José Javier Amorós - Pasar el rato

Dignidad en funciones

La visión de Rajoy en pantalón corto debería estar vetada

José Javier Amorós
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LA contemplación del cuerpo mortal del señor Rajoy en camiseta y pantalón corto, dando carreritas, con aspecto de mendigo apresurado, debería quedar reservada a su mujer y a sus hijos. Tiene que haber alguna norma en el código deontológico de los medios de comunicación, tan exigentes con la conducta ajena y tan tolerantes con la propia, que impida publicar esas fotografías. Porque no guardan relación con el deber de informar, ningún beneficio para la convivencia se sigue de ellas, y son una incitación al consumo de alcohol entre los jóvenes. Si ese es el aspecto que tendré de mayor haciendo ejercicio físico, prefiero el botellón. Del narcisismo abdominal de Aznar al desgalichamiento deportivo de Rajoy, los líderes del PP carecen de recato.

Nada en Rajoy sugiere habilidad para la gimnasia; aunque nada en Rajoy sugiere habilidad para la política y ha llegado a presidente del Gobierno. Porque tiene «la paciencia de un buey», una frase de Gustavo Doré que emocionaba a Van Gogh. Un buey no puede competir con Usain Bolt, pero es un rival temible para Rodríguez Zapatero o Pedro Sánchez, intelectualmente más torpes de movimientos. Para lograr la investidura -investidura, mi ventura-, Rajoy tiene a su favor la disposición para humillarse. No importa con cuánta dureza lo traten sus adversarios, lo insulten, lo desprecien, lo escarnezcan; él se alza después de cada agravio como un tentetieso en funciones, de nuevo solícito y sonriente, y extiende sin rebozo la mano pedigüeña. Necesito su ayuda, buen patriota, ayúdeme a ser presidente del Gobierno. Por España, naturalmente, todo por España. Si se exceptúan el ridículo Otegui, la triste Forcadell y pocos más, los políticos españoles sólo tienen a España en el pensamiento cuando hacen su trabajo. Esa es la razón de que España funcione tan mal.

Sánchez odia a Rajoy. Rivera lo desprecia. El odio es la expresión de un sentimiento de impotencia. Sánchez afronta a Rajoy desde el reflujo gastroesofágico; se le ve sufrir, mirada torva y ladeada, lo pasa peor él que su gran enemigo. A quien destruye el odio es al que odia. Rivera, en cambio, erguido en toda la altivez de sus treinta y dos diputados, arroja algunas migajas en el cacillo limosnero de los ciento treinta y siete. El desprecio es una manifestación de superioridad, hecha por inferiores.

Poder soportar el odio ajeno es una condición para gobernar, idea de Séneca en «Hércules loco». Pero eso no justifica, piensa uno, someterse a humillaciones, vilezas, ofensas, ataques despiadados a cambio de un poco de poder, que nunca es para tanto. Rajoy está fomentando en España un ambiente de pordioseo político, hasta moral, humillación a cambio de poder. ¿Dónde está la dignidad? De las firmes convicciones, ¿qué se hizo? El presidente en funciones no transmite autoridad, energía, ilusión. Su mundo es lo incierto, como un metafísico. España no está siendo el fin, sino la consecuencia. Si a mí me va bien, a España le irá bien. Todo es en todos vanidad y ambición, «después de tanto todo para nada».

Los españoles ya saben que con esta gente no llegarán muy lejos. Como parece que votar tampoco resuelve nada, podría sortearse el Gobierno con la Lotería de Navidad, que une más que la política. Si se eleva adecuadamente el precio del décimo, el problema de las pensiones encontraría un alivio.

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