CUARTO DE PALABRAS

Tiempo libre

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Señor, soy Pablete, soy Lorena, soy Carli, soy Ana, soy David, soy María, y queremos quedarnos aquí. Así escrito no queda tan bonito como con esas letras irregulares con que los niños inventan la vida (en ese folio, la palabra Señor parece que tuviera bigotes, y se me representa un tobogán «queremos quedarnos aquí»). Es un lugar común que idealicemos los sitios. Ocurre con nuestra primera casa, siempre permanece en nuestra memoria. Personalmente, cada despertar, me parece ver el techo de vigas de madera de mi habitación de niño. Algo tienen las paredes que absorben pintura y complicidad. Leía días atrás las noticias sobre el edificio de la Aduana y (lejos del debate) caí en la idea que el hombre se enamora de los edificios; no son sólo unas piedras y un estilo (entre, verá como le evoca «Vuelva usted mañana»), si no que transmiten sensaciones y emociones, cuando no, sentimientos. Recuerdo, trabajando en el Archivo de Indias, que tuve una relación con aquel edificio. Su naturaleza cambiante, de Casa Lonja, tal como la concibió Herrera en sus trazas, a Archivo, me paseaba cada día por los siglos XVI, XVII, XVIII, era un mercader, un indiano...

En fin, también es un lugar común que sintamos esas sensaciones hacia los edificios que nos precedieron, pero hoy, colgado por un edificio grandullón y soso que nació en la transición, prediciendo un tiempo de libertad y (perdón por la cursilería) hecho para la felicidad, me paseo con añoranza por el XXI: La mar curte mucho y Tiempo Libre cierra sus puertas; los fantasmas que lo moran comenzarán sus frías vacaciones y El Resplandor recorrerá sus largos pasillos hacia otro resplandor, el del trasiego de obreros... Añoranza por las risas de los niños. Y aunque al cabo (hasta los fantasmas) se albergarán en un renovado y emblemático Tiempo Libre, hoy me siento Pablete, Lorena, Carli...