Aris Moreno - Perdonen las molestias

La Letro y lo que fuimos

Las Electromecánicas fueron el fulgor de la Córdoba industrial

Exposición sobre las Electromecánicas Valerio Merino
Aristóteles Moreno

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A Francisco Ferrero , sindicalista de los de antes, se le erizó la piel cuando contempló uno de los monos de trabajo, desvaído y mustio, expuesto en las galerías del Palacio de la Merced. Exactamente igual que cuando se miró en aquel chaval de 17 años inmortalizado en aquella fotografía del equipo de fútbol de la Cultural de Electromecánicas . Pero, por encima de todo, le emocionó ver la vieja bicicleta que su padre, guarda acequiero, usaba para vigilar el canal que daba riego a las huertas de la Vega del Guadalquivir.

La bicicleta y el mono forman parte del universo, ya eterno, de «La Letro», cuyos vestigios descansan en una muestra del Palacio de la Merced que rememora la historia centenaria de la Sociedad Española de Construcciones Electromecánicas . La Letro no ha sido solamente la industria más pujante de Córdoba . Ha sido también un trozo de memoria indeleble. Un órgano indivisible del cuerpo social y humano que ha constituido esta ciudad desde que en 1917 una inversión franco-española, con capital social de 25 millones de pesetas, eligió los cortijos de Aljibejo y Ochavillo para levantar una factoría nunca vista hasta entonces.

La Letro fue una ciudad dentro de la ciudad. Un submundo de talleres, naves, oficinas y alojamientos para un ejército de trabajadores, que en los años de mayor brío empresarial llegó a superar los 4.000 empleados. Quiere decirse que la colosal fábrica de equipos eléctricos ha dado sustento durante décadas a generaciones de cordobeses. No hay familia que no tenga un cuñado, un primo o un hermano vinculado a aquella metrópoli proletaria, escuela de sindicalistas y responsables públicos que en los años setenta tomaron las riendas de las incipientes instituciones democráticas de la Transición.

La de Francisco Ferrero es una biografía paradigmática. Nació y se crió en el Cortijo del Alcaide . Ingresó con 15 años junto a tres hermanos en la escuela de aprendices, donde se formó a cambio de un salario simbólico de 30 pesetas. Aquí forjó su oficio y se curtió en los rudimentos de la lucha obrera en los años en que levantar la voz podía costarte la cárcel. La primera huelga que vivió en La Letro no vino precedida de convocatoria ni de trámite reglamentario alguno. Fue una mañana de 1969. Un estruendo metálico resonó en los talleres con un ruido ensordecedor. Antonio Martínez «El Mirla» golpeó con una barra de hierro la chapa. «A parar todo el mundo», gritó. Un accidente laboral había herido a dos compañeros y en ese mismo instante, sin planificación ni cadena de mando alguno, se organizó un paro de varias horas para reclamar seguridad y condiciones dignas de trabajo.

Luego vinieron otras muchas protestas sindicales, redadas, detenciones y un sinfín de contratiempos que hoy, tantos años después, constituyen una de las páginas más palpitantes de la historia de La Letro. La compañía entró en un proceso de agotamiento imparable que culminó en 1978 con la extinción de la marca y el alumbramiento de un consorcio bajo la denominación de Ibérica del Cobre. Un expediente de regulación de empleo tras otro fue menguando la plantilla hasta reducirla exponencialmente.

De alguna manera, la de La Letro ha sido la historia del fulgor y el ocaso de Córdoba y su industria. De aquel esplendor empresarial que marcó la vida de miles de trabajadores apenas queda nada. Solo la memoria de un puñado de hombres y mujeres colgada en justa recompensa de las paredes de la Diputación Provincial de Córdoba.

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