MEMORIAS DE LA FRONTERA

El crimen como una de las bellas artes

En una época en la que el genocidio sigue siendo demasiado a menudo equiparado al heroísmo, no está de más recobrar el espíritu del viejo Thomas de Quincey, algo más que un solitario con ácido lisérgico en lugar de tinta. En su ensayo Del asesinato concebido como una de las bellas artes, arremetía contra la hipocresía de un tiempo en el que convivían Jack El Destripador y los ejércitos imperiales de la reina Victoria. Así que no extraña que diferenciara entre un asesinato visto desde su lado moral o desde el punto de vista estético: «La gente empieza a darse cuenta de que en la composición de un bello crimen intervienen algo más que dos imbéciles, uno que mata y otro que es asesinado, un cuchillo, una bolsa y una callejuela oscura. Un designio, señores, la agrupación de las figuras, luz y sombra, poesía, sentimiento, se consideran ahora indispensables para intentos de esta naturaleza», escribía con grandes dosis de sal gorda.

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Quincey arremetía contra los moralistas que se rompen las vestiduras cuando alguien les desenmascara con la ironía: «Estoy y estaré siempre a favor de la moral y de la virtud y de todo eso, y afirmo y afirmaré siempre (pase lo que pase) que el asesinato es una forma de actuar impropia, altamente inadecuada, y no me importa decir que todo hombre que interviene en un asesinato tiene un modo de pensar muy incorrecto y unos principios muy erróneos (...) Pues si un hombre se deja tentar por un asesinato, poco después piensa que el robo no tiene importancia, y del robo pasa a la bebida y a no respetar los sábados, y de esto pasa a la negligencia de los modales y al abandono de sus deberes. Una vez empezada esta marcha cuesta abajo, no se sabe nunca dónde hay que pararse. Muchos hombres han iniciado su ruina al cometer un asesinato de un tipo u otro, que en ese momento creyeron que no tenía la menor importancia».

En gran medida, ese es el espíritu que imperaba en las primeras jornadas sobre Arte y Crimen que se convocaron el pasado año por parte de la Universidad, bajo la idea de la fascinación. Y que ahora vuelven a convocarse en la Diputación, entre el 24 y el 26 de octubre de 2007, con la presencia de conocidos criminales y artistas como Juan Terradillos, Rafael Marín, Richard Clemison, Francisco Vázquez, Óscar Lobato, Esther Hava, Luis Fernando Niño, Carlota Subiros, Javier Rioyo o Javier Krahe. Entre sus reflexiones, se incluirán los delitos sexuales, la prostitución y la criminalización de la homosexualidad: «La idea de vincular arte y crimen en un espacio de pensamiento y diálogo no nace de las sospechas de relación entre ambos mundos, sino de las evidencias, manifestadas éstas al menos en dos vertientes: la fascinación que al artista provoca el hecho criminal y la conmoción que en el público produce la obra de arte inspirada en el crimen. Surge pues de una interlocución necesaria y la desenvuelve en otra interlocución, recíproca entre los autores y compleja entre éstos y la expresión artística. Arte y Crimen, estética y ciencia, creadores y científicos, creación y destrucción, en un proyecto concebido al calor de la sorpresa, la emoción y el rigor», proponen los inquietos profesores Luis Manuel Ruiz y María Jesús Ruiz, padres de la criatura. Como coartada, han fichado nada menos que a aquel Charles Baudelaire que, en Las flores del mal, describía una escena criminal que haría las delicias del CSI: «En una alcoba tibia como en un invernadero/, donde el aire es peligroso y fatal,/ donde lánguidas flores en sus ataúdes de cristal exhalan su suspiro postrero,/ un cadáver sin cabeza derrama, como un río,/ en la almohada empapada, una sangre roja y viva ». Estoy seguro de que el asesino no es el mayordomo del Palacio Provincial.