La alcaldesa, con María León y los actores de «Allí abajo»
La alcaldesa, con María León y los actores de «Allí abajo» - VALERIO MERINO
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Donde hay que estar

El gobierno y Adevida tienen ideas distintas sobre las cosas pero eso no es óbice para que se le haga el vacío

CÓRDOBA Actualizado: Guardar
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Partamos de la suposición de que el gobierno municipal y Adevida tienen ideas distintas sobre las cosas. En concreto, sobre la cuestión de la legislación del aborto. Adevida es una organización no gubernamental que rechaza el hecho mismo de la interrupción del embarazo y el gobierno municipal está formado por dos fuerzas políticas que, con los matices que todo colectivo humano acarerrea, apuestan por una ley de plazos en la materia. Asentadas estas cuestiones sobre principios legítimos de pensamiento, resulta llamativo, muy llamativo, que nadie del gobierno municipal apareciese por el acto público de apertura del Baratillo que organiza la entidad. Y más, que hasta el pasado lunes el Ayuntamiento de Córdoba quisiese facturar más de dos mil y pico euros por unos módulos -los tenderetes que se ven en las verbenas de barrio- que se suelen entregar gratis cuando la entidad que organiza el evento no tiene ánimo de lucro, como el gobierno municipal sabe y la dirección de la oenegé ha callado por discreción o por vergüenza torera.

Existe una raya pues entre la divergencia y la representación institucional pero se llega un punto en la que la segunda siempre se encuentra por encima de la primera. La alcaldesa de Córdoba, un poner, puede ser más de «El Ministerio del Tiempo» que de «Allí abajo» -cosa en la que podríamos coincidir, llegado el caso- pero si el equipo de la serie de la divertidísima Carmina Barrios está rodando en Córdoba, qué menos que acercarse a saludar.

Es una cuestión básica de sentido común y buenos modales tratar a la gente con un mínimo de respeto a lo que hace. Y estar en un lugar, apretar un par de manos y hacerse unas fotos -la regidora o el concejal que le corresponda- pues entra dentro de las obligaciones del cargo. Ese es el error de la polémica montada sobre la presencia de representantes públicos en actos confesionales. Lo importante no es que el último mono con cargo esté en un sitio, sino que no se discrimine a ninguna religión y, además, que se actúe en el cargo público dejando los principios religiosos donde tienen que estar. En la conciencia de cada uno y no en el BOE.

Uno no se imagina a las señoras de Adevida dando la patada en la puerta, pero les vendría bien acción directa

Afectos y desafectos. Esa es la clave. Cuando se quiere, se sobrepasan los quereres hasta los límites razonables corriendo al juzgado a retirar denuncias y haciendo lo posible por mirar hacia otro sitio con las inspecciones de sanidad. El mismo día que se firmaba la cesión de un edificio ocupado -y esto es un hecho objetivo- sin permiso de su dueño, el mismo gobierno municipal le daba la espalda a una organización que también trabaja con los más desfavorecidos a su modo. Es verdad que no se imagina uno a las señoras de Adevida pegándole una patada a la puerta, pero igual les vendría bien cierto grado de acción directa para que los actuales miembros del equipo de gobierno les tengan, al menos, cierta consideración. Los poderes han actuado siempre orientando a los propios los favores posibles -como demuestran las insistentes visitas a la planta noble de esos nuevos grupos de presión (todos en pie) creados al efecto del «ambrosiato»- pero ahora resulta que lo que mola es nuevo. Consiste en tratar de forma maleducada y hasta cruel -como demuestra el episodio de las ayudas de ida y vuelta, sólo en algunos casos- a quien no se encuentra en las primeras páginas de la agenda municipal.

Tengo los suficientes años como para haber visto a una cierta cantidad de políticos de izquierdas en la inauguración del Baratillo de Adevida. Nunca vi ninguno que sufriese efectos secundarios tras charlar un rato con las señoras. A Rosa Aguilar la vi no pocas veces desde el primer día que llegó a la Alcaldía de Córdoba, cuando aún seguía siendo la niña modelo del partido. La diferencia es que hubo una época en la que quien llegaba al cargo quería ser representante de todos los cordobeses independientemente de sus ideas, de sus costumbres, de su trayectoria. Y no este rollo tan peculiar de ahora. Concejal de los colegas, de los que dan la razón, de aquellos que le dicen a diario que son divinos y aplauden a rabiar la última ocurrencia.

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