Jerez

La 'Metáfora' de Olmo se hace danza

El coreógrafo sale triunfante gracias a un inspirado espectáculo y a una acertada selección del reparto, con una Rocío Molina y Pastora Galván con luz propia

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Rubén Olmo ha asumido el rol de director del Ballet Flamenco de Andalucía con pulso y paso firme. La expectación por ver cómo el coreógrafo sevillano resolvería el trance de convivir con la alargada sombra de Cristina Hoyos, se tradujo en una excitación que se podía palpar en el ambiente.

La apuesta se sostenía sobre unos pilares tan sólidos como heterogéneos. La indudable maestría de Rubén, la música compuesta por Diassera y Carmona, un cuerpo de baile talentoso y afinadísimo. Y sobre todo, la aplastante evidencia de que Pastora Galván y Rocío Molina pueden dar un sobresaliente a cualquier espectáculo en el que participen.

Sobre el devenir del espectáculo hay que destacar la propuesta dual de coreografías y músicas. Rubén ha elegido armar un animal bicéfalo, con un rostro curtido por los filos del flamenco y otro suavizado por la danza clásica y española.

Para la primera cara de esta Metáfora, David Carmona había diseñado una partitura guitarrística, que si bien se cargaba de los evidentes ecos de Manolo Sanlúcar, no dejaba de ser de un belleza indiscutible. Para las bulerías con aires marineros, el cuerpo de baile masculino se ajustó a la melodía sin caer en la tentación de mandar sobre la sonanta de Carmona.

Por cantiñas, Rubén Olmo homenajeó a la escuela sevillana de baile, y concretamente a su más insigne abanderada, Matilde Coral. El despliegue de mantones y colas de las seis bailarinas, coloreó de celeste el Teatro Villamarta, en una cuidada coreografía que mejoraba el trabajo que por guajiras realizase el coreógrafo en su anterior espectáculo, 'Tranquilo Alboroto'.

Pastora Galván se presentó llena de curvas y de descaro, para que las pupila del espectador se apreciase el tornasol de su traje rojo.

La taranta, 'En sueño', hicieron brillar tanto a Patricia Guerrero como a David Carmona.

La bailaora se gustó y embelesó con una limpieza de líneas notable y una precisa mezcla de técnica y deleite. El guitarrista armó en sus dedos un exquisito viaje al flamenco más lírico.

Pastora volvió a la carga por jaleos. Puso un pie en Triana y el otro en Kerala. Con la misma soltura vino a agarrase el refajo o a insuflar aires de Kathakali al movimiento de las manos. Sin dejar de lado la 'galvanización', asumió el papel de bailaora corralera que ya le brindase el éxito en su 'Pastora'.

En respuesta a los aires de la orilla oeste del Guadalquivir el cuerpo de baile se dio a la fiesta por tangos y Pastora ni corta ni perezosa se dejó arrastrar por la fiesta.

Telón y descanso mediante, Rubén se dejó ver en las tablas acompañado por la Orquesta de Córdoba en un ejercicio de danza clásica y descaro jondo. Tránsito hacia la rotación de la cara del espectáculo. Un tránsito enorme, por otra parte, una evidencia de encontrarnos ante una de las figuras más importantes de la danza clásica en la actualidad.

Sin tiempo para respirar, el cuadro de baile viró su intención hacia la danza lírica consiguiendo que la orquesta se acomodara a la flexibilidad del flamenco sin muchos problemas. La escuela bolera tuvo su momento álgido en una coreografía con aires de coro griego y por si fuera poco las castañuelas evocaban efluvios cretenses en el ambiente.

Rocío Molina volvió a parar el tiempo. Casi sin un golpe se dejó volar, se balanceó y giró como si estuviese hecha de humo. Un portento, una vez más. Tan solo su baile justifica el precio de la entrada.

El final arrastró ecos de Falla entre compases de amalgama festera, en una fiesta negra, una danza de una belleza casi épica.

Rubén ha dirigido, coreografiado y bailado con éxito en su puesta de largo. Ni un 'pero'. Un lección de baile.