El Papa critica las expulsiones masivas de inmigrantes

El Pontífice aboga por «corredores humanitarios» para los más vulnerables

El Papa, el pasado domingo EFE

ÁNGELES CONDE

El Papa, hijo de emigrantes italianos en Argentina, recuerda especialmente a los católicos que «cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Cristo». Pero más allá de apelar al deber de los creyentes de ver en la carne del más necesitado la carne del propio Salvador, el Pontífice propone fórmulas para intentar encauzar la inmigración ilegal, el tráfico de personas y la crisis de los refugiados frente al inmovilismo de gobiernos y la comunidad internacional. En el tiempo de los muros y las verjas, uno de los líderes con mayor solidez moral del mundo subraya la urgencia de «acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados».

Este es el título de su mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado que se celebrará el próximo 14 de enero y que es una ocasión especial en la que la Iglesia aprovecha para poner el foco y denunciar, aún más si cabe, la tragedia de más 65 millones de personas fuera de sus hogares, la cifra de refugiados más alta desde el final de la II Guerra Mundial.

Francisco asegura que es necesario «ampliar las posibilidades para que los emigrantes puedan entrar de modo seguro y legal en los países de destino». El Papa recuerda que «el principio de la centralidad de la persona humana nos obliga a anteponer siempre la seguridad personal a la nacional». Una solución para conjugar estos aspectos es la solicitud que hace en este mensaje de conceder visados por motivos humanitarios y por reunificación familiar y, sobre todo, la propuesta de los «corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables». Cabe señalar que esta opción, en marcha en Italia y Francia, permite la entrada segura de cientos de personas y garantiza, no solo que los migrantes no se jueguen la vida, sino que las autoridades del país de acogida conozcan perfectamente antecedentes y situación legal de los solicitantes de asilo.

Según el Santo Padre, se trata, por tanto, no de una solución buenista sino de la más humana y válida para la seguridad de los Estados. El Pontífice, lejos de cualquier actitud timorata, denuncia además que las expulsiones colectivas y arbitrarias no son la solución más idónea, especialmente, si se devuelve a estas personas a países donde no se garantizan los derechos humanos.

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