ANÁLISIS

Un tango

Enrique Santos Discépolo definió el tango como «un pensamiento triste que se baila». Los políticos argentinos han convertido el país en una enorme sala de baile en la que los ricos y los farsantes entretienen a los pobres. Yo creía que que el tango era una canción de amor en la que uno acababa humillado por la vida, las grandes zancadas me parecían como una huida con precaución. Pero ni los ricos ni la música han conseguido distraer a este país de sus preocupaciones y miseria. El tango es la música que le acompaña en su decadencia machista, en la que la mujer es arrojada o recogida para finalmente tumbarla. Las madres de mayo. En las últimas décadas Argentina se empeñó en desembarazarse de sus hijos: los convirtió en emigrantes o arrojó al mar. Hay un todo a media luz que puede emboscar a chorizos y emputecer el pueblo llano. Fanés y descangallá. Sus dirigentes corruptos han equilibrado siempre las cuentas con la poesía y el hambre de los pobres. El quejido es general y se baila a ritmo de bandoneón en los últimos rincones del país. Recordaba un colega argentino que Buenos Aires, Córdoba y otras capitales están rodeadas por barriadas míseras, que cincuenta niños mueren diariamente por causas evitables y que la pobreza supera al 30% de la población. La agonía es larga, pero la cadencia del tango hace que parezca natural. La cobardía encadenó, una tras otra, leyes de punto final -hasta Kirchner- que han salvado a los tratantes de humanos y la tragedia siempre tuvo un componente de espectáculo entre los farsantes. También como parte del tango: «me amuraste en lo mejor de mi vida, dejándome el alma herida y espina en mi corazón».

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Cuando uno no puede recuperar a sus muertos se refugia en la nostalgia. También, para distraerse, puede dejarse mecer en manos de payasos, generales golpistas, gobiernos corruptos y políticos farsantes. Sólo la derrota de las Malvinas devolvió a los generales a sus casas, pero a los ineptos no los ha devuelto nadie. En 1999, el peronista Carlos Saul Menem ganó las elecciones. El payaso se volvió ilusionista y repitió el engaño al pueblo (yira, yira). Nada por aquí, nada por allá: vendió armas a Ecuador y hundió a la política en el mayor de sus descréditos; condenado junto a su cuñado y testaferro, tejió en torno a sí una tupida tela de araña donde la honradez prendió sus patas. El diario más antiguo del país, 'La Nación', se refirió a él como a «un Al Capone con banda presidencial y bastón de mando». Le apoyaba Maradona. El jugador también ha mostrado su apoyo a la favorita Cristina Fernández de Kirchner. Los devuelven a la democracia conyugal. Isabelita y Perón, Calisto y Melibea... A los argentinos les va el folletín justicialista y trágico. Y de nuevo con la Kirchner a media luz los dos y todo el mundo a ciegas.

«No tome más y cuénteme una historia del tiempo aquel en que su amor vivía, que yo, otra vez, sentadita en sus rodillas, lo escucharé quietita y sin hablar».