Montiel de Arnáiz

El espíritu de Las Ramblas

En ocasiones aludíamos al espíritu de Ermua cuando queríamos referirnos a la solidaridad del pueblo español

Montiel de Arnáiz

En ocasiones aludíamos al espíritu de Ermua cuando queríamos referirnos a la solidaridad del pueblo español, pero Ermua está ya lejos en el tiempo y el recuerdo, que como sabemos son primos mal avenidos. El enemigo común ha unido siempre a los vecinos forjando lealtades más consistentes que los reales matrimonios de conveniencia, pero tras el atentado de Barcelona y su réplica sofocada en Cambrils lo peor de cada casa ha salido reptando de las alcantarillas, fétido y repugnante: nuestro verdadero ser. Quizás el problema sean las ascuas y las sardinas, este eterno período de lucha preelectoral en el que navegamos cada día. O quizás sea que conformamos un pueblo cainita y bucanero, revanchista e íbero: los supervivientes.

Tras un ataque frontal a nuestras vidas, nuestras capitales, nuestro turismo y nuestra democracia pasa al contrario que en los naufragios, que las ratas se suben al barco y piden la vez para ponerse a remar. Porque ratas son, de la peor calaña, quienes aprovechan el terror para hurgar en la hez como quien holla un boquete en la arena. El atentado de Las Ramblas ha desatado esas pasiones intestinas que todo español lleva dentro: la ira, la venganza, el odio a lo desconocido y al coetáneo. La sangre, como el fuego, se combate con sangre; esa es la teoría, aunque difícil de llevar a la práctica en una sociedad occidental que se precie de ser democrática.

Hoy quiero decirle a esas ratas, a esos seres podridos, que no comparto su bilis, que la detesto. Ni fachas ni rojos, ni moros ni cristianos, ni homófobos ni feminazis, ni catalanes ni madrileños: en realidad todos somos lo mismo en función del sol que caliente nuestras cortas vidas vinculadas a una guerra civil de hace cien años y exacerbadas por unas redes sociales que han quitado las caretas a la chusma, a la indigencia mental, a la pobreza del espíritu. Por eso, y sin pretender ser San Francisco de Asís o flautista en Hamelín, le digo hoy a las ratas que miren a los que dieron su vida por otros en Barcelona, a los que la arriesgaron, a los humanitarios que no grababan víctimas con el móvil. Ellos son nuestro ejemplo, el espíritu de Las Ramblas: el de la bonhomía y el respeto.

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