El maestro liendre

Historia de una patada

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Cuando toda una semana ha quedado marcada por una sola conversación, resulta inevitable preguntar qué tenía el asunto para llamar la atención de tanta gente durante tanto tiempo. Para explicarlo, parece insuficiente que esté lleno de brutalidad, puesto que los informativos emiten a diario escenas mucho más violentas. Un veterano periodista andaluz, criado en la fecunda cantera de Diario 16, explicaba esta semana, en privado, una teoría que, al menos, merece un par de vueltas. Según su hipótesis, cuando contemplamos al repugnante macarra peganiñas «no estamos viendo unas imágenes, estamos ante un espejo y ya se sabe que nunca nos cansamos de mirarnos».

Lo cierto es que –con todos los riesgos que tiene comparar– parece que los 25 segundos más repetidos de la televisión de España tienen la virtud desgarradora de mostrarnos como somos, aquí y ahora. Ofrecen una violencia gratuita, indiscriminada, dirigida contra el más débil e inocente (hasta sentada estaba, por Dios), precisamente por ser la presa más fácil. En los tres actores del repugnante episodio, nos reconocemos todos y, sobre todo, confirmamos teorías que cada cual barruntaba en solitario hace tiempo y que, de pronto, se ponen en común.

Tres personajes

Respecto al estelar Sergi Xavier sólo cabe esperar que su perversidad le lleve a la ruina personal que lleva escrita en la cara. Es un chulito de manual, con voz nasal y todo. Como única aportación positiva, el gran necio confirma que la maldad, la agresividad, es una de las más simples formas de la estupidez. «Acabará tirado en un callejón» han llegado a decir de él. Da pena, según los correctos, pero a muchos nos da sólo asco. Para ser tan cruel hay que ser muy corto. Para ofrecer la cara tan alegremente (en las cárceles hay algunos hispanoamericanos) hay que tener estrechas las entendederas.

El personaje clave es la víctima. Personifica a esos receptores de golpes verbales o físicos de los que llegan enfadados a casa desde el trabajo, o al trabajo desde casa. Curiosamente, es un hombre el que golpea brutalmente a una mujer, a una menor. Los paralelismos con lo que ustedes quieran están servidos. El fuerte contra el débil. Nadie ha sabido protegerla, ni la Policía, ni la Justicia, ni los medios (ya podrían haberla tapado, o reducir las mil emisiones de la imagen, que luego largamos de Internet).

El tercer participante, el que no ha hablado, es el testigo inmóvil. Algunos medios le han criticado. Han escrito que sus vecinos le increpan por la calle, le llaman cobarde. Pero ese chaval, también suramericano, sí que nos representa a todos. Representa a la Policía que prefiere no parar a los macarras para evitar problemas. Representa a los ciudadanos que no nos atrevemos a pegarle una voz al que corre con una moto por una calle peatonal. Representa a los que nos callamos ante los abusos en el trabajo. Frente a las burlas al más débil; a los que no median en una discusión, no vaya a ser que acaben como el chaval de Valencia; a los que no ponen en su sitio a los que se saltan un semáforo con gente cruzando; a los que se ríen porque el cambio climático sólo afectará a sus nietos; a los que piensan que nunca ocuparán una patera y que Irak está muy lejos.

Ese adolescente aterrorizado que aleja la mirada del agresor y la agresión representa a los asustados, que en las ciudades de la mitad rica del mundo somos casi todos. «Son jaulas de miedo», dijo Galeano en su multitudinario paso por la Diputación Provincial

Tres ‘males nuevos’

Respecto a cualquier agresión de cualquier bastardo a cualquier inocente en cualquier época, en cualquier lugar, sólo hay algunas diferencias. El resto, es igual que siempre, lo que no debe justificar que se siga admitiendo, que se tolere ni una más.

La motivación parece racista. La España de los nuevos ricos ya tiene los mismos males que Europa. El extranjero ya es una amenaza que viene a robar bienestar.

Respecto a los medios de comunicación, nadie puede fiarse ya de ellos. Parecía que daban publicidad a una brutalidad para denunciarla, que eran útiles y justos por una vez. Al final, resultó que buscaban un personaje más, esta vez en la realidad, para alimentarse unos días. Están gobernados por directivos anfetamínicos que no reparan en nada por tal de dar más, aunque sea pura mierda, aunque sea a costa de beneficiar a una bestia. Lo que sea, como sea, para llamar la atención.

Por último, las justificaciones tan habituales de una generación en la picota. Que si iba borracho, que si drogado... cualquiera se ha emborrachado varias veces y, si no llevas basura dentro, acabas hablando de más o cantando, como mucho. Las drogas sólo sacan lo que cada cual lleva dentro. Pueden ser una mecha, pero nunca son el explosivo. Lo de la familia «desestructurada» es otra milonga. El último premio Nobel de Química perdió a sus padres con dos años y comió de la basura durante meses para subsistir. Luchó. Salió. Otros nacen en la abundancia y acaban dando patadas a una niña sentada en un tren. Estamos todos confundidos y acojonados.