LUIS MIRANDA - VERSO SUELTO

Dar la pelma

Córdoba es una ciudad que se rige con la lógica estrecha de los pesados que miran al mundo con su monomanía particular

LUIS MIRANDA
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Si yo fuera psicólogo dedicaría un libro a estudiar lo que se cuece en la cabeza de los pesados, tipos que tienen nervios de plomo para hacer perder el tiempo, que han parado el reloj al empezar a hablar y que piensan que el mundo gira en torno a las ideas que le tienen que comunicar al primero que se cruza. Los pesados son interesantes y se dice poco, no sé qué hacen los profesionales que no desentrañan las conexiones neuronales de los plastas.

Córdoba es una ciudad de muchos pesados y sobre todo de mucha variedad, como si uno no tuviera a mano suficientes trucos para evitarlos. Primero está el pesado clásico, que por ser tan versátil es universal.

Es aquel que te ha visto venir a su víctima desde la otra punta de la calle y lo hace notar, y casi siempre la pilla a la hora en que están las tiendas cerradas y no hay una trinchera en la que meterse. A lo largo de la media hora, con suerte, que dura la charla, tiene tiempo para fingir interés, para pensar en el mal día en que lo conoció y para fijarse en las ofertas del escaparate de al lado. Fomenta el deporte: lo más normal es salir corriendo al terminar, mitad para recuperar un poco del tiempo perdido mitad para que no se dé la vuelta y coja el hilo de alguna frase perdida.

Hay pesados que lo son por profesión y que tienen un perdón lógico, porque nadie le va a reprochar a quien come de vender cosas a los demás que insista un poco y hasta que retenga al paseante; buscar los aparcamientos de las bicis para pillar desprevenidas a las víctimas, como hacen los de las oenegés, ya es un poco de descuidero, pero después de todo sus causas son justas. Está también el espontáneo, diestro en encender la chispa de la conversación con quien no conoce de nada y de retenerlo con el impudor del aburrido, y el plasta erudito, que empieza a hablar, se enamora de su propia declamación y comienza a verse pasando a la historia por el sermón de la acera.

En Córdoba, sin embargo, el que se distingue es el pesado ideológico, que existe en otros sitios, pero que en pocas ciudades como esta ha tenido tanto poder para dar la pelma con saña y piedad a sus ciudadanos. El aficionado a los toros no puede leer noticias en Facebook sin encontrarse a unos cuantos dando la brasa animalista en cosas que no tendrían que interesarles, el cofrade tiene que sortear en Twitter comentarios denigrantes de gente a la que no obligan a ver procesiones y hasta el que compra en rebajas tiene que escuchar las jeremiadas de los que no se sabe si son contrarios al consumismo o es que van tiesos.

Córdoba es una ciudad que se rige con la lógica estrecha de los que miran al mundo con su monomanía particular. Están los que catearon historia y pensaron que el derecho es un invento burgués, y lo mismo dan la matraca con que la Mezquita sea pública que hacen el «no nos moverán» con la celosía de un arquitecto al que decían franquista no hará tanto. Están los fanáticos que dicen que el mundo se agota en sus barrios y luego los pesados del ecologismo, que ya que contaminan con sus coches y tiran la batería del móvil cada tres meses, se alivian la conciencia mandando al paro a la gente de Cosmos, y así fardan de rojos y verdes a la vez. Si dar tanto la pelma es señal de falta de empatía o de una inteligencia corta que no capta las señales de impaciencia del interlocutor, queda por ver si en Córdoba hay mucha capacidad de aguante o los pesados se votan entre ellos.

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