Francisco Poyato - PRETÉRITO IMPERFECTO

Las piedras de Medina Azahara

Hora es de no poner más piedras en el camino a Medina Azahara, sino de quitárselas de encima

Francisco Poyato
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Las piedras no votan. Por eso Medina Azahara es un exotismo en el paisaje y paisanaje cordobés. Y por ello sus alrededores se llenaron de casas ilegales. El yacimiento es el gran comodín de los mantras que ya ni tintinean nuestros tímpanos, porque estamos aburridos de tanto «verbolario» falsario. Jamás se ha abierto a la ciudad, ni ésta ha ido a fundirse en un abrazo con ella. «Porque está muy lejos» (sic). Existen distancias mentales que no hay puentes, carreteras o telesféricos que puedan acercar nunca. Aún recuerdo un sondeo que mostraba un ridículo porcentaje de cordobeses que había pisado alguna vez la ciudad palatina de Abderramán III. Una mínima elucubración de lo que sería este conjunto arqueológico en Francia o en otras ciudades españolas, sin ir más lejos y que huelga señalar aquí, podría acercarnos a otra dimensión.

Sin necesidad de ir a Fitur a hartarse de fotos, Montilla-Moriles y jamón de los Pedroches, por supuesto. O a que la noche nos confunda.

La arqueología ha sido siempre la voz de nuestra conciencia en Córdoba. La que unas veces no nos ha dejado avanzar, y la que en otras nos ha puesto en evidencia sobre nuestro rumbo improvisado. Y a Córdoba tanto le puede servir edificar hacia arriba como reedificar hacia abajo. Ninguna es excluyente, y cada una ha de tener su sitio, su oportunidad. Otra cosa es cómo se ha usado una y con qué intereses se ha articulado la otra.

Justo cuando el conjunto arqueológico de Medina Azahara enfila un año crucial en su trayectoria como recinto museístico, patrimonial e histórico, su impronta se arruga. La gestión del recinto sigue siendo su talón de Aquiles, como demuestra que el director -nombrado para impulsar la proyección cultural y turística del mismo- y casi un tercio de la plantilla con que cuenta en la actualidad hayan pedido ahora billete de salida, como ha destapado ABC. Con el dossier de la candidatura a Patrimonio de la Humanidad calentito todavía en la colmena burocrática de la Unesco. Con el contador a cero. Y sin que haya visos de que ésta sea una verdadera apuesta de ciudad, de los políticos y la calle, y no los cuentos chinos de la logística, las revistillas para que los amiguetes se desfoguen o los trapicheos con el lobby de turno.

¿No quiere la señora alcaldesa estrategias, potencialidades o una hoja de ruta que lleva haciendo como que busca desde hace dos años...? Pues aquí tiene una para enganchar a la ciudad de las «personas». ¿No quiere la señora consejera de Cultura un asidero para demostrar su vinculación y eterno agradecimiento a Córdoba por los años de servicio...? Pues aquí tiene la oportunidad perfecta para hacerlo realidad, y no entretenerse más con el juego de la celosía y las sombras chinescas de la segunda puerta. ¿No quiere el adelantado concejal de Turismo un modelo, un plan turístico,...? Pues aquí tiene por donde empezar a hacer algo de una vez por todas.

En quince años sólo hemos tenido dos intentos notorios por relanzar a Medina Azahara. Uno vino de la mano de Carmen Calvo con la exposición del «Esplendor de los Omeyas» en 2001. Ya, en la noche de los tiempos. Y el otro fue la acertadísima puesta en marcha del Centro de Recepción de Visitantes en 2014. En ambos casos, compromisos de la Junta de Andalucía de alto valor, pero que han quedado relegados por la discontinuidad y el desinterés en acrecentar la proyección de la ciudad palatina por encima de su base de laboratorio arqueológico y endogámico. Cuando no, por el apego político y territorial de quien ostentaba el poder de firma en Cultura.

Hora es de no poner más piedras en el camino a Medina Azahara, sino de quitárselas de encima. Hasta en eso es capaz de aglutinar la belleza del retorcido sentido de las palabras.

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