Julio Malo de Molina

Pies de mariposa

Las mejores cosas suceden cuando menos las esperas

Julio Malo de Molina
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Las mejores cosas suceden cuando menos las esperas. Como la visita por sorpresa que me regaló hace unos días Berta Zambrano, antigua compañera de las correrías universitarias de mi generación, a la cual algunos llaman «del 68». Tal vez porque ese año la liamos parda en Madrid, cuando tanto Berta como yo éramos apenas unos chiquillos recién salidos del colegio religioso de turno. Ella pasa unos días de veraneo en Zahara y allí se encontró con otro veterano de las viejas barricadas, quien le contó que yo me había refugiado en la vieja ciudad de Cádiz pero él no sabía cómo localizarme, así que Berta se las arregló... y vaya subidón al escuchar a través de mi móvil su voz grave y perfectamente reconocible aunque no hablábamos desde hace unos treinta y tantos años.

No conocía mi ciudad de adopción, tampoco ninguno de los libros que yo había escrito sobre ella. Pero cuando acudió a nuestra cita en Plaza Candelaria llevaba ya en la mano ‘Cádiz, Un Paseo, A Journey’, mi última obra, a la que tengo mucho apego pues la redacté por encargo de Ediciones Mayi y durante su preparación mi editora Ana colaboró con devoto entusiasmo hasta el punto que siempre comento y no por halago que ella debiera figurar como coautora. También observé las sandalias con alto tacón de fina aguja que exhibía Berta, las uñas pintadas en rojo intenso, su elegante vestido verde, y el sutil maquillaje de sus ojos rasgados. De joven usaba mocasines, jeans y camisetas sencillas, prendas más adecuadas para correr delante de los grises de a caballo que nunca consiguieron alcanzarla con esas largas vergas que empleaban para dispersar las concentraciones estudiantiles.

Estaba muy guapa y pensé que las mujeres bravas mejoran con la edad. Recordamos aquel 18 de mayo de 1968 cuando después del recital de Raimon miles de estudiantes nos manifestamos durante horas en el barrio de Argüelles y otras zonas de la ciudad, lo cual siempre conduce a la canción de Ismael Serrano: ‘Papá cuéntame otra vez’. Pero a Berta y a mí realmente nos interesaban otras cosas en la magia de la noche gaditana de fresco poniente sentados en el agradable velador de la recoleta plaza la cual –expliqué– se abre sobre el solar de un convento derribado por el Ayuntamiento cantonalista de Fermín Salvochea en 1873. Le señalé el monumento al presidente de la Primera República Emilio Castelar que conserva la placa de exaltación republicana fundida por el Consistorio de 1934 y que sobrevivió a la época franquista. Comentamos el bello edificio con fachada de fundición y vitrales que fue restaurante el XIX, las pérgolas, las buganvillas y las fuentecillas donde se bañan los jilgueros, pero sobre todo las turbulencias de la brisa marina que llega desde La Caleta.

Al terminar la velada ella preguntó por mi casa, le dije que estaba muy cerca y añadí: «especialmente cerca pues la ciudad amurallada es chiquita y podría ser una ciudad peatonal». Entendí que quería acompañarme y la cogí de la mano, pero ella me dijo: «en tu casa, por las calles prefiero que no me toques». Entonces recordé una reflexión del personaje que protagoniza ‘Ulrica’, el único cuento de amor de Borges: «Para un hombre célibe entrado en años, el amor ofrecido es un don que ya no se espera, el milagro tiene derecho a poner condiciones». Berta se quitó las sandalias con elegancia y caminó descalza hasta alcanzar mi humilde hogar gaditano.

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