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Spitsbergen: el espectacular crucero del confín de Europa

Día 19/07/2013 - 17.33h
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Glaciares, acantilados, osos polares... Un viaje sobrecogedor bajo el Sol de medianoche en Noruega

El decorado sugiere un viaje en el tiempo. Pero no un viaje cualquiera: hace falta rebobinar hasta ese periodo primigenio del que la civilizada y superpoblada Europa también formó parte, aunque hoy nos parezca mentira. Una navegación más allá de los 80 grados de latitud, más cerca del Polo Norte que de ningún otro lugar habitado del planeta, siguiendo los pasos de los pioneros que surcaron lo desconocido. Paisajes deslumbrantes de hielo y roca habitados por focas, morsas y osos polares; viejas estaciones mineras y balleneras, y la luz de un Sol que no acaba de zambullirse en el horizonte para remontar el vuelo otra vez.

Spitsbergen, la mayor de las islas del archipiélago noruego de las Svalbard, es el destino del MS Fram, el buque de exploración de la flota Hurtigruten, especialmente diseñado para navegar en zonas polares. Su nombre remite al mítico Fram (que en noruego significa “Adelante”), el barco en el que los exploradores Fridtjof Nansen, Otto Sverdrup y Roald Amundsen llevaron a cabo sus expediciones al Ártico y la Antártida a finales del siglo XIX y comienzos del XX.

La historia

Spitsbergen: el espectacular crucero del confín de Europa
Vistas de la isla desde el barco

Las Svalbard fueron descubiertas por casualidad en el contexto de una de las búsquedas más obsesivas de la historia de la exploración: el Paso del Nordeste, la ruta que une los océanos Atlántico y Pacífico a lo largo de las costas de Rusia. La motivación era económica: abrir vías comerciales entre Europa y Asia como alternativa a las que doblaban el Cabo de Hornos, en América, o el Cabo de Buena Esperanza, en África, controladas por España. Los sucesivos fracasos provocaron, al menos, el descubrimiento de tierras incógnitas. Así sucedió en 1596 con la travesía del navegante holandés Willem Barents. Su intentona puso a las Svalbard en el mapa, pero no llegó a buen puerto, pues el hielo se quedó con su barco y el frío extremo con su vida y la de parte de su tripulación.

Poco ha cambiado en este lugar tan remoto desde los tiempos de Barents y los que tomaron el relevo en tan arriesgada aventura, en especial el explorador ruso de origen danés Vitus Bering, que en 1725 partió de la península de Kamchatka y llegó hacia el estrecho que ahora lleva su nombre, el brazo de mar que separa Siberia de Alaska. Hasta 1878 no se logró navegar por completo el Pasaje del Nordeste: la hazaña se la apuntó el geólogo finés-sueco Adolf Erik Nordenskiöld a bordo del buque ballenero “Vega”. Los ecos de esos exploradores se dejan oír en las charlas a bordo del MS Fram mientras recorremos el bellísimo litoral de Spitsbergen.

Su descubrimiento por Barents no produjo una desbandada de colonos en busca de oportunidades: las islas se percibieron como una tierra inhóspita y salvaje, aunque durante los siglos XVII y XVIII fueron usadas como lanzadera por cazadores de ballenas holandeses, españoles e ingleses. En el siglo XIX llegaron los mineros (la explotación del carbón ha sido su principal industria) y, en el XX, se asentaron las primeras familias, los bisabuelos y abuelos de los actuales habitantes. Nadie las reclamó como suyas durante 300 años. El Tratado de Svalbard, firmado en París en 1920, reconoció la soberanía de Noruega sobre el archipiélago, garantizando que las empresas nacionales de los 39 estados signatarios tuvieran igualdad de derechos en el acceso a los recursos naturales de la región. El acuerdo permite a Noruega regular la explotación y tomar las medidas de protección ambiental necesarias. Así las Svalbard han llegado al siglo XXI conservando su carácter prístino y salvaje para causar asombro a unos visitantes de nuevo cuño, los científicos y los turistas.

Las rutas

Spitsbergen: el espectacular crucero del confín de Europa
Un barco de Hurtigruten en las Svalbard

Hurtigruten propone dos rutas en Spitsbergen, con varias salidas entre julio y agosto. Una de ellas explora la costa oeste de la isla, y la otra la circunnavega por completo. A lo largo del recorrido visitaremos algunos de los asentamientos humanos más importantes del archipiélago, como la pequeña comunidad minera de Barentsburg, la base científica de Ny-Ålesund (la población permanente más septentrional del mundo), y Longyearbyen, que, fundada en 1906, es la localidad más habitada del archipiélago, 1.600 almas, y lugar de residencia del gobernador de las Svalbard.

Pero si conocer la forma de vida de los individuos de nuestra especie en este confín de Europa ya merece el viaje, la contemplación de fiordos, glaciares, acantilados, estrechos y montañas que surgen del océano lo convierte en extraordinario. Destaca el fiordo Hornsund, en el Parque Nacional del Sur de Spitsbergen, que ofrece uno de los paisajes alpinos más sobrecogedores del Ártico. Un mundo vertical habitado por cientos de miles de aves marinas; bandadas de gaviotas, charranes, fulmares y frailecillos, cuyos huevos y polluelos son amenazados por los temibles gaviones hiperbóreos. O el glaciar de Austfonna, el segundo más importante de Europa después del Vatnajökull (Islandia) y el séptimo del mundo, un campo de hielo que se extiende a lo largo de 180 kilómetros.

Spitsbergen: el espectacular crucero del confín de Europa
Dominic Barrington

En el norte, en los fiordos de Woodfjorden y Liefdefjorden, el Fram navega entre islotes donde es posible observar osos polares, una de las piezas de caza fotográfica más codiciadas por los visitantes. Casi la mitad de los 3.000 osos polares del mar de Barents cría en las remotas islas de este archipiélago. Magdalenefjorden, en el Parque Nacional del Noroeste, fue descubierto por Barents en su periplo de 1596, y se convirtió en uno de los grandes centros de la industria ballenera de las Svalbard. Aquí se visita una antigua estación ballenera del siglo XVI y el cementerio donde enterraban a los marineros que fallecían durante la caza. Doce especies de ballenas se alimentan en estas frías aguas.

Además medran cinco especies de focas y las impresionantes morsas del Atlántico gracias a la abundancia de almejas que hay en la plataforma continental poco profunda. En los descensos a tierra para contemplar la tundra y los valles de Spitsbergen es fácil sorprender a los renos pastando y los níveos zorros árticos merodeando en busca de presas. O, simplemente, disfrutar de la soledad bajo la luz mágica del Ártico mientras se degusta una barbacoa.

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