Apuntes al margen

No disparen al encuestador

La Alcaldía de Córdoba ha decidido discutirle al INE sus datos estadísticos sobre paro y pobreza

Imagen del barrio de Las palmeras en Córdoba ROLDÁN SERRANO

Rafael Ruiz@

En un ejercicio verdaderamente enternecedor, la Alcaldía de Córdoba ha decidido discutirle al Instituto Nacional de Estadística ( INE ) los datos que afirman que ésta es la capital de provincia con más paro de España y una de las que tienen más barrios pobres del país. El equipo de Isabel Ambrosio no sabe exactamente de dónde sale la relación entre población activa y parados que se va al 33,2 por ciento. Basta con leer la encuesta, cosa que recomiendo vivamente, para explicar que el Urban Audit ha establecido un concepto que se llama «indicador municipal de paro». Como la cifra de desempleados es dinámica (cada mes sale la del INEM y trimestralmente la Encuesta de Población Activa ), los sociólogos que desarrollan el estudio han decidido estimar el paro y la población activa que existe a mitad de año con el objetivo de establecer una foto fija. Si se trata de los datos de junio o julio, aproximadamente, es una época del año en el que, sobre todo, la contratación temporal de los servicios ha concluido y no existen grandes campañas agrarias. Como quiera que el INE tiene los datos brutos de la EPA, que es un sondeo, discutirles la cuestión no es muy inteligente. Esa es la explicación, amiguitos, de las cifras que tan poco han gustado a parte de la clase política.

El resultado del informe es un fracaso colectivo porque, como ya se ha dejado dicho en esta sección en otras ediciones, constata que somos pobres. La ciudad de Córdoba presenta gravísimas desigualdades con cuatro barrios en la cola de la renta media de sus habitantes, con el caso flagrante de Las Palmeras , un barrio creado por iniciativa de la Junta de Andalucía ya en democracia, que ha conseguido justo lo contrario de lo que se pretendía: concentrar la pobreza en esa disposición urbanística de trampa, de celdas. Solamente poner en un currículum que se es vecino de determinados barrios constituye, hoy en día, un estigma laboral . Si siguen leyendo, resulta que estas cosas matan y que la diferencia de la esperanza de vida de las ciudades más pobres con respecto a las más ricas es notoria, casi tres años. Córdoba, además, está a la cola en la clasificación de las zonas verdes de las ciudades para uso ciudadano, después de tanto discurso en cuarenta años de democracia sobre el urbanismo enriquecedor de la izquierda cordobesa y andaluza. Y aparece hundida en el uso residencial continuo , que es señal de una planificación urbanística sana y no un sálvese quien pueda. En contra de lo que pudiera parecer, existen algunos datos razonablemente buenos . Si se bucea en el sondeo, el indicador medio de paro estimado para el año 2013 fue del 40 por ciento, en la fase aguda de la crisis. En cuatro años, el recorte ha sido de siete puntos.

Todo no son cifras. Córdoba tiene un montón de valores que la hacen un lugar espléndido para vivir cuando se tienen unos recursos básicos. Cuenta con un tamaño «humano» , unas redes sociales que van más allá de la pantalla del móvil y unos servicios básicos disponibles que cumplen un estándar de seguridad. Pero es pobre. Y, dado que las cosas no pasan porque sí, no tiene estos intolerables niveles de desempleo y penurias porque los que aquí vivimos seamos menos listos o menos dispuestos al trabajo duro. Otros territorios han disfrutado de muchas más oportunidades. Vistas las negociaciones y los compromisos que se realizan en las principales instituciones, da en la nariz que una sana política de reequilibrio entre zonas ricas y pobres no es posible. La matemática parlamentaria sigue primando a determinadas zonas del país que, cubiertas las esperanzas autonomistas, abogan ahora por derechos a decidir que no son sino la cortina humo, coartadas políticas de un hecho económico.

Esa debería ser la obsesión no ya de la alcaldesa, que imagino que hace lo que puede dentro de sus posibilidades, sino de todos los representantes públicos. Reenfocar las políticas de inversión -públicas y privadas- con el objetivo de acercar las diferencias entre ricos y pobres. Bellas palabras que compran todos pero que ninguno, a la hora de la verdad, cumple. Por eso, tengan piedad y no disparen al encuestador . Está trabajando.

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