Otros en prisión, él en Bruselas

Puigdemont no pierde mucho tiempo en negar los delitos, sino que dice haber actuado por mandato democrático.

Hughes .

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Puigdemont reaccionó al auto de la juez Lamela con una intervención grabada para TV3, canal público que sigue difundiendo los discursos de un cesado, en la que "exigió" libertad para los encarcelados, se dijo presidente "legítimo", y anunció una "represión larga y feroz", con "ira" incluso, del Estado español. Llamó a la población a "combatir"; en paz y con respeto, pero a combatir. Un lenguaje incendiario.

Puigdemont no pierde mucho tiempo en negar los delitos, sino que dice haber actuado por mandato democrático. La distorsión de lo que se entiende por democracia es constante. Mencionan lo que vulneran. Llaman urna a una fiambrera y democracia a un golpe. Se lo mandaron los votantes, es verdad, pero los suyos, su facción, su "Cataluña", para imponérselo al resto de catalanes y españoles violando normas suyas y de todos.

España tiene un problema real: entre uno y dos millones de personas, tan respetables como equivocadas, se creen con derecho a imponer a los demás un Estado "propio", y tienen a este singular individuo por ayatolá circunstancial. A veces parece un problema casi religioso, como el de una minoría fundamentalista.

Puigdemont es un producto bastante conseguido del romanticismo catalán. La gente no lo toma en serio, pero tiene rasgos de iluminación autóctona profunda. A sus presumibles delitos se les busca un acomodo legal en la rebelión o la sedición, figuras no tan fácilmente invocables y que suenan a otro tiempo, pero hay un daño que se escapa al Código Penal. Porque esta estrategia del "Cuanto peor, mejor", triunfante ayer, ¿será juzgada algún día? Es dudoso. ¿Están tipificados los actos que se sabía iban a dañar la economía, la imagen del país, o la estabilidad general?

La estrategia a veces no confesada de pulso, de erosión, de deterioro del lenguaje y el entendimiento, de empeoramiento progresivo, de daño a las instituciones, ¿esto se juzgará algún día? En cierto sector independentista funcionó siempre la idea de poner en riesgo la economía española. Lluís Llach, que por increíble que parezca alguien es, lo dejó caer ayer en un tuit: "Huelgas y paros que afecten mucho a los otros, y poco a nosotros". Baños habló de "parar el país". Cuanto peor, mejor. Unos odian a España; los otros, el sistema capitalista y el métrico decimal.

Pero el daño a la imagen comercial, a la inversión, a las cotizaciones o a la deuda, ¿esto quién lo paga?

Su estrategia debería empezar a cuantificarse en euros. No responderán por ello (¡querrán cobrarlo incluso!), pero quizás los economistas supremacistas puedan descontarla algún día de su "balanza fiscal".

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