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Igelak (* *): El escorpión que salió rana

«Todos hablan en un perfecto idioma vasco doblado en laboratorio (sólo en los «tacos» se oye el castellano)»

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En Estados Unidos las ranas, que han salido del charco durante la última campaña, simbolizan el racismo nacionalista blanco. En «Igelak», en cambio, son el emblema de un simpático colectivo antidesahucios que representa la resistencia frente a los escorpiones de la banca. No vamos a caer en la hipérbole de comparar nacionalismos, si bien el mundo que presenta la película parece un tanto peculiar: todos hablan en un perfecto idioma vasco doblado en laboratorio (sólo en los «tacos» se oye el castellano) y el mundo parece dividirse exclusivamente en escorpiones y ranas, se ha extirpado la sociedad civil, las instituciones y hasta el activismo abertzale pese a que, precisamente, una de sus virtudes es actuar cerca de los desfavorecidos.

Esta operación de estilización, o de limpieza, es lo más llamativo de una película que por otro lado también desafía el realismo al presentarse como un musical de contenido social; pero es un musical un poco avergonzado de serlo, que nunca se atreve a despegar más allá de tímidos arranques (hace poco, «Cerca de casa» hacía esto mejor, sobre todo porque cantaba Silvia Pérez Cruz, pero este es un (pre)juicio musical, no fílmico). ¿El argumento? Es un enredo en el que un escorpión en apuros recala en la impoluta charca de las ranas (que cuenta con un capitalista de caricatura, un emprendedor cuya función simbólica se nos escapa aunque propicie un final musical con paraguas a lo Demy) y acaba tomando conciencia.

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