Baltasar López - PRIMERA PLANA

Adiós, Castillero

Baltasar López
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Llegué a esta ciudad en el invierno de 2000 para trabajar en ABC. De Córdoba conocía poco más que una foto, que eso sí ya impresionaba, de la Mezquita-Catedral en mi libro de BUP de Historia del Arte. Una vez aquí, me sedujo la belleza de ese monumento y de otros muchos que tiene la capital: Medina Azahara, el Alcázar, la Sinagoga, su Casco... Me atrajeron igualmente sus costumbres y fiestas: un buen perol o, sobre todo, entregarme a sus patios. También disfruté de sus gentes, de las que me encariñé rápido. Excluyo de este último capítulo por dopaje etílico los episodios de exaltación de la amistad propios de un joven de veintitantos. El idilio con la ciudad surgió. Con el paso del tiempo, supe que era una relación estable.

Eso sí, nunca ha sido una pasión ciega. Ni yo soy George Clooney ni esta tierra es perfecta. Tuve ocasión de conocer otra Córdoba que no me gusta: la de las parcelas ilegales; la que se vanagloria de la economía sumergida; la que podría haber sido escenario de un capítulo de «Cuéntame» de la primera temporada; una en la que la testiculina apisona a la razón... Esa «anticiudad» tiene sus señores feudales. Uno de los más míticos ha sido Francisco Castillero, que presidió la Federación de Peñas desde 1995 hasta hace una semana cuando perdió sus elecciones.

Para nuestra historia (negra) quedarán sus aportaciones a la libertad afectiva —«Yo estoy de edil y no caso a dos tíos ni de coña, aunque no tengo nada contra ellos. Pero, ¿no hemos venido bien hechos? Con las tías tan hermosas que hay...»— y a la (des)igualdad de género: «Si mi mujer está viendo la tele, a mí que no me diga que friegue». «Las mujeres nos van a ganar el terreno muy pronto y ellas, cuando van cogiendo el poder, te toman el brazo», decía para rematarlo. Pese a semejantes disparates y a su chulería —«Ningún alcalde es tonto; saben a que a las peñas no les pueden negar nada»—, el Ayuntamiento, da igual si lo dirigía IU o PP, ni le rechistó. Ni mucho menos tuvo la valentía de tomar medidas: haber retirado cualquier ayuda a un colectivo que en pleno siglo XXI elegía a un máximo responsable más propio del XIX.

Pero no sólo ningún regidor se atrevió a batallar con él, sino que hubo una primera edil, Rosa Aguilar, que lo convirtió en el concejal decimoquinto de su gobierno y eso porque la decimocuarta plaza era de Luis Carreto, el líder de CECO. Con ese desapego a esta figura, las elecciones de la Federación las seguí con la misma atención que las de Tanzania del domingo. Espero que el ganador de los comicios, Alfonso Morales, lleve a este colectivo, al que hay que reconocer su labor para mantener las tradiciones locales, a adaptarse a los tiempos actuales. Mientras eso pasa, el señor Castillero seguirá, pese a perder el trono desde el que vigilaba las esencias de la ciudad, empeñado en repartir carnés de buen cordobés, que, y me enorgullezco mucho de escribirlo, a gente como yo nunca daría.

Ver los comentarios