EL MAESTRO LIENDRE

Cuestión de imagen

Cuando pasó por la última edición de Alcances, lo adelantó como una anécdota. Desgraciadamente, un par de meses han bastado para elevarla a categoría. Luis Alegre -codirector de La silla de Fernando, el documental biográfico de Fernán Gómez construido sobre una entrevista en primer plano- lamentaba que «cuando paseábamos con él por la calle, la gente le miraba y decía: 'mira ese es el que grita a la mierda'». Es muy triste que una de las personalidades más influyentes de la Cultura de España en los últimos 80 años sea recordada por ese pequeño episodio».

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Si alguien tenía la sospecha de que el autor del documental pudiera exagerar, esta semana le ha servido para salir de dudas. La mezcla de consumidores con mentalidad internet, la multiplicación de canales de televisión y un público sobrecargado de imágenes ha creado una situación en la que la memoria colectiva sólo conserva lo impactante.

Vivimos a base de flashes que encasillan a cada persona, cada situación, es un golpe visual que sirve para conservar, entre toneladas de injusticia, la imagen pública de un episodio, de un protagonista. Para muchos, y especialmente para los que manejan las televisiones, Umbral es aquel hombre que venía «para hablar de su libro». El ahora desaparecido actor, director, escritor, guionista y académico hispanoargentino es, para el común de los espectadores, el pureta sieso que insultaba a gritos (mejor que nadie eso sí, porque nadie le ganó a talento verbal y vocal). Si echamos la vista atrás, resulta que creemos que ya no hay episodios racistas porque no vemos patadas en la cara retransmitidas desde un vagón de metro en riguroso diferido. Que ya no mueren niños ahogados en fango y hambre desde que Omaira cerró los suyos, agotada. Que la política internacional se resume al ¿por qué no te callas? y que ningún árbitro ha discutido con un juez de línea desde que Mejuto le pidió a un tal Rafa que no le jodiera. Funcionamos a base de golpes catódicos, de cañonazos de luz que nos hacen reparar en algo... hasta el fogonazo siguiente.



Orgía catódica



Que un renacentista de la escena, capaz de interpretar, dirigir y escribir algunos de los mejores pasajes del teatro y el cine en España durante los últimos 50 años pase al inconsciente colectivo como el de a la mierda sólo sirve para confirmarlo. No es ni más ni menos injusto que el resto de situaciones reducidas a escenas pasajeras, a vídeos de 20 segundos que han convertido nuestras cabezas en pequeños servidores de Youtube, llenas de las escenas más vistas de los últimos meses.

Las televisiones lo saben y se afanan en reunir a seres humanos en platós y casas transparentes a ver si se pelean, para tener así más imágenes impactantes (gritos, insultos, cates...) con los que alimentar a la plebe que ha convertido el sofá en rehabilitada butaca del Coliseo de Roma. Que saquen al siguiente cristiano; que salte otro gladiador; que aparezca otro sabio loco y enfadado. Con tal de mantener el circo en funcionamiento, si es preciso, se coloca a mujeres desesperadas (las de verdad) delante del acomplejado que le ha dado palizas durante los últimos meses.

Si el numerito de la reconciliación no funciona, siempre puede suceder que la mate un rato después de salir de la emisora de televisión. Así tendremos todos imágenes (¿en directo! ¿qué guay! ¿superchupi!) de los que horas después se van a convertir en víctima y asesino. Que nadie crea que es algo nuevo, accidental, imprevisible. Pasó hace muchos años con Ana Orantes (¿recuerdan? la quemó viva el cabrón de su marido) y ha vuelto a suceder esta semana, entre un caso y otro, hay otros tres o cuatro sucesos similares, pero el show deben continuar que decía Freddie Mercury.

Así las cosas, resulta previsible que algunos salvajes infiltrados en las nuevas generaciones de españoles no se conformen con hacer la mayor salvajada (de una paliza en Galicia a una violación en un instituto de Sevilla), además quieren retransmitirla para contribuir a la orgía colectiva de imágenes.

Podemos pensar que esos chavales están locos. Nosotros podemos seguir a lo nuestro: llegar al trabajo y gritar eso tan divertido de: «¿Has visto las imágenes?». «¿Qué fuerte!». Da igual de lo que sean.



Periodismo de Cádiz



La semana deja también una excusa para reconciliarse con los medios de comunicación, al menos los provinciales. El palmarés de los Premios Andalucía de Periodismo resucita una conversación de Arturo Pérez-Reverte, cuando presentaba una de sus primeras novelas en Cádiz y aún era, sólo, un reportero popular. Eran los primeros años 90 y el ahora multimillonario escritor esperaba a los periodistas en Los Italianos para hablarles de su nueva obra. Cuando llegaron los redactores (tres o cuatro divididos entre novatos y becarios), el escritor estaba leyendo los dos periódicos que se distribuían en la ciudad entonces. Sin que nadie le preguntase al respecto, empezó a detallar «la suerte que tenéis en Cádiz por tener estos dos periódicos. Llevo un buen rato leyéndolos y están muy bien de diseño, magníficos los titulares, las fotos me parecen más que decentes, los artículos de opinión que he leído están muy bien... hay muchas capitales de provincia con más habitantes que tienen un solo periódico y es infinitamente más pobre».

Los jóvenes periodistas citados no daban crédito. Como cualquier trabajador español normal, estaban acostumbrados a pensar que su empresa era una porquería fronteriza con el infierno. Que, de pronto, viniera alguien con una mirada nueva y autorizada a decir que los periódicos de Cádiz estaban por encima de la media era un impacto.

He recordado aquel inesperado mensaje durante esta semana, con los Premios Andalucía de Periodismo. De los cuatro galardones, tres están vinculados con la provincia. Uno para el grupo Joly, otro para la edición digital de LA VOZ y otra distinción para Jorge Zapata. El joven fotógrafo jerezano engrosa, además, una lista de grandes ojeadores de la provincia que ya le precedieron en el honor, como Morenatti y Rafa Marchante. Todos ellos tuvieron un paso fugaz por la prensa local para pasar a las agencias, paraíso de ubicuidad y lucimiento para foteros, no para redactores.

No es el primer año que sucede. Igual Pérez-Reverte tenía razón. Entre ediciones digitales, periódicos de pago y gratuitos, quizás los gaditanos tienen una oferta informativa que otras ciudades de similar población envidiarían. Puede que esté feo que se diga desde aquí pero tampoco está mal reivindicarse por una vez. Pese a los muchos mediocres que miran por su periódico en vez de por el interés de la ciudad; pese a los vanidosos; las sectas; la precariedad; la falta de credibilidad de algunos premios; pese a sesgos ideológicos (quizás leves en una prensa local más centrada en dar servicio); a los que añoran la caspa franquista y a los ejecutivos soberbios que pretenden reinventar cada día un oficio que desprecian e ignoran, igual los gaditanos tienen una tradición (casi con dos siglos de vida) de muchos y buenos medios de comunicación.

Los periódicos -afortunadamente algo incontrolables por ahora para los de la corbata- son un entretenimiento demasiado serio y necesario para dejarlo en manos de empresarios y periodistas. Puede que los de Cádiz no estén tan mal.