Luis Miranda - VERSO SUELTO

«Illa, illa, illa»

Los reaccionarios la han emprendido contra la carrera oficial; como conservadores, se enfurecen con la felicidad ajena

Luis Miranda
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Muchos de los mayores reaccionarios que he conocido son gente de izquierdas. Quizá no lleven gomina ni la bandera de España en el collar del perro, pero son tipos conservadores por debajo de la camisa de lino, personajes gatopardescos que leerán a Eduardo Galeano y escucharán a El Cabrero, pero que se resisten a los cambios como viejos gatos a los que nunca cortaron las uñas y que saben mover piezas para que lo que han conocido no varíe.

En vano se les argumentará que una evolución servirá para mejorar o que no tienen por qué meter el pan en el guiso que no se tienen que comer: siempre habrá alguno que les dé la cuchara para que puedan hablar de lo que no les interesa si no es para que todo se quede igual, para fastidiar al prójimo aunque no le importe ni le afecte.

Lo hicieron con la iluminación artística y las visitas nocturnas a Medina Azahara, una idea impecable que sin embargo enfureció a los conservadores más inmovilistas, que pensaron que lo de que la gente pueda asomarse en las noches de verano y de que haya más visitas, y por lo tanto más aprecio y difusión, rompe con la tradición del dinero a fondo perdido, de que el resultado de las investigaciones esté sólo en las revistas especializadas y de que estorbe, en fin, todo aquel que no cite en árabe.

Ahora estos reaccionarios la han emprendido contra la nueva carrera oficial de la Semana Santa, y como los mejores conservadores se han enfurecido con la felicidad de los demás, al estilo de viejos de garrota y zapatos de rejilla que critican a los nietos del vecino si disfrutan de una juventud de placeres que a lo mejor ellos no pudieron tener, o no recuerdan. En su rechazo hay mucho del anticlericalismo de manual y también su poco de soñar una mezquita de turbante y burka, que forma parte de la costumbre más rancia.

Sin embargo, todo eso está en la misma raíz que un espíritu garbancero de no cambiar, de apego a la vieja carrera oficial de Las Tendillas por ser la de toda la vida, de valerse de la gente que opina de oídas por el miedo a la mudanza. Hay nostalgia de aquel pasado próximo del palco dando la espalda a la estatua, de las terrazas con vistas a los pasos y de los gorrones que se apoyaban en la valla de Claudio Marcelo y se mosqueaban si la gente que había pagado palco se levantaba al pasar las imágenes. Cantarían, como los hinchas blanquiverdes en los días grandes, el «Illa, Illa, Illa, nos vamos a Las Tendillas», si en su gen rancio eso de apoyar al Córdoba no fuera algo nuevo, una moda sobrevenida después del ascenso de 1999, cuando aquí era uno siempre del «Madrí» o del «Basselona».

El rollo de las comisiones, del referéndum y de que opine gente que no tiene competencia pero sí está amaestrada ideológicamente es bastante viejuno, como de foto analógica de estos alcaldes que ahora quieren invocar ascendencia moral para detener lo inevitable. Puestos a torturar con cosas nuevas a los inmovilistas que no soportan los cambios, la Agrupación de Cofradías les podría dar un disgusto. Si el Ayuntamiento sigue por el camino de tocar la carrera oficial definitiva, se les puede brindar una Semana Santa sin pasos en la calle, con gente cabreada, playas llenas y hoteles a medio gas. Y, ya en mayo, también sin cruces ni casetas de cofradías. Igual se dan cuenta esas comisiones de que pueden mandar la Semana Santa al Arenal, pero no obligar a nadie a montar pasos, pinchar flores, calzarse el costal ni freír pimientos.

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