PUNTADAS SIN HILO

Mil días

Lo que hay que celebrar no es la Europa League, sino que el Betis funciona ya como una empresa moderna con gente competente

Fabián, Sanabria y Loren, celebrando la victoria del Betis ante al Málaga EFE
Manuel Contreras

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Lo que ha ocurrido con el Betis en los últimos meses es extraordinario. El gran patrimonio del Betis es su absoluta excepcionalidad en todo lo que le rodea, y este año ha estado a la altura de esta condición. No me refiero a la clasificación para las competiciones europeas, cerrada con brillantez el pasado lunes tras una recta final de liga impresionante. Pese a su ausencia durante el último lustro, el Eurobetis no supone una circunstancia insólita; lo extraño más bien es que un club con la masa social del Betis no haya sido un participante habitual de los torneos continentales. Lo que se ha logrado en el Villamarín es algo mucho más novedoso, un logro del que probablemente no haya precedentes no sólo en el fútbol, sino en la historia de España: en el Betis, el gobierno ha cumplido su programa electoral. Pellizquémonos.

Están a punto de cumplirse mil días desde el 23 de septiembre de 2015, cuando la candidatura de Ahora Betis Ahora se impuso por un estrecho margen de votos a la del sector loperista, liderado por Manuel Castaño. No había que ser un lince para entrever que en aquella encrucijada el Betis se debatía entre volver al pasado o avanzar hacia el futuro. Pero lo que nadie podía imaginar es que el programa electoral de Haro y Catalán —es justo recordar también a Juan Carlos Ollero, una figura clave para que el Betis saliera del pozo— se iba a hacer realidad en mil días. Aquel decálogo de compromisos parecía una compilación de utopías archivables junto al sueldo a las amas de casa, las habitaciones individuales en los hospitales públicas y tantas fanfarronerías políticas. Pero lo que ha ocurrido en estos mil días es un milagro que sólo puede ocurrir en una entidad imprevisible como el Betis. Se logró resolver el sempiterno problema accionarial y se envió al loperismo al baúl de los recuerdos; se abrió la propiedad del club a los socios; se construyó el gol sur para disponer de un estadio acorde a la entidad; se constituyó una dirección deportiva competente y eficaz; se apostó de verdad por la cantera; se modernizaron las estructuras del club, incluyendo una televisión y un equipo de Comunicación modélico... Y el lunes se alcanzó la última meta pendiente: el retorno del Eurobetis.

Los béticos tienen que celebrar mucho más que jugar la Europa League. Tras años de fatalismo social, de fustración deportiva, de presidencialismo bochornoso y de catetismo gerencial, el Betis funciona al fin como una empresa moderna con dirigentes competentes. Las cosas saldrán mejor o peor, pero si se tuercen será porque se han tomado decisiones erróneas, no porque el club sea organizativamente una piltrafa. La rapidez, sólo mil días, con la que el Betis ha permutado las sombras por luces ratifica el acierto de sus dirigentes, pero también la potencialidad de un club capaz de reunir a 50.000 personas un lunes por la noche para ver a su equipo contra el colista. El Betis es sorprendente, tan increíble que allí hasta las promesas electorales se pueden llegar a cumplir.

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