SIN SUERTE. Lobos conduce el balón. / ALBERTO CARRILLO
Cádiz C.F.

Frustrados

El Cádiz juega sus mejores minutos de la temporada pero pierde en Elche con un gol de Alberto en el 95 Las justas expulsiones de Fleurquin y Cristian y la inoperancia en ataque conducen a una nueva derrota

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Frustración. Pena. Desesperación. Son las sensaciones que despierta el Cádiz entre su afición, las palabras que azotan el corazón de cualquier cadista. El equipo amarillo cayó en Elche en el minuto 96, con dos hombres menos sobre el campo y con el tiempo de prolongación superado. No jugó mal, el conjunto local rozó a veces el ridículo y los de Calderón dominaron el balón la mayor parte del duelo. Todos corrieron, lucharon, se entregaron, agotaron sus fuerzas,... pero ni por esas.

Este Cádiz está abocado al desastre. Es fiel exponente de la ley de Murphy, pues todo lo es susceptible de empeorar termina haciéndolo. El club de Carranza se desangra y ya es imposible cortar la hemorragia. Parece que hay que amputar.

Sin suerte

Ayer la fortuna daría la espalda, pero también Fleurquin metió la pata y Cristian la mano para arrebatar de un golpe todas las esperanzas de victoria. La alineación de un equipo descabezado, sin delanteros y con algunos futbolistas que nunca han merecido vestir de amarillo, harían el resto. Son muchos factores, y quizás el árbitro tuviera una cierta influencia. Pero ya son seis derrotas (dos con Calderón), casi dos meses sin ganar, ocho puntos en diez jornadas, a un paso de entrar en descenso, crisis económica, y para ya de contar. Alguna cosa ha de fallar, ¿no?

El técnico gaditano configuró un equipo para empatar que esuvo más cerca de ganar y volvió a perder, como siempre. En los primeros compases, cedía el cuero a su enemigo y se parapetaba atrás con cuatro defensas y tres medio centros defensivos. Salvo un error inicial de Paz que desaprovechaba Luna, los franjiverdes chocaban continuamente con la muralla gaditana.

Esta apuesta tan extremadamente defensiva tenía su daño colateral. La capacidad ofensiva era nula. Los amarillos no daban sensación de peligro, pues con Paoni y Lobos por banda el término profundidad no asomaba por el diccionario cadista. Nano corría más que en los últimos dos años pero un tanto desorientado, sin brújula.

Cambio de papeles

Pero la desesperación local cambiaba las tornas. Vidal le daba la pelota a los cadistas, buscando el contragolpe, y se encontró con que la impericia no es absoluta. El Cádiz tocaba bien la bola, triangulaba con velocidad aunque nadaba para morir en la orilla porque no había rematador. Los jugadores alcanzaban la confianza necesaria e imponían su autoridad firmando sus mejores minutos de la temporada. Lástima que Paz incurriera en fuera de juego en un remate que acababa en gol justamente anulado, al filo del descanso.

El ecuador ofrecía motivos para la esperanza. La escuadra visitante había adquirido la solidez suficiente para aspirar a algo más que una derrota. El entrenador se reservaba la artillería para la última media hora.

Pero el fútbol no respeta guión alguno. Siempre sorprende. Es lo que le engrandece. El Cádiz apretaba nada más saltar del vestuario y De la Cuesta no remachaba una buena acción de estrategia.

Y el colegiado tomaba la escena. En el 53, expulsaba a Fleurquin por una falta innecesaria en terreno ilicitano. No daba tiempo a reaccionar. Las tarjetas volaban. El árbitro enmendaba el estropicio y dos minutos después mandaba a la ducha al local Miguel por una supuesta agresión a Rivas.

Se nivelaban las fuerzas y surgían los espacios. El ultradefensivo Calderón se convertía ahora en el hombre más ambicioso e introducía a Gustavo López y Enrique. Apuesta ganadora, con una salvedad. No existía rematador para premiar el juego por las alas.

De todas maneras, el duelo había adquirido un marado acento gaditano. Sólo faltaba el gol, que no es poco.

Y sucedía lo inexplicable. En una jugada infantil, Cristian golpeaba el esférico con la mano y se hacía merecedor de su segunda amarilla. Con nueve sobre el campo, Calderón y los suyos se encargaban únicamente de guardar ese punto (de inflexión) como oro en paño.

Los últimos veinte minutos se convertían en un asedio ilicitano, que seguía careciendo de punch por la falta de remate. Tan sólo Contreras facilitaba su mejor ocasión con una mala salida en un balón aéreo, pero De la Cuesta aguardaba bajo palos para despejar el balón.

El árbitro descontaría cinco minutos, y los locales se volcaban en busca del gol. El partido moría. La recompensa sería suficiente. Pero un balón colgado lo convertía Alberto en gol. En el 96. Y todos por los suelos. Portero, jugadores, aficionados y, por supuesto, el nombre del Cádiz, que ya no puede estar más abajo. Y quedan 36 jornadas.¿Eso es bueno o malo?