ANDALUCÍA

Sin acritud

Aunque lo más destacado del día de ayer, y de toda la semana en curso, de todo el mes de octubre, sucedió en Madrid con la lectura (resumida) de la sentencia por parte de presidente del tribunal que ha juzgado a los implicados en el 11-M, Javier Gómez Bermúdez, en Andalucía tenemos algunas perlas de considerable tamaño.

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Con dos nombres propios: el del eurodiputado del PP, Alejo Vidal-Quadras, y el del director general de Asuntos Religiosos durante los go-biernos de Aznar, Alberto de la Hera. Ambos, los dos presuntos notables, calificaron a Blas Infante, el andaluz más distinguido por el actual y el anterior Estatuto de Autonomía, como «cretino integral», «payaso», «subnormal profundo», y «uno de los tontos más grandes de Europa».

Al tal Vidal-Quadras ya lo conocíamos por su irrefrenable tendencia al reduccionismo más fascista y nauseabundo, y al tal De la Hera, del que no teníamos ninguna noticia, ya sabemos algo de él: que deberían encerrarlo en una perrera rápidamente y vacunarlo contra la rabia.

Escrito quede sin acritud porque tampoco se trata de perder la calma por esa pareja pastoril tan pintoresca y grotesca.

Pero, en cualquier caso, hay que sostener que, al margen del rechazo más contundente que merece el dúo de sobre actuantes sin fortuna, es responsabilidad de los representantes políticos, muy especialmente de los dirigentes del PP, hacer respetar a esta tierra de torquemadas ridículos y mentes enfermizas que son y lucen los descerebrados citados.

Un PP, por supuesto, que no se merece que tales sujetos los pueda representar ante ninguna institución ni instancia posible.

Se podría decir algo más: mientras ambos sujetos no estén separados definitivamente de la disciplina de los populares, cualquier ciudadano andaluz estará legitimado para expresar una y mil veces el rechazo que le merece la parejita de individuos de disfunciones mentales tan notables.

Decía Heráclito que la cretinez se mide exclusivamente por el ruido y nunca por los silencios.

Pero se podría añadir que, además, por el olor tan sumamente desagradable que parejita tan enternecedora despide.