DELIRIUM TOPIC
#Cerveza en paz
Sigan dándonos lecciones, queridos chicarrones. Con el acento, con la cultura, con todo lo que se les ocurra. Pero por lo menos déjennos beber cerveza en paz
Si eres andaluz, y de acento cerrado como es mi caso, no sólo te toca aprender a encajar las sonrisas que provocas cada vez que tienes que abrir la boca en Madrid o Barcelona —lo llamo el complejo Moranco: uno tiene siempre la sensación de haberse transfigurado en César Cadaval—; si además eres escritor, es imposible que logres deshacerte de la pegajosa sospecha de estar usurpando un espacio que, no sé sabe por qué lógica de las latitudes, debería de pertenecerle a otro. El talante sureño que muchos desprecian pero que yo llevo a gala me hace observar estos desdenes con distancia, como estúpidos prejuicios de la geometría mal entendida (arriba igual a bueno, abajo igual a malo). Pero donde me enciendo de verdad es cuando la condescendencia se traslada a la cerveza.
Vengo asistiendo desde hace años a la proliferación de cierta corriente crítica que desdeña la bendita Cruzcampo por considerarla una cerveza menor, insípida, demasiado ligera para espíritus con verdadero temperamento alcohólico. Las críticas, claro, provienen en su mayor parte de madrileños o de catalanes: chicarrones mesetarios y norteños de aires capitalinos que aprovechan la más mínima ocasión para bromear con el carácter inocuo de la cerveza del sur.
No voy a enarbolar ninguna bandera, precisamente porque soy andaluz y esas categorías de orgullo no forman parte de mi escurridizo ADN. Pero sí diré, aquí, bien fuerte, que todavía no he probado en Madrid —y ya son años— ni una puñetera cerveza que no me pareciera un batido rematado por baba de camello, y que en Barcelona en lugar de cerveza sólo saben servir sopas frías.
Sigan dándonos lecciones, queridos chicarrones. Con el acento, con la cultura, con todo lo que se les ocurra. Pero por lo menos déjennos beber cerveza en paz.
