Julio Malo de Molina

Nemo propheta in patria

Es el nombre que Alvar Aalto dio al barco que diseñó para él mismo

Julio Malo de Molina
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Es el nombre que Alvar Aalto dio al barco que diseñó para él mismo. Muestra del pesar de un arquitecto finés que no se consideraba valorado en su propia patria. Pese a su excelente obra que causaba admiración en todo el mundo y hoy está declarada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad: el Sanatorio de Paimio (1933), la Biblioteca de Vipuri (1934), o Villa Mairea (1937). Los arquitectos españoles comprometidos con un oficio poco apreciado por estos andurriales si al menos pudiéramos hacernos con una barca caletera debiéramos llamarla así con mayor razón, sobre todo después de que la Bienal de Venecia ha otorgado el León de Oro al pabellón español en la exposición de arquitectura más conocida.

Mediante propuestas primorosas y sostenibles que no interesan aquí ni a los poderes públicos ni a la demanda privada que se desenvuelven entre la arquitectura mediática de alto costo y el pastiche de gusto vulgar. La aportación española se titula ‘Unfinished’ ( ‘Sin acabar’) y plantea dotar de un nuevo sentido social a la disciplina mediante una amplia muestra de proyectos y obras recientes que entienden la arquitectura en constante evolución y al servicio de la gente.

La decimoquinta edición de la Bienal de Venecia se celebra desde el pasado 28 de mayo y hasta el 27 de noviembre. En esta ocasión apuesta por propuestas y proyectos para los débiles de la Tierra. Su comisario el chileno Alejandro Aravena acaba de ganar con sólo 48 años el Premio Pritzker, considerado el Nobel de la arquitectura, mediante una obra que él mismo considera inspirada en la sabiduría de las favelas y de los barrios marginales, destacando su proyecto ‘Quinta Monroy’ para alojar cien familias desfavorecidas. Por eso, además del máximo galardón otorgado a la participación española, se han premiado trabajos como: las escuelas prefabricadas de la selva peruana que llevan la arquitectura al Amazonas preservando su cultura, al nigeriano Kunlé Ademy por sus escuelas flotantes, la poética de las casas populares de Japón, y sobre todo la trayectoria social del brasileiro Paulo Mendes da Rocha.

Iñaki Carnicero y Carlos Quintáns, comisarios del pabellón español a quienes el primer ministro italiano Matteo Renzi entregó el León de Oro el pasado sábado, han seleccionado una extensa serie de proyectos que responden desde la sensatez y la calma, tanto a los excesos del poder político como a los desmanes de la especulación inmobiliaria. La exposición ha logrado tan notable distinción ya que el jurado de la Bienal ha valorado esta manera pulcra y didáctica de mostrar cómo a través de la creatividad y del compromiso se pueden superar las limitaciones materiales. La arquitectura española sorprende en Venecia y no es por casualidad, son ya unas cuantas generaciones de profesionales los que hemos ido bebiendo de las fuentes de maestros como Sota, Coderch, Oiza, Fisac, Corrales, Casariego y Zanón; arquitectos que nos han dejado una extraordinaria obra realizada con medios muy precarios. En la primavera de 1968, coincidiendo con las de Praga y París, Alvar Aalto termina la Biblioteca de Rovaniemi, a la par que Laorga y Zanón culminan la gaditana Escuela de Náutica, dos muestras del mejor Movimiento Moderno al final de su etapa canónica. Ese mismo año comienza la Escuela de Enfermería de Jiménez Mata, otro gran edificio de ese estilo que fue demolido hace poco sin que a nadie le sorprendiera. Y es que los arquitectos de Cádiz también podemos lamentar no ser profetas en nuestra patria.

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