Operación antiterrorista ayer en Molenbeek, en el centro de Bruselas
Operación antiterrorista ayer en Molenbeek, en el centro de Bruselas - AFP

Viaje al gueto del yihadismo europeo

Un niño que paseaba ayer por el barrio bruselense de Molenbeek preguntaba asombrado: «Papá ¿por qué hay tanta Policía?»

BRUSELAS Actualizado: Guardar
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Bruselas es una ciudad donde convive gente de cualquier procedencia. La mejor manera de verlo es darse una vuelta en metro. Sin embargo, a medida que el trayecto se acerca a la estación «Conde de Flandes», en pleno centro del barrio de Molenbeek, se produce un fenómeno particular. Si antes se escuchaba hablar sobre todo en francés o en ingles entre los viajeros, de repente el árabe se convierte en la lengua que habla todo el vagón. Y cuando sale uno a la superficie, creería encontrarse en una especie de versión dulcificada de Marruecos. La farmacia es la «Farmacia Meriem», la tienda de alimentación se llama «Assouak Assalam», la tienda de muebles vende muebles «tradicionales», es decir, de estilo marroquí, y frente al ayuntamiento, el establecimiento más frecuentado es uno que vende hijabs para que las mujeres se cubran la cabeza, y toda clase de literatura religiosa musulmana en francés y en árabe, incluyendo libros de autoayuda para resolver problemas de pareja.

En el supermercado de al lado atiende un ferviente practicante, de los que lucen con orgullo un moratón en plena frente para que la gente sepa que lleva a cabo a conciencia las cinco oraciones diarias y que no disimula cuando se postra contra el suelo en las plegarias. Es el primero que sale corriendo sin cerrar siquiera las puertas de la tienda cuando ve las cámaras de los periodistas que rondan la plaza del Ayuntamiento agolparse frente a la puerta del número 30, donde vive la familia de Abdesalam Salah, el hombre más buscado del mundo en estos momentos, y de su hermano Ismail, que es uno de los terroristas muertos en los ataques del viernes en París.

Surrealismo

El que aparece en la puerta es Mohamed, otro de los hermanos, que se parece como dos gotas de agua al Abdesalam que está en los carteles de búsqueda que ha publicado el Gobierno francés. Mohamed es funcionario del ayuntamiento de Molenbeek desde hace una década y aunque el sábado había sido detenido por la policía federal belga, ha sido puesto en libertad porque dice tener una coartada «de hierro» para justificar que el viernes no estaba ni en París ni en Francia. Y también dice que no sabe dónde está su hermano, al que la policía detectó huyendo hacia Bélgica, ni sabe por qué los dos se han enrolado en una operación yihadista, a pesar de que difícilmente podía ignorar que al menos Abdesalam había estado en Siria combatiendo al lado de los fanáticos del Estado Islámico.

Mientras Mohamed habla desde el quicio de su puerta para decir que sus padres están «muy afectados» y que «piensan sobre todo en las víctimas», por allí pasan gentes vestidas con todo tipo de estilos. Es decir, hay mujeres que llevan la cabeza cubierta —muchas— y hombres que prefieren la chilaba. Probablemente es la manera de distinguir a un inmigrante maduro que se resiste a abandonar sus hábitos vestimentarios marroquíes, de uno de los habitantes más jóvenes o incluso de mediana edad que nacieron en Bélgica y que como Omar, que regenta la tienda de ropa musulmana «pret a porter» que ha llamado «Salam», cree que «los musulmanes ahora no podemos ni saltarnos un semáforo, porque nos van a estar controlando al milímetro».

Molenbeek no es el único barrio de Bruselas donde hay una fuerte proporción musulmana. Schaerbeek o Anderlecht son otros distritos del centro abandonados por los belgas desde hace años y ocupados ahora por inmigrantes magrebíes. El problema particular de Molenbeek es que es uno de los que tuvo desde el principio una mayor militancia política integrista. Y de hecho, aquí hay un concejal de un partido radical llamado sin disimulo «Islam», por lo que el ayuntamiento se ha convertido en poco confiable para las fuerzas de seguridad, que no comparten lo que saben con la policía municipal. Poco a poco las calles de esta especie de Casablanca belga han ido escapando del control de las autoridades. También los radicales son astutos y hasta ahora han preferido cometer sus atentados en otra parte, para no atraer el interés de la policía.

Ayer, sin embargo, los habitantes de Molenbeek supieron que estaban en medio de algo muy grave, cuando los grupos de élite tomaron posiciones en algunas calles ordenando con los megáfonos que saliesen a las ventanas mostrando sus manos, mientras los agentes entraban por el tejado. «¿Va a haber una bomba?», se preguntaba una anciana marroquí medio en broma medio en serio ante tanto revuelo provocado por la combinación de sirenas y antenas parabólicas de las televisiones de media Europa.

Lo cierto es que a pesar de todo, cuando llegó la hora de la salida de los colegios los padres fueron a recoger a los niños con un poco más de preocupación, pero con normalidad, símbolo de que la mayoría prefiere no meterse en líos. Uno le preguntaba a su padre que por qué había tanta policía en el barrio y este no supo qué responder para que lo entendiese una mente de ocho o nueve años vividos en este espacio mestizo y abigarrado que tiene calles que en otros tiempos debieron ser relucientes entornos burgueses.

La "calle del Porvenir"

Enfrente del escaparate modernista de madera de «Las 10.000 camisas», que en su día debió ser una tienda de lujo y hoy no es más que una incómoda sala de espera de un consultorio médico, está la iglesia de San Juan Bautista, el patrón del barrio. Cuando la construyeron en 1930 seguramente no pensaban que menos de un siglo después sería como un barco varado en una playa seca. El templo da la impresión de ser un espacio abandonado, cerrado, mucho menos frecuentado que la sucursal del banco marroquí «Chaabi» que esté enfrente y al lado de la farmacia «Merien» y de un locutorio desde donde los recién llegados pueden contar a sus familiares en sus países de origen cuántos musulmanes han encontrado en esta ciudad. Y contarles también que ya tienen una mezquita en el barrio, justo detrás de la iglesia, precisamente en la calle del Porvenir. ¿Quién lo iba a decir?

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