LA GLORIETA

Salvajes

El horror de la perrera de Puerto Real, como han venido a denominar el supuesto sacrificio sistemático de perros y gatos mediante un proceso que propicia una muerte lenta y agónica a los animales, me ha llevado a tener una conversación con el único pequeño que se ha negado a abandonar el nido de mi familia: mi perro Ciro o mejor dicho el can consentidísimo de mi padre. Le he preguntado qué opinión le merecen los humanos y si realmente somos tan salvajes como algunas veces nos mostramos. Salvo una sucesión de lengüetazos en mis mejillas y un mohín perfectamente aprendido para obtener comida de manera rápida -eso sí que es inteligente-, sus ojos no han sabido transmitirme más que el cariño incondicional que nos lleva demostrando desde que hace diez años se quedó, para no irse nunca, en mi casa.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

A falta de respuestas verbales, me dediqué a observarlo detenidamente y llegué a la conclusión de que Ciro no le había tocado, por gusto, las narices a ningún compañero de cuatro patas; no había agredido a ningún semejante salvo la vez que se defendió del ataque de uno más grande al que pretendió quitarle un hueso; ni tampoco había engañado, explotado o amenazado a ningún perrito de dimensiones más pequeñas o menos poderosas que las suyas.

Es cierto que tampoco ha ganado un premio Nobel por concebir un remedio, ni sabe cuál es la fórmula que ha forrado a la compañía Coca-Cola. Dudo mucho que se haya instruido en alguna materia que no sea aquella que le ayuda a diferenciar el pienso común del pollo cocinado por mi querido padre, ni que logre descubrir algún día el mayor de los enigmas. Pero sólo utiliza la violencia cuando la defensa propia es su única salida. ¿Os imagináis si el humano se aplicara este cuento?