Todo un mar de 'pescaítos'

La política es una forma ideológica que centra el poder en un grupo de personas en las que la ciudadanía deposita su confianza

Antonio Ares

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La política es una forma ideológica que centra el poder en un grupo de personas en las que la ciudadanía deposita su confianza, y que tiene como fin último velar por las garantías y solucionar los problemas de la población, y si puede proporcionarle algo de felicidad.

La clase política es una cosa bien distinta. Son gente aprovechada que busca cualquier resquicio u oportunismo para sacar un rédito que les perpetúe en el poder. En estos días hemos asistido a un espectáculo lamentable, ejemplo de la talla moral de nuestros gobernantes. Da igual las siglas con las que nos hayan defraudado sus promesas. Todos nuestros representantes en la Cámara Baja han realizado una de las acciones más ruines que se puedan llevar a cabo. Aprovechar el dolor ajeno para sacar tajada electoral. Apuntarse tantos sin importarles que las monedas de cambio sean un «pescaíto», unos hermanos o una joven. Asistir a la manipulación del dolor del alma es poner los mimbres para que la venganza pase de ser un acto individual reprobable y que se sirven plato frío, a convertirse en una especie de bullicio colectivo al que se acude cual espectáculo abominable en plaza pública.

«Pescaito» fue capturado en las redes de una bruja malvada, consiguió escapar con el alma alegre y ahora intenta sobrevivir entre tiburones. En estos días nuestro corazón tiene un cierto olor a «pescaíto». Procuremos que ese aroma salobre no se nos vaya, aún quedan muchos «pescaítos» por rescatar.

Recientemente la Fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo) ha presentado su Estudio sobre la Evolución de la Violencia en la Infancia en España según las Víctimas (2009-2016). En tan sólo unos pocos años, los casos de violencia en la infancia y adolescencia se han multiplicado por cuatro. Las tasas anuales se incrementan a un ritmo del 300%.

Violencia de género, maltrato psicológico, violencia escolar, maltrato físico, abusos sexuales, agresiones familiares, abandono, todo un corolario de vejaciones que hacen poner en duda la racionalidad del ser humano. La edad media en la que la víctima empieza a sufrir las agresiones se sitúa alrededor de los nueve años, siendo el entorno familiar el escenario en el que se llevan a cabo. Este entorno íntimo, silencioso y sin testigos hace que se tarde más de dos años en describirse qué algo está provocando que la crianza haya perdido esa sonrisa y vitalidad que la caracteriza. Detrás de cada mujer maltratada, de cada víctima de violencia de género hay víctimas inocentes que se convierten en meros daños colaterales. A una víctima que crece con el diálogo de los golpes y puñetazos, que es objeto de abusos, aprende que la violencia, en todas sus formas, es el único instrumento para resolver conflictos, o por el contrario vive su existencia con ultraje, temor y aislamiento. Los agresores están en el entorno familiar más cercano, padre y madre, y lo que es peor, que en más de la mitad de los casos son ambos los que sin remordimiento se ensañan con la imberbe víctima.

Solucionar este tipo de violencia requiere de una intervención transversal que no esté sometida a vaivenes políticos. Y mucho menos a que se la trate con oportunismo. Lo de Getafe no tiene nombre.

«Cualquier pescaíto debe ser especie protegida».

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