificar la Constitución para que Bhutto fuera reelegida primera ministra por tercera vez. «Mi vida es el reflejo de Pakistán. Fue Pakistán quien me escogió», dice.