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La nueva vida de los refugiados rescatados por Francisco

El Papa se compromete a dar casa y trabajo a las 12 personas que se llevó del «infierno» de Lesbos

Ciudad de El Vaticano Actualizado: Guardar
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Ha sido una de las pocas historias sobre emigrantes que se lanzan al mar para llegar a Grecia que termina con final feliz. Francisco, el Papa de los gestos tomó la decisión de traerse a Roma a tres familias de refugiados muy pocos días antes de su viaje a la isla griega de Lesbos. Tanto es así que aún sin haber encontrado una casa definitiva para ellos los subió a su avión para que empezaran cuanto antes su nueva vida.

Para ayudarles en estos primeros días, pidió ayuda a la eficaz Comunidad de San Egidio, un movimiento católico muy sensible a la acogida de refugiados y activo en la mediación de paz. Dos de ellos acompañaron a estas tres familias desde Lesbos hasta la Ciudad Eterna.

Además de traerlos hasta aquí, el Papa se ha comprometido a buscarles un trabajo estable; y si no lo encuentra, se encargará de su sostenimiento. Les ha avalado personalmente ante las autoridades italianas. Y va a ayudarles hasta que puedan valerse por sí mismos.

De estas tres familias impresiona la normalidad. Personas normales, con trabajos normales, a los que una guerra les ha robado la cotidianidad. Un profesor de Historia, una microbióloga, una peluquera, un alumno de un instituto con una pulsera del Barça...

Para evitar suspicacias el Vaticano aclaró que «se trata de personas ya presentes en los campos de Lesbos antes del acuerdo entre Europa y Turquía», y que «se llevó a cabo a través de negociaciones de la Secretaría de Estado con las competentes autoridades griegas e italianas». Es decir que las doce personas llegaron a Roma con el visado aprobado.

Como hizo durante su viaje a Estados Unidos y a México, cuando habla de ellos el Papa no los llama «emigrantes ilegales», sino «emigrantes forzados», porque se ven obligados a escapar a causa de la guerra y la pobreza. Llevándolos a su propia casa, obliga a los medios a poner nombre y apellidos a esta crisis humanitaria.

Después de haber recordado en Lesbos que «Europa es la patria de los derechos humanos, y cualquiera que ponga pie en suelo europeo debería poder experimentarlo», sorprendió al mundo con el pasaje de la esperanza para estas doce personas.

«¿Servirá este gesto para algo?», le preguntaron en el avión rumbo a Roma. «Es una gota de agua en el mar, pero después de esa gota, el mar ya no será el mismo. Es un pequeño gesto. Pero basta un pequeño gesto para tender la mano a quien lo necesita».

Cuando el sábado llegaron a Roma, en el mismo aeropuerto de Ciampino cuando el Papa bajó del avión, les esperó al pie de la escalerilla para darles la bienvenida.

La noticia de la llegada de estas familias corrió rápido por Roma, y cientos de personas les esperaron con flores a la puerta de su nueva casa provisional. Abrumados por los aplausos, se detuvieron en la puerta mirando a tantos desconocidos que les daban tanto sin conocerlos. En pocos minutos aprendieron su primera palabra en italiano: «Grazie» («Muchas gracias»).

Algunas de las historias de los acogidos en Roma:

Osama (36) y Wafa (29) Omar (6) y Masha (8)

La pequeña Masha juega con su hermano Omar en los jardines del antiguo hospital de San Gallicano, en el barrio del Trastevere. Justo lo que no podía hacer en Damasco. Su madre, Wafa, tenía una peluquería en Damasco. Pero la guerra, las bombas y la miseria les obligaron a dejarlo todo. Un día decidió que no aguantaría la guerra ni un minuto más. Y junto a su marido Osama, que reparaba impresoras, decidieron arriesgarse. Reunieron sus ahorros, unos 3 mil euros, para pagar a traficantes que les sacarían del país con sus dos hijos.

El viaje duró dos meses. Pasaron por Turquía y para llegar a Grecia se subieron a una barcaza que se estropeó en medio del mar. Con la nave a la deriva, rezaron para que les rescataran los guardacostas griegos y no los turcos. Tuvieron suerte porque llegó una barca con bandera blanca y azul, y en Lesbos comenzó lo que creían que iba a ser su sueño europeo.

Todo eso es ahora sólo un mal recuerdo. El viernes pasado a las 10 de la noche les propusieron viajar a Europa. Les dijeron que el Papa Francisco se comprometía a buscarles casa y trabajo para comenzar una nueva vida. «Fue un milagro, un ángel que nos ha salvado», dice Osama. «Ahora queremos la paz, vivir tranquilos, que termine la guerra, y que podamos regresar a nuestra tierra. Algún día querríamos regresar a Siria», reconoce con una triste sonrisa.

Se sorprenden cuando un periodista les pregunta si piensan que el Papa debía haber traído a cristianos. «La paz y el dolor no tienen ninguna religión, todos somos humanos», responde la peluquera.

Hablamos y sus dos hijos no paran de corretear a nuestro alrededor. «Cuando llegamos el sábado tenían fiebre, pero a pesar de que estaban malos el lunes quisieron ir a la escuela para aprender», dice Masha. «Y también nosotros nos hemos apuntado a clases de italiano», confirma Osama. Tienen prisa por ser uno más en Roma.

Nour (31), Hasan (31), Riad (2):

Nour es una ingeniera bioquímica que hizo un master en microbiología en Francia. Está casada con otro ingeniero, Hasan, un apasionado de jardinería. «Creo que han elegido a familias de refugiados con hijos, por eso estamos aquí», nos confía en un sencillo francés. «El Papa nos ha salvado realmente... Lo aprecio más que a muchos musulmanes o que a presidentes árabes. Por supuesto que hay musulmanes que saben lo que hemos pasado y nos han ayudado, pero otros no. Hablo de los países del Golfo que tienen todos los medios para acoger refugiados y hacer lo mismo que el Papa, pero no lo han hecho».

«El Papa nos ha salvado realmente. Lo aprecio más que a muchos musulmanes»

Mientras habla, Raid

, su hijo de dos años vestido de azul, trastea alrededor del banco. «Ahora me siento a gusto, ya hemos llegado aquí», dice Nour. «Quiero que mi hijo tenga un buen futuro, que tenga una vida, como la que yo tenía antes de la guerra», dice con amargura.

«¿Y tú?». «Yo primero quiero aprender italiano para integrarme bien en Italia. Me gustaría encontrar un empleo, me gustaría trabajar en lo mismo que hacía en Siria. Me gustaría quizá continuar mi tesis».

Para conseguirlo debe ahora superar muchos prejuicios. Como si nos leyera el pensamiento, continúa con dureza: «Querría decir a Europa que no somos terroristas, no somos yihadistas. Los sirios somos personas muy amables, Hay muchos tipos de musulmanes. Antes de la guerra vivíamos todos juntos, cristianos y musulmanes. No somos terroristas».

Su marido la mira. Él no habla francés, pero entiende lo que dice y comparte su angustia. Ella se sincera: «Ojalá abran las fronteras de Europa. Las deben abrir algún día porque hay muchas personas en Grecia y Turquía que están viviendo una situación muy, muy difícil y tienen el derecho de ser salvados».

Ramy (51) Suhila (50), Rachid (19), Abdel Majid (15) y Al Quds (6):

Abdel Majid es el único de los doce refugiados que dejó entre lágrimas el campo de Karatepe en la isla de Lesbos. Allí se ha quedado parte de su corazón. Se había enamorado de una voluntaria de Barcelona, que le había enseñado algunas palabras en español, y de la que custodia una pulsera blaugrana.

Lo mira orgulloso su padre Ramy, profesor de Historia. Lleva un polo blanco de la Roma, su nuevo equipo de fútbol. Nos señala a su otro hijo, Rachid, de 19 años. «No escapamos de Siria sólo porque hubieran bombardeado nuestra casa. Había bombardeos de día y de noche, pero lo que más temíamos era que el ejército o las milicias reclutaran a nuestros hijos. No vamos ni con unos ni con otros. Nos daba miedo que los mataran, pero sobre todo, nos daba miedo que mis hijos mataran a alguien. Mis hijos no quieren disparar».

Rachid quiere aprender italiano y estudiar Medicina. Abdel quiere ser dentista para ocuparse del dolor de muelas de su padre. Su hermana pequeña, Al Quds («significa Jerusalén, ciudad sagrada para todas las religiones», recuerda el intérprete), tiene 6 años y juega con el micrófono. Quién sabe las tragedias que ha presenciado la pequeña.

«Por fin vivimos un poco de paz, después de tantos años en guerra»

Su padre nos cuenta el periplo hasta llegar a Lesbos: diez días de viaje desde casa hasta Izmir, en Turquía; luego una travesía en una barcaza con el motor averiado, 36 desconocidos solos en alta mar, varias horas a la deriva. También a ellos les rescató la guardia costera griega. «Pero el peor momento del viaje fue cuando en el campo de refugiados nos dijeron que nos iban a devolver a Turquía», recuerda su mujer, Suhila, una modista de Damasco. «Esperemos que termine la guerra en Siria. Así habrá paz y podremos regresar a casa. Inshallah!», suspira.

«¿Qué les llama la atención de estas primeras horas en Roma?». «Por fin vivimos un poco de paz, después de tantos años de guerra. Por fin una mañana tranquila, llena de paz. Estamos muy contentos», dice Ramy.

Y cuando les preguntamos si echarán de menos lo que dejaron en Siria, los dos se miran y responden lo mismo. Allí lo han dejado todo. Sólo les queda algo que ni el ISIS ni nadie les puede arrancar. «Las raíces. Allí sólo nos quedan las raíces», confía Ramy mirando al suelo.

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