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El litoral de Cádiz: ¡Aprovechemos sus singularidades!

gregorio gómez pina
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Hace un año acepté la invitación para escribir en el especial de ‘LAVOZ 10 años’, en el que se me pedía que diera mi opinión sobre la provincia de Cádiz, como ‘foráneo’ (soy nacido en Cartagena), ya afincado en la provincia, destacando sus retos y oportunidades. Tras volver unos días de vacaciones de mi querido Cabo de Palos, y haber tenido que atravesar La Manga del Mar Menor –algo que evito en verano–, me vino a la memoria, con tristeza, lo singular que era ese paraje: una amplia lengua de arena, entre dos mares, incluso con una duna de las dimensiones de la de Bolonia –el Monte Blanco le llamábamos–, ocupada, desde los 70, por edificios de dudoso gusto. ¡Qué lástima que no hubiese tenido un desarrollo más respetuoso con su entorno!

Al final me decidí por tratar algo relacionado con mi trabajo, que no es otra cosa que la Ingeniería y la gestión de la Costa, a la que me he dedicado durante muchos años, y centré mi artículo en las características tan singulares que tenía la costa de Tarifa, que supo darle la vuelta al viento de levante, para convertirla en el foco de atención europeo de las tablas de vela. Me preguntaba en qué lugar del mundo se podía ver un continente desde otro, y la unión de un mar y un océano, y además con una temperatura ideal. Ponía el ejemplo del gran negocio de los noruegos con el Cabo Norte, en el que sólo se ve el mar, con ocho meses a 12 bajo cero. Y sin embargo, aquí, en el punto más al sur de Europa, teníamos la Isla de las Palomas, cerrada al turismo y dedicada a otros fines.

Ahora quisiera extender aquel artículo al resto de la costa y hablar sobre otras singularidades que deberían ser aprovechadas en el litoral de Cádiz.

Aunque todo es mejorable, no es exagerado afirmar que, en su conjunto, el gaditano es posiblemente uno de los litorales mejor conservados de España, para el porcentaje tan altísimo de días de sol con el que cuenta. ¿Qué causas han llevado a esa relativamente alta conservación de este variado litoral con extensas playas de arenas finas y doradas, dunas –fijas y móviles–, acantilados, estuarios, humedales y lagunas costeras, esteros, salinas, caños, corrales de pesca y demás elementos que conforman su costa, sometida a un elemento que le añade una impronta especial: su alta carrera de marea de casi cuatro metros, que cada seis horas hace cambiar el paisaje litoral, algo nuevo para los que vienen del Mediterráneo?

Podemos decir que este litoral se salvó en parte de la especulación urbanística de los 70-80, por su uso militar, incluida la Base Naval de Rota. La aplicación de la Ley de Costas de 1988, con rigurosidad en sus deslindes, hizo que se salvaguardasen zonas de dominio público marítimo terrestre (d.p.m.t), gracias a la cual hoy existen todavía algunas playas prácticamente vírgenes, como Castilnovo o la misma Bolonia, verdaderos atractivos para un turismo que huye del modelo de masificación del Mediterráneo. Conviene no olvidar que el d.p.m.t. –gestionado por el Gobierno Central– es solo una relativamente pequeña franja de protección del litoral, y que a partir de ahí interviene el Urbanismo –gestionado por la Comunidad Autónoma y los Ayuntamientos–, y es ahí donde se decide si se quiere o no un litoral masificado. Sirva de buen ejemplo, en mi opinión, la decisión que tuvo en su día el Ayuntamiento de Conil, de ampliar la zona de servidumbre de protección en la Playa de Castilnovo, de 100 metros a 200, para convertirla en una de las pocas playas cercanas a un núcleo poblacional, en donde no existe ni un solo edificio, sólo el resto de la torre que da nombre a esa playa, que la convierte en paraje singular y atractivo. El otorgamiento de diversas figuras de protección, como Reservas y Parques Naturales, ha permitido que el litoral gaditano tenga un grado de conservación, en general, superior al del resto de la costa española y eso es algo que hay que valorar.

¿Y qué decir del patrimonio etnográfico ubicado en nuestro litoral, de sus castillos, baluartes, murallas, fuertes, molinos, faros, corrales de pesca, salinas tradicionales,…? En algunos, la Demarcación de Costas ha realizado restauraciones importantes, como el Castillo de la isla de Sancti-Petri, un lugar mítico; los molinos del Caño Herrera y del Zaporito, en San Fernando; el Molino del Caño, en El Puerto de Santa María; o el Castillo de San Sebastián en Cádiz, por nombrar los más relevantes.

Algún faro, como el de Chipiona, el más alto de España, se ha abierto al público, y constituye una atracción turística importante ofertada por el Ayuntamiento de Chipiona, que sí que ha sabido aprovechar esa singularidad, proporcionando una perspectiva inolvidable desde su torre, con los corrales de pesca abajo, cambiantes con la marea, y en la lejanía el islote de Salmedina, la broa del Guadalquivir y el Coto de Doñana. ¿Se puede olvidar esa visita, pregunto? ¿Cuántos de ustedes, queridos lectores, han estado allí? Otros países, como Bélgica, viven turísticamente la reconstrucción de la Batalla de Waterloo, mientras que en Cádiz disponemos del impresionante tómbolo de Trafalgar, con su precioso faro incluido y en donde podría habérsele dado otra proyección, por la importancia histórica de aquella batalla y el enclave litoral en que se encuentra. Me da la impresión de que muchos visitantes –sobre todo los más jóvenes– habrán conocido antes las ‘historias’ de los lugares de marcha de los Caños de Meca, colindantes con el enclave histórico del que les he hablado.

Reflexionemos un poco y aprovechemos las singularidades que nos ofrece nuestro litoral gaditano, habida cuenta de lo que nos ha enseñado la ‘crisis del ladrillo’, para ofrecérselo a un turismo nuevo, que además de sol y playa –que aquí tenemos–, va buscando ya otras cosas. Y para nosotros, que vivimos aquí, también, pues en gran medida, lo desconocemos. Porque se lo dice un cartagenero, que ha dado ya bastantes vueltas: ¡Cádiz is different, pissha!

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