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El 'crack' de la calle

Su imagen edulcorada y siempre formal esconde a un tipo criado en los suburbios

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Hamilton no defrauda. Detrás de ese aspecto caramelizado, edulcorado por las formalidades británicas, por el estilo de la casa madre, se esconde un tipo terriblemente competitivo que detesta perder. No hay que hurgar en la herida para que Fernando Alonso reconozca que su adversario, compañero y campeón del mundo es un piloto fantástico. Llegarán después los reproches, la advertencia de su sintonía semi-espiritual con Ron Dennis y demás añagazas. Pero el bosque de la polémica no esconde la realidad. Hamilton es muy bueno.

Iba camino de ser primer campeón del mundo en el año de su debut, el más precoz en la consecución del título, el primer piloto negro de la historia de la F1. Hamilton tiene una flor en su disco duro. Suele sacar provecho de casi todo aquello que toca. Le viene de los genes del abuelo, Davidson, el más rápido conductor de autobuses escolares de la isla de Granada.

Lo hace ahora en la Fórmula 1, con sesiones que nunca terminan en el simulador de McLaren. Un artefacto único, al que los ingenieros de la Fórmula 1 no son capaces de poner una cifra en valor de mercado. Y lo hizo en sus orígenes, cuando era un chaval de un suburbio obrero al norte de Londres, Tewin Wood, abatido por la temprana separación de sus padres (tenía dos años) y por las chanzas de sus compañeros de clase, que se burlaban de su aspecto de alfeñique.

A tono con la inversión de las tendencias en la Fórmula 1, Hamilton proviene de la calle, de un barrio sin comodidades donde trabajaba su padre, el ahora mediático Anthony. Un tipo que se ha hecho popular y firmó tantos autógrafos como Beckham en el Gran Premio de Inglaterra después de una vida en las estaciones de ferrocarril y de una cierta prosperidad con la empresa de servicios informáticos que montó cuando su hijo ya empezaba a despuntar en la Fórmula 1.