Editorial ABC

Nicolás Maduro se instala en la ilegalidad

Convocar una Asamblea Constituyente es un burdo intento de golpe de Estado para tratar de retrasar el definitivo fin del chavismo, algo que hace tiempo que resulta inevitable

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Nicolás Maduro es la peor caricatura de un Nerón que contempla cómo arde Roma mientras acaricia su lira, la antítesis de un administrador responsable. Por decirlo en términos más prosaicos, ha perdido el juicio. Su decisión de convocar una Asamblea Constituyente es a todos los efectos un burdo intento de golpe de Estado para tratar de retrasar su caída, algo que, a la vista de cómo ha dejado al país, hace tiempo que resulta inevitable. Maduro ha obstaculizado de forma ilegal la celebración de un referéndum revocatorio para evitar la convocatoria anticipada de elecciones presidenciales, luego hizo que los jueces a su servicio ordenasen la inhabilitación de la Asamblea Nacional y, tras el escándalo que provocó tamaño desafuero, y después de retorcer todos los argumentos jurídicos, ahora pretende que una asamblea elegida por él elabore una nueva Constitución para Venezuela, sin molestarse en justificar por qué cree que la actual -redactada por su venerado mentor como elemento fundacional de la pretendida revolución bolivariana- ha caducado.

¿Acaso piensa que la nueva puede entrar en vigor sin ser aprobada en un referéndum que obviamente perdería?

Uno de los elementos que conviene analizar de la situación que atraviesa Venezuela es el grado de alienación que, en menos de dos décadas de chavismo, ha provocado la tenaz maquinaria de infiltración totalitaria. Para cualquier espíritu razonable, no puede haber ninguna duda de que todo lo que hace Nicolás Maduro se reduce a gestos insensatos, ilegales y dañinos para Venezuela. Sin embargo, incluso cuando recurre a estas gestualidades en la agonía de su régimen hay una parte de los venezolanos -y de la opinión pública de muchos países, España incluida- que insiste en sostener la legitimidad de acción del sucesor de Hugo Chávez o que la asumen como algo natural, por pernicioso que sea. Cada vez que el chavismo silenciaba a un diario o a una cadena de televisión estaba preparando este momento, en el que los mecanismos racionales de defensa de una sociedad libre han sido anulados y no queda más que la protesta física en las calles. Por desgracia, todos los días mueren venezolanos en unas manifestaciones que son ya el único camino que ese Nerón desquiciado les deja para defender su libertad y su futuro.

Nicolás Maduro deberá pagar por todo el dolor que está infligiendo a los venezolanos, y también aquellos que han aplaudido sus despropósitos y sus locuras cuando tenían en su mano la posibilidad de haberlo impedido. En Venezuela, la lealtad y el patriotismo pasan ahora por impedir que Maduro, instalado en el peor golpismo, siga destrozando al país y a sus habitantes.

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