David Gistau

Pimpinela

Estas tiranteces a lo Pimpinela mantienen muy entretenidos a los imitadores de los «shows» de televisión

David Gistau
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LA salida del escenario público de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) está siendo tan excéntrica que incluso algunos artistas y políticos adscritos a la militancia K que se cohesionó alrededor del ataúd de Néstor dicen de pronto que tendrían que haberse dado cuenta antes de que «esta mujer no está bien». En efecto, prefirieron no verlo mientras CFK conservó la capacidad proveedora. Y ello a pesar de que no faltaron síntomas por los que alarmarse, tales como sus largas desapariciones cuando un acontecimiento la ponía bajo presión hasta bloquearla u ocurrencias como decir, durante una reunión del Justicialismo en Olivos, que la corriente de aire que abría la puerta de la terraza era en realidad el ánima de Néstor incorporándose para participar: «Él entró y lo sentí».

El nuevo presidente Macri, que se arriesga, los próximos años, a encontrarse por los pasillos de la residencia presidencial a CFK en bata y con crema en la cara si ésta lleva a semejante extremo la renuencia a abandonar el poder, debió de quedarse desconcertado cuando una conversación entre presidentes saliente y entrante derivó a un tono tan autoparódico como para que ella le dijera a él que en cuanto colgara destruiría todas las flores que le había hecho plantar para embellecer el jardín del cual se disponía a tomar posesión.

El origen, más bien el pretexto, de este bronca cada vez más enrarecida fue el lugar donde oficiar el traspaso. El Congreso, decía ella, la Casa Rosada, prefería él. La diferencia es gigantesca. La Casa Rosada garantizaba privacidad y por ello Macri quería irse allí para esquivar una emboscada que le había tendido el kirchnerismo en el Congreso, donde las tribunas de público iban a ser ocupadas por militantes de la Cámpora dispuestos a abuchear y a corear cantitos partidarios como en un estadio. Macri habría entrado en su presidencia en medio de su primera operación de sabotaje, una bronca fenomenal que habría reducido al ridículo su pretensión de reconciliar la sociedad argentina después de que la militancia K la polarizara a base de tratar a los adversarios políticos como a enemigos de la patria en una tensión que fue haciéndose paranoica.

CFK está procurando que su salida del poder no parezca la que resulta de perder unas elecciones, sino de caer derrotada en una guerra reaccionaria. Ello forma parte del plan general de desacreditación democrática de la victoria de Macri, personaje a quien ansían transformar en quebradizo y temporal, así sea usando contra él todos los mecanismos del Estado, servicios de inteligencia incluidos, que permanecen en manos del peronismo y mantienen intacta la habilidad para lograr que los presidentes que agredan su sentido patrimonial del país terminen saliendo de la Casa Rosada en helicóptero. Mientras, estas tiranteces a lo Pimpinela, nunca vistas entre presidentes, mantienen muy entretenidos a los imitadores de los «shows» de televisión.

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