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Domingo, 2 de abril de 2006
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SOCIEDAD
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24.000 almas y un torero
La Plaza de Toros de las Ventas registró un lleno histórico para tributar el homenaje del mundo del Toro al matador jerezano 'Rafael de Paula'
Apabullado por los flashes de las cámaras, Rafael de Paula salió sin acelerar el paso del patio de cuadrillas por el callejón, con las mejillas plantadas de besos, más de cien abrazos a cuestas y el corazón encogido.

Tras años en la oscuridad de su privadísima y misteriosa vida, enclaustrado en las luces y sombras del torero antiguo de infinitas dimensiones, El Paula se había decidido a recibir el homenaje de todos a los que, algún día y por sorpresas de la vida, se les fundieron los plomos de los sentimientos con su media verónica.

«Estoy más nervioso que cuando iba a torear», se le escapó, escoltado por su hijos Jesús, Rafael y Bernardo, y los matadores Joselito y Morante de la Puebla. Hasta el monosabio le pidió un autógrafo mientras la muchedumbre ya se adivinaba en los tendidos blancos del sol de primavera. No le quedaba otra y salió de su burladero ante una ovación cerrada; traje azul curzado, zapato reluciente, sombrero de ala ancha y camisa blanca con ribetes. «Quieto, ahí está», se dijo en el tendido del 8 cuando Rafael Soto Moreno, El Paula, removió aquellos fondillos sentimentales nada más poner un pie en la arena y se arrancó con su andar pesado -signo inequívoco de sus rodillas desvencijadas por el tiempo- hasta la raya del tercio. Sin levantar la mirada, fue asimilando que su nombre había puesto el cartel de No hay billetes en la primera plaza del mundo, un hecho histórico si se tiene en cuenta que se trataba de un festival.

«Ahí está un torero». Con la parsimonia de su capote, pianíssimo como siempre, hizo la cruz en la arena con la punta del zapato para cruzar con decisión las rayas blancas y la frontera de la sombra hacia los medios con decisión. P'alante como si su ilusión fuese, como dijo aquél, en la misma dirección del tiempo pero en sentido contrario. Y sin levantar la vista anduvo sesenta pasos más -uno por año de alternativa desde que se hiciese matador en Ronda en 1960-, hasta el centro del ruedo, ante una ovación cerrada que sonó a rendición de honores entreverado con gritos de «torero, torero» y vellos de punta.

Sombrero y pañuelo

Allí estaba el mito, en el centro geométrico del planeta de los toros, en el momento en que todo se le vino encima, solo en compañía de muchos. En una mano, el sombrero gris y un pañuelo blanco doblado en la otra, secándose lagrimas de niño viejo. A la vuelta del saludo se abrazó con Joselito y Morante de la Puebla, que habían vuelto expresamente a Las Ventas para rendir homenaje con el nombre de la Fundación Joselito y el apoyo de mil amigos.

Tardó en volver al refugio de las tablas exactamente dos apretones de compañero y profesor con sus partenaires de ruedo. Salió el primero de El Vellosino y Joselito se lo brindó al maestro. Lo más grande de la tarde había pasado. Ya poco importaba el resultado artístico de una tarde que hubo voluntad de que todo saliese bien.

Las 24.000 almas que habían ovacionado al Paula ya tenían lo que habían venido a ver y a sentir. Hasta las carreras de los bueyes de Florito y las dolorosas devoluciones del toro de Gavira y el de Daniel Ruiz, el pobre resultado artístico y lo que pueda venir. Hasta se borró de los discos duros, o al menos se sintió con dolor más dulce, la espinita de aquella tarde de Jerez, cuando el torero gitano se arrancó la coleta al venirse abajo la utopía de lidiar sin rodillas, y dejó a los tendidos con una nostalgia que no se sacudieron hasta ayer. Porque ayer mismo en Madrid todos -hasta los acomodadores asomados con su gorra de plato y el camarero de la barra de 8, que se dio una buena carrera-, habían visto al dios del capote hacer el peculiar paseíllo hasta los medios de sus recuerdos. Si de las corridas históricas se sale toreando, de la de ayer salieron andando las 24.000 almas, queriendo imitar el andar torero de el Paula en su viaje vital que le había llevado, como dijo Santa Teresa, «de su sombra a su sol». Todo en 60 pasos.



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