Isabel San Sebastián

Pendulazo sexual

Hazte Oír y Chrysallis caen en el mismo error al utilizar a los niños en su pugna

Isabel San Sebastián
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En el transcurso de mi vida la sexualidad ha pasado de ser un tabú inquebrantable a enarbolarse a toda hora cual tarjeta de visita. ¡Con lo que luchó mi generación para colocar esa circunstancia en el ámbito de normalidad que le es propio! Muy poco ha durado el fruto de nuestro esfuerzo.

No me ha gustado la campaña del autobús (" los niños tienen pene, las niñas vulva"), como tampoco la de las marquesinas navarras y vascas ("niños con vulva, niñas con pene") a la que pretende responder. Dicho esto, no veo en esas palabras incitación alguna al odio y defiendo sin restricciones el derecho de Hazte Oír a poner en circulación al portador de su mensaje, tanto como el de la asociación de familias de menores transexuales Chrysallis a colgar sus carteles en las paradas del transporte público.

La libertad de expresión se sitúa en el vértice de mis convicciones, junto a la certeza de que toda vida humana es sagrada desde el mismo momento de su concepción. Proclamen pues ambas organizaciones lo que estimen oportuno y acepten que, en opinión de muchos, incurren en el mismo error grosero al convertir en instrumentos de su pugna ideológica a los menores inocentes a quienes dicen querer proteger.

Desde mi punto de vista, un niño o un hombre es muchísimo más que un pene y una niña o mujer infinitamente más que una vulva. Reducir la identidad de una persona a su sexo, o cuando menos convertir ese sexo ("género", recoge ahora el diccionario de lo políticamente correcto) en el principal rasgo identitario de esa persona, es tanto como amputarle la complejidad inherente a su mente o espíritu. Reducirla a su faceta más animal, privándola de libre albedrío, talento, imaginación, creatividad, individualidad. Cosificarla. Un ejercicio tanto más pernicioso cuanto menor es la edad y capacidad de abstracción de los llamados a entender el significado de esas campañas.

¿Dispone un niño de seis, siete u ocho años de las herramientas necesarias para procesar correctamente lo que pretende enseñarle eso de "los penes" y "las vulvas" convertido en reclamo para sus ojos? Lo dudo mucho. Pero preguntarán cuando vean y resultará muy difícil explicárselo. El universo en esa etapa de la vida es algo mucho más sencillo, sujeto a una lógica primaria aplastante. La referencia por excelencia de los pequeños en ese momento son todavía los padres, y es a ellos a quienes corresponde explicar el sentido profundo del término "sexo", de acuerdo con sus creencias. Así lo recoge, de hecho, en su artículo 27, la Constitución, redactada en uno de los breves paréntesis de moderación que ha conocido la historia de España. El trabajo de la escuela, en esa fase, debería ser educar en tolerancia, respeto y aceptación natural de la diferencia, cualquiera que sea su manifestación. Tiempo tendrá en los cursos correspondientes a la adolescencia, cuando los amigos y compañeros asuman un papel protagonista en la determinación de la conducta, para sumar a ese currículo toda la información relativa a la experiencia responsable y segura del sexo, los métodos anticonceptivos disponibles, los riesgos inherentes a determinadas prácticas, etcétera. Cada cosa, en su momento y correspondiente ámbito, asumiendo que el propio de la niñez es indiscutiblemente la familia. Ni las marquesinas ni los autobuses.

Hemos pasado en cuatro décadas de la censura al exhibicionismo, de las muñecas de trapo a los disfraces de enfermera sexy, de la "elegetofobia" a la "elegetofilia" impuestas, sin apenas detenernos en ese espacio intermedio donde habita la virtud. Lo nuestro son los dogmas, el pensamiento único, la ingeniería social… y por supuesto la hoguera para quien se atreva a discrepar.

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