LOS PELIGROS

Tirar el edificio de La Aduana

A la vista de la presencia en la prensa de los defensores de mantener el edificio de la actual Aduana, parece como si no existieran partidarios de su demolición porque, una vez que se ha llevado la polémica a una cuestión emocional, la de van a tirar «algo nuestro», son pocos los que se pronuncian contra ese sentimiento. No creo que aquí se dilucide un enfrentamiento entre partidarios de defender nuestro patrimonio contra quienes quieren destruirlo, sino distintos modelos de ciudad. O, si se quiere ser más modestamente exactos, modelos de urbanizar la entrada y salida marítima de la ciudad. Desde el respeto que me merecen quienes han sido capaces de organizar su opinión, introduciendo una activación del debate ciudadano que tanta falta hace en Cádiz, creo que es mejor tirar ese edificio. Se trata de elegir qué valor es más importante y qué ciudad preferimos. Por la misma razón, salvando las distancias artísticas, en Cádiz se han tirado edificios del caserío antiguo para descubrir el lienzo de la muralla árabe o el Teatro romano, sin que esos derribos fueran considerados un crimen contra el patrimonio.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El edificio de la Aduana no está catalogado con ninguna protección. Incluso sus defensores se refieren al mismo con términos tan artísticamente subjetivos como elegante, armónico o evocador, además de noble en sus materiales, que ya dan medida de lo limitado de su defensa. Ni siquiera es especialmente original, pues su fachada copia, con alguna adaptación «gaditana», la de la Aduana vieja de Bilbao, sólo que ésta es de la segunda mitad del siglo XVIII, y ya han construido allí una nueva, con diez mil m2 de espacio propio en los muelles. El edificio oculta, desde que se inauguró en 1959, la fachada antigua de la estación de trenes, con más de cien años y no menos patrimonio emocional de los gaditanos. También la Catedral Nueva estaba tapada por innumerables casas y se derribaron, en el siglo XIX, manzanas enteras para dar esplendor a su vista. O se recuerda cómo la alcaldía de Carlos Díaz consiguió eliminar el horrendo aparcamiento en el frontal de esa Catedral para hacerla peatonal y obtener la actual plaza que le da la grandeza que merece, a semejanza de los zócalos o plazas abiertas americanas, con cuyas catedrales se relaciona la arquitectura de la nuestra. Esa plaza no era históricamente así pero los derribos terminaron de darle su sentido.

El proyecto de reurbanización de la plaza Sevilla, una vez desechados los pisos previstos en principio e incluida una estación de autobuses, pretende convertirse en la puerta de las comunicaciones de la ciudad. Una puerta que, por su historia, quiere mirar de frente al mar. Es ese concepto de apertura, abstracto pero íntimamente unido a nuestra historia, lo que simboliza esa gran plaza abierta que despejan el muelle, la estación y las murallas. Un espacio abierto entorpecido por un edificio de cuestionable mérito. Naturalmente, es difícil cuantificar los beneficios de esa apertura.

Sorprende que tres de las seis razones del Manifiesto en Defensa de la Aduana, se refieran al hotel que va a construirse sobre la estación, al que se califica de «feo y despersonalizado». Sobre su altura y estilo, se olvida que esa plaza debe ser zona de transición entre el casco antiguo y Extramuros, y por tanto admisible (y creo que necesaria) cierta innovación arquitectónica. Es esto lo que parece rechazarse, porque se da la alternativa de convertir la Aduana en «hotel singular» en sustitución del nuevo, lo que, por otra parte, anula el argumento del gasto que se ahorraría en trasladar las dependencias de los servicios de aduanas necesitados, en ese caso, también de un nuevo edificio.

Al final, como vemos, parece que el debate se reduce a una cuestión de gustos y de cercanía emocional al edificio. A mí, el edificio no me gusta por grandilocuente y falsario y, emocionalmente, estoy más cerca de la vieja estación, aunque su fachada sea pequeña y modesta, por lo que la llegada del tren supuso, en su momento, para esta ciudad. Ahora, que es tan necesario revitalizarla, me gustaría que volviera a verse así de diáfana.