LA CERA QUE ARDE

Postureo

Es funcionario y ahora va de progre cuando ha estado siempre sacando tajada de cierto sindicato y de cierto partido político

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TODO él es postureo desde que se quedó calvo, sobre todo. Lleva gorrito de lana tricolor como buen republicano de manual y luce genial en su bici belga, la que compró en aquella exclusiva tienda de Madrid. Es profesor. De cosas. Enseña a muchachos y los obnubila con su labia antisistema y a ellas intenta obnubilarlas en horizontal, en la pequeñas escapadas que algunos días de la semana hace entre asamblea y asamblea y edificios okupados. Su mujer suele quedarse en casa con las dos niñas que acuden a inglés y danza clásica. Ella también es profesora, hasta hace poco de colegio religioso concertado, lo que le facilitó que sus hijas estudiasen en él según les explicaron a sus amigos, para tenerlas cerca.

Ahora ejerce en la pública y en la plataforma Mezquita de Todos. Es activista laica con hijas en centro religioso. Puedo señalar desde aquí a muchas así, con nombres y apellidos, pero para qué.

Él es postureo, ya digo. Su plaza de funcionario la consiguió hace años, en una especialidad no muy común pero ya contaba entonces con buenos contactos en el sindicato y en el partido del poder entonces, que es el partido del poder ahora, para que le fabricaran la plaza. Su postura oficial es que está en contra del poder, pero le debe mucho y él lo sabe. Siempre supo tener buenos contactos: su hermosa casa de dos plantas en el casco histórico era una covacha que se compró por cuatro duros justo antes de un PGOU. Un camarada le sopló en cuánto quedaría el asunto revalorizado tras el Plan, y cómo otros muchos camaradas habían ya tomado solares y viejas edificaciones. Podríamos hacer un censo de ex-diles ubicados en el patrimonio de la Humanidad y hacernos preguntas. Pero para qué.

Ejerce su profesión con férreo control sobre posibles competidores y tiene una colección de nenes y nenas que utiliza para sus exposiciones artísticas, las fiestecitas de la diginidad y las manifestaciones ciudadanas. Les pintan los carteles, les hacen las caretas y los dibujos, se les suben a las paredes para colgar capitalistas alegóricos, y todo ello por el módico precio de nada, porque la mano de obra, cuando es joven y comprometida, sale muy barata. Es un negocio rentable desde que se instaló en su cátedra, colocó a su hermano y supo ver el hambre de los becarios por trabajar. A las becarias también les vio el hambre, ya digo. Es un practicante del amor libre con recientes mayores de edad lejos de las cadenas burguesas de la sociedad. Aunque su mujer, desde luego, no lo sabe.

Está últimamente indignadísimo con los fachas, los capitalistas y los vividores. Acaba de llegar del ayuntamiento porque le han concedido una pequeña ayuda pública para montar una exposición que ayude a trasladar a la ciudadanía la mentira del sistema y los mercados. Eso queda genial para el postureo. Y para seguir medrando cuando ganen los suyos. Esos que no son corruptos como todos los demás.