Historias paranormales de Málaga

José Manuel García Bautista

En la más hermosa casa señorial de la por aquel entonces Calle Salvago, habitaba una ilustre familia malagueña en las postrimerías del siglo XVIII. Allí se iban a focalizar fenómenos sin ninguna explicación.

Dicho núcleo familiar tenía a su servicio a un mayordomo de avanzada edad que dormía en una habitación junto a la puerta principal. Una noche, el anciano escuchó unos extraños ruidos al otro lado del portón.

Cuando el hombre se acercó en silencio, descubrió que algún ratero pretendía hacer un orificio por donde cupiera su mano, para así descorrer el cerrojo de entrada al edificio. El mayordomo marchó a su habitación para coger una soga muy fina.

A los pocos minutos el orificio estuvo terminado, y el ladrón introdujo el brazo. El anciano aprovechó la ocasión para pasar la cuerda alrededor de la mano, haciendo un nudo que ató muy fuerte a un hierro. El visitante furtivo se vio indefenso, sin poder sacar la mano, y sin poder introducir la otra para desatarse. En un primer momento se notaron las convulsiones obvias de quien intenta escapar, pero después la mano quedó inerte y se hizo el silencio.

Cuando la luz comenzaba a llenar tímidamente el firmamento de la mañana, el mayordomo contó a su señor lo sucedido. Al abrir la puerta vieron un horrible espectáculo. Aquella mano pertenecía a un hombre al cual le habían cortado la cabeza, y que aparecía semidesnudo. Las autoridades nunca resolvieron el crimen, ni se supo realmente lo que allí ocurrió, aunque se barajó la hipótesis de que el ladrón hubiera estado acompañado por otros cómplices, los cuales lo decapitaron para que no se reconociera quién era, y de esa manera no se les relacionara.

Pero muchos se preguntaron: ¿quién era capaz de decapitar a una persona por un motivo semejante? ¿De qué manera habían cortado su cabeza sin que gritara desconsoladamente y de una forma tan limpia?

Otra historia inexplicable

Una mañana de Julio del año 1645, se formó un gran revuelo en la casa de Catalina Vejarano, ubicada en la Calle Pozos Dulces, ya que una señora que intentaba sacar agua del pozo, que la dueña cedía amablemente a sus conciudadanos, se veía impedida por el peso que parecía tener el cubo. Aunque fueron varios los hombres que tiraron fuertemente, y a la vez, de la cuerda, no lograron moverla. Llegó al momento Catalina y, ante el asombro de todos, tomó la cuerda y subió el cubo sin ningún esfuerzo. Pero en su interior no había agua, sino un lienzo enrollado. Descubrieron que era una imagen de la Virgen María. Fue tal la devoción que se creó en torno a la pintura, que Catalina erigió un pequeño y humilde retablo con el lienzo en el exterior de su casa.

Pasó el tiempo y Catalina se casó, naciendo un hijo del matrimonio. Éste, cuando fue adulto, decidió seguir su vocación de soldado, alistándose para combatir en Portugal. Pasaron dos años sin que se supiera nada del muchacho, lo que supuso para Catalina un duro golpe, quién lo daba casi por muerto.

Una noche se arrodilló como era costumbre ante la imagen de la Virgen, y le rogó por el alma de su hijo, para que regresara con vida del combate. De pronto quedaron sus ojos fijos en el cuadro del retablo, y un grito ascendió a los labios de la mujer. La imagen de la Virgen había desaparecido para dar paso a la de su hijo, que desde el lienzo sonreía. Presa del desconcierto se desmayó. Hasta la mañana siguiente quedó inconsciente, cuando las mujeres del lugar fueron a auxiliarla. En el momento en que contaba aturdida lo que había visto horas antes, un joven apuesto cruzaba el umbral de la puerta. Madre e hijo se miraron extasiados.

La imagen de la Virgen estuvo muchas décadas en aquel mismo lugar, expuesta a la devoción de la gente, pero en 1749 se erigió una capilla mucho más grande y “oficial”, en la que se honraba una imagen de talla que sustituyó al lienzo original. La capilla, construida en el lugar donde estuvo la casa de Catalina, fue destruida en los primeros años del siglo XIX, y desde entonces no se sabe nada del lienzo.

El poder del 'Ecce Homo'

A finales del siglo XVIII, en la antigua Calle del Toril (hoy día C/ Nicasio Calle, en las cercanías del Pasaje de Chinitas), se podía observar en un retablo rudimentario alumbrado por un farolillo, una imagen pintada en cristal de un Ecce Homo. La imagen no aparentaba tener ningún tipo de valía artística o histórica, sino más bien era el reflejo de la religiosidad cristiana propia de la época. Por otro lado, se desconocía al autor de tan sencillo dibujo, así como el motivo de haber sido enclavado en aquel preciso lugar.

Aquel objeto de veneración obtuvo bastante fama y eran mucho los devotos que acudían a visitarlo y pedir favores, cuyos elementos de agradecimiento (flores y notas) eran abundantes en torno a la pintura. Aun así, después de más de dos siglos no hubiéramos sabido nada de su existencia, que hubiera muerto en el olvido, de no ser por un suceso que fue recogido en documentos por un fraile del Convento de Mínimos de la Victoria, llamado fray Juan de Salafranca.

Todo comenzó la noche del 15 de Diciembre de 1787. El religioso acababa de pasar ante el Ecce Homo y había realizado una oración, cuando al marcharse vio llegar por el otro extremo de la calle a tres hombres de muy mala catadura. Estos se detuvieron frente al Cristo y comenzaron a hacerle burlas. De pronto, uno de ellos sacó un arma de fuego y disparó al cristal, destrozando toda pintura excepto la cabeza, que se salvó milagrosamente, al igual que el farolillo, que no resultó afectado.

El fraile cuenta que justo en el momento de disparar, aquel hombre quedó ciego. Ante el miedo general a lo sucedido, sus dos amigos huyeron despavoridos. Poco después llegaron los guardias, que detuvieron al invidente, que resultó llamarse Esteban Xuárez. Se llevó a cabo un proceso judicial el cual quedó inconcluso por la muerte del imputado, inexplicable y espontánea, durante el propio juicio. Los médicos decretaron que no había existido daño por el rebote de la bala, que en ningún momento llegó a darle. La familia de Esteban, preocupada por el daño que hizo, reunió limosnas para comprar un marco de plata donde fue colocada la cabeza del cristo, que fue expuesta en la capilla de la Soledad durante muchos años.

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