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Memorial por las víctimas del ataque al mercadillo navideño, en el centro de Berlín - REUTERS

«Nos sentimos desprotegidos»

La población berlinesa no quiere cambiar su modo de vida por el terror, pero teme el inmenso poder del mal

BERLÍN Actualizado: Guardar
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No hay nadie en Europa tan acostumbrado al dolor como los berlineses. La propia Marlene Dietrich caminaría de nuevo orgullosa por la mítica Kufürstendamm, de camino al club El Dorado que inspiró la ficción Cabaret (en una época de total hambre y miseria), aun con un camión gigantesco negro empotrado a escasos metros de allí, también contra una caseta que vende bolas de colores para el árbol de Navidad, y delante, precisamente, de la única torre en pie que se conserva tras los bombardeos de la Batalla de Berlín en 1945: la Iglesia del Kaiser, hoy llamada ejemplarmente del «Recuerdo» e irónicamente la «Muela».

A las diez y media de la noche ya funcionaban taxis, autobuses y el Ubahn (metro berlinés) a las faldas del cordón policial.

Entonces, Uwe y Melissa paseaban a su perro a pocos metros del supuesto atentado, porque «ahora es cuando más necesitamos normalidad», dicen.

«Berlín es fuerte» comenta en las redes sociales uno de los trabajadores de los numerosos hoteles (es una zona muy turística), al contemplar desde su lugar de trabajo la neblina típica de la ciudad en esta época, mezclada con las luces de ambulancias, bomberos y policía.

«Y pensar que los feriantes pagan cuatro mil euros al mes por esa licencia», comenta el agente inmobiliario Uwe P. Tietz, plácidamente en uno de los restaurantes más exclusivos de la zona, donde – como en el reloj de la Iglesia del Recuerdo – el tiempo parece que tampoco se detiene.

Los comerciantes afectados del mercadillo de Navidad, en plena zona comercial del Berlín más occidental, están heridos pero enteros. Axel Kaiser, dueño del puesto (vende ponche de huevo «Eierpunsch» y fritura de patata), además usado para la primera atención médica de víctimas, ha compartido en Facebook una foto con el mensaje: «Berlín se queda como es» (Berlin bleibt doch Berlin). Además, ha convocado un encuentro navideño por la «memoria», en su propio puesto del mercadillo, el viernes, 23 de diciembre, a las siete de la tarde.

Kika Romero, malagueña y supervisora en un hotel del centro berlinés, estaba en el mercado de Navidad con una compañera de trabajo y una amiga de España que la visitaba. Estuvieron casi por casualidad allí, un poco antes del posible atentado, y decidieron volver a pasar en el momento del suceso. Creen que haberse entretenido un momento en una tienda les pudo haber salvado la vida.

También otra española, Sara Castillo, trabajadora en una empresa de organización de eventos, estaba –junto con otros siete españoles– en uno de los centros comerciales, el conocido Bikini, a la misma hora, haciéndose una foto de grupo. Llegaron tarde y se fueron tarde, y ya no les dejaron salir. A un lado de la plaza –el más afectado– la gente gritaba, pero por el otro lado, estaba todo tranquilo. «Lo primero que pensé fue en Niza», dice Sara. «Tuve una sensación horrorosa, simplemente de cuestión de tiempo. Si nos hubiera sobrado el tiempo (entre la foto de grupo y la cena de empresa posterior), nos hubiéramos tomado un glüwhwein (típico vino caliente alemán) en el mercadillo y quizás hubiéramos muerto». Jochen Kienzle, dueño de la Kienzle Art Foundation, a ocho minutos andando de la zona, se siente ahora «desprotegido». «Cualquiera puede hacer el mal» – comenta – y, además, es imposible que los políticos «garanticen lo contrario». De todos modos, cree que no afectará a su galería de arte. Quizás, si los perpetradores de este ataque conocieran aquellas piernas del «Ángel azul» de Marlene, otro gallo cantaría hoy.

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