Opinión

Fortaleza moral

Hay partidos que ante la gestión del Gobierno contienen su rabia por la desprotección de los españoles ante el coronavirus

El ministro de Sanidad, Salvador Illa, en una intervención este viernes EFE
Rafael Díaz Vieito

Rafael Díaz Vieito

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Sí, es cierto que hace apenas un mes resultaba imposible pensar que la gravedad de la amenaza por el coronavirus pudiera llegar a los niveles que estamos padeciendo. Sí, es también verdad que la reacción ante la emergencia sanitaria no fue inmediata y eficaz en prácticamente ningún país del mundo —el caso de los Estados Unidos apunta en muy mala dirección— y que España no es más que, por ahora, uno de los más tristes ejemplos atendiendo al número de personas fallecidas por la enfermedad. Sí, es indudable también que, además de rezar, sólo queda arrimar el hombro y confiar en que las medidas diseñadas serán las idóneas para superar la crisis sanitaria.

Pero que todo lo anterior sea obvio no debe llevarnos a aceptar lanarmente el discurso de la complacencia con un gobierno manifiestamente superado en la gestión de esta crisis, sectario hasta límites inaceptables (la llamada a la participación en la manifestación del 8M pasará a la historia de las irresponsabilidades políticas: nadie critica a los asistentes, sino a quienes permitieron y alentaron la asistencia) y noqueado en el ejercicio del mando único sanitario, con seguridad más por imprevisión que mala fe.

El ministro Illa es, no tengo duda, un buen hombre, y es posible que en un ministerio sin competencias en una situación de normalidad hubiese lucido con mensajes y eslóganes «progresistas» , pero carece de la más elemental experiencia y conocimiento de la materia, en contraste con consejeros autonómicos como el gallego, el andaluz o el madrileño.

Tampoco debe hacernos olvidar la actitud de quienes hoy forman parte del Gobierno español con ocasión de la crisis del ébola, con un solo contagiado en España y una víctima, el perro Excalibur. Repasando las intervenciones de aquellos días, no es tanto lo que decían, que era grave, sino la actitud, el lenguaje corporal, la chulería y la prepotencia con que el hoy presidente del gobierno se dirigía a Mariano Rajoy , acusándole de ser el causante de toda clase de desgracias y de poner en peligro a la sociedad española.

Me alegra en estos días comprobar cómo el partido al que he votado desde hace decenas de años, del que no he sentido orgulloso en algunas ocasiones —y del que ya no existe ninguna duda, es la única alternativa viable y posible— exhibe una fortaleza moral , que probablemente sea muy inconveniente en términos electorales, que sitúa la salud y el bienestar de los españoles por encima de los míseros cálculos de número de votos y que contiene la rabia, el enfado y la frustración de tantos españoles que no se sienten protegidos por gobernantes incoherentes.

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