MAR ADENTRO

El último romano del barrio de Santa María

Pues a mí, perdonadme, me gusta Antonio Martínez Ares. Lo que no resulta incompatible con Antonio Martín ni con Pedro Romero, ni con Javier Ruibal ni con Jorge Drexler, a quien se aproxima en las últimas canciones que le oímos en solitario, cuando el pasado verano llenó con Alejo Martínez el patio de San Francisco.

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En el fondo, Antonio tendría que ser géminis como este país que le pega la bronca orgullosamente a Hugo Chávez mientras Navantia ultima un pedido para Venezuela. O que encarcela al facha que dejó parapléjico a Miwa pocas horas después de haber autorizado una manifestación contra la inmigración que le costó la vida a un quinceañero antifascista. El penitente del Nazareno al que un pasodoble contra el Papa le costó salir de la Hermandad. El ying del yang Zubiela. Ahí lo tenéis, claroscuro como el barroco y paradójico como Cádiz, donde nació en 1967: el último romano del barrio de Santa María, como a él le gusta definirse, pregonará los carnavales del año en que será definitivamente cuarentón, sucediendo en ese trono oral de San Antonio a Pasión Vega para quien compuso María se bebe las calles y con quien interpretó a dúo La canción del pirata, pero con la que quemó las naves el año pasado al negarse afortunadamente en vano a que ella cantase La Habanera de los ojos cerrados.

Fue entonces cuando el cantor de una ciudad con cañones por las esquinas que se emociona cuando ve llegar y zarpar el velamen de Elcano, desveló que, en el pasado, ya había recibido propuestas para pregonar su fiesta mayor: «Es tal responsabilidad y honor que hace dos años desde el Ayuntamiento de Cádiz, la alcaldesa, Teófila Martínez, quiso nombrarme pregonero y yo renuncié al nombramiento porque para mí es tan grande mi ciudad que consideré que haber estado cantando veinte años a mi tierra era el gran pregón de mi vida».

Martínez Ares, el pipiolo de Requiebro, que empezó cantándole al España-Malta y terminó besando la gloria con Los Miserables, La Ventolera, La Trinchera, Los Piratas y La Niña de mis Ojos, marcó una época del carnaval gaditano: oreó el desván del repertorio, encandilando a las niñas e imprimiéndole un cierto glamour de contemporaneidad a las formas y maneras un tanto anacrónicas del género carnavalesco que mejor defendió sobre la escena del Falla.

Entrenado de Paco Alba, la afición llora con nostalgia su ausencia. No es tal. Cualquier día vuelve con nuevos tipos y composiciones que alarguen la memoria popular de sus pócimas milagrosas, sus vagabundos de diseño y sus calabazas espantapájaros. Al menos, el pregón le volverá a reconciliar con su viejo público, contradictorio como él y tan gaditano por ello. Ni Cádiz ha olvidado a Martínez Ares ni Martínez Ares ha olvidado a Cádiz. Juegan a ser don Carnal y doña Cuaresma pero, en verdad-verdad, no pueden vivir el uno sin el otro. La ciudad echa de menos a su niño prodigio y el niño prodigio, que ya no lo es tanto, no puede echarla en falta porque la lleva encima. Y no ha dejado de cantarla, lejos de las cajas, del bombo y el pito: «El vaporcito del Puerto, / las gaviotas presumías, / un gitano que se muere / en la calle Jabonería. / Sólo creo en una patria, / una copla por La Viña. / Yo no beso más bandera / que los ojos de mi niña. / Religión, no tengo más religión / que tu risa, tus dolores. / Libertad, ¿dónde hay más libertad / que en la Plaza de las Flores?», le oigo entonarse disfrazado de cantautor.