Entrevista a Óscar Lucién, intelectual venezolano

«Maduro es un rehén de los militares»

Las elecciones legislativas que celebra este domingo el país americano pueden saldarse con el triunfo de la oposición después de 16 años de hegemonía chavista en la Asamblea Nacional

Madrid Actualizado: Guardar
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Óscar Lucién, escritor, cineasta y sociólogo venezolano, es uno de los firmantes de «Intelectuales por Venezuela». Este manifiesto, respaldado por figuras como el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa o el filósofo Fernando Savater, exige el respeto por el «resultado electoral» de las elecciones que celebra este domingo el país americano. En esta entrevista concedida a ABC, Lucién reflexiona sobre el futuro político de Venezuela y los desafíos a los que se enfrenta la oposición, a la que las encuestas concede la victoria en los comicios, además de analizar los vericuetos del chavismo y su impacto sobre la sociedad y el lenguaje.

—Las encuestas otorgan la victoria a la oposición en las elecciones de este domingo 6 de diciembre.

¿Qué labores tiene por delante en caso de victoria?

—La expectativa frente a lo que predicen los sondeos es que hay una disposición mayoritaria a que la alternativa democrática recupere la Asamblea Nacional. Creo que eso produce un punto de inflexión ante la deriva totalitaria de este régimen. Por primera vez se empieza a configurar una fuerza de contrapoder. La Asamblea Nacional, en una república, hace de contrapeso frente a otras instituciones. En Venezuela todos los poderes están bajo el poder del Ejecutivo. Por otro lado, está la posibilidad de que un predominio de una mayoría democrática produzca un espacio de diálogo, de intercambio. Ahora mismo la Asamblea es roja y solo se acepta el pensamiento favorable a esa dominancia. La Asamblea actual ha renunciado a su labor controladora, porque el Ejecutivo hace lo que le da la gana, y a la legislativa, dando esos poderes al presidente con las leyes habilitantes.

El riesgo positivo es la función de contrapeso y que se abra un espacio de intercambio y de diálogo. El peligro es que el Gobierno pase totalmente de la Asamblea y concedan ahora a Maduro una cantidad de poderes habilitantes por tres años. Lo cual sería anticonstitucional, pero como controlan el Tribunal Supremo...

—Usted explicó en su Tercera en ABC que en Venezuela se está empleando una «neolengua» que supone la introducción de vocabulario militar en el diálogo político. Maduro ha acusado a la oposición de querer urdir un «golpe contrarrevolucionario» al que responderá estableciendo una «unión cívico-militar». ¿Puede suceder algo así? ¿Qué papel juega el Ejército?

—Para resumir, Maduro es un rehén de los militares y en el estricto sentido sería un gobierno militar-cívico. En Venezuela, la mayoría de los ministerios están en manos de militares. Las instituciones públicas, las entidades, también. Creo que tienen un peso importante que no tenían en época de Chávez, siendo Chávez militar. El gobierno militar-cívico no existe. En la Constitución está claramente establecido, en el artículo 328, que las Fuerzas Armadas Nacionales son profesionales y que en el ejercicio de sus funciones no debe haber parcialidad alguna. Sin embargo, las Fuerzas Armadas se declaran chavistas, lo que va contra la ley.

Respecto a la neolengua, es un Gobierno, y eso es un rasgo que se puede ver en todos los regímenes totalitarios, con una pretensión de refundación, de partir de cero. Tienen cosas tan risibles como llamar a la esposa del presidente la Primera Combatiente, o no hablar de presos políticos, sino de privados de libertad.

—¿Qué repercusión ha tenido esa «neolengua» en el debate político? ¿Y en la prensa?

—Creo que la sociedad venezolana estaba desprevenida frente a la neolengua. Se ha utilizado acríticamente, y en consecuencia legitimado. Los periodistas no tienen el distanciamiento necesario para estar advertidos de que esa neolengua es parte de un plan ideológico, que consiste en elaborar una nueva simbología, construir un nuevo imaginario que niega el pasado. Si te quedas sin conceptos, sin palabras, pierdes la capacidad de pensar. Si se hace una analogía con la obra de Orwell, «1984», te das cuenta de que se trata de eso: de que llegue un momento en el que la palabra libertad no signifique libertad. Te quedas desprovisto de cualquier instrumento del lenguaje para para ser crítico.

—¿Qué papel han jugado los intelectuales frente al sistema que hay en Venezuela?

—La intelectualidad de calibre es totalmente contraria al régimen, antes de Chávez y ahora de Maduro. Ha sido una actitud bastante crítica, pero en un régimen de exclusión y de criminalización de la opinión. Quien expresa una opinión crítica queda automáticamente clasificado por el Gobierno como oligarca, proyanqui o antipatriota. Te sacan de circulación: los artistas críticos no están en los museos, o el Estado no los edita y no los distribuye.

—En el manifiesto se habla de la necesidad de una ley de amnistía.

—Ha sido un compromiso de la alternativa democrática. Una de las primeras medidas es producir una ley de amnistía para liberar a los presos políticos y permitir que los que están en el exilio puedan volver al país. La idea consiste en buscar la reconciliación, porque no se trata de voltear la tortilla ni de una restauración del pasado. Dos mitades no hacen un país, sino un conjunto complejo y diverso que garantice la diversidad política.

—Muchos de los partidos que forman parte de la Mesa de la Unidad Democrática, la plataforma que agrupa a las formaciones opositoras que concurren juntas a las elecciones, surgen en los años 2000.

—Sí, son recientes, producto de esta camada de jóvenes que están en la política y que no vienen de los partidos tradicionales.

—En caso de una victoria de la oposición y de entre todos esos políticos jóvenes, ¿cuál cree que podría convertirse en el futuro presidente del país?

—Me imagino que ese liderazgo estaría entre los más jóvenes de ese grupo. Leopoldo López ha tenido un activismo bastante importante y la gente le reconoce su trabajo. Pero habría que ir a un proceso de consulta para encarar una aspiración presidencial.

—¿Se ha producido un cambio de percepción en los ciudadanos sobre el Gobierno chavista desde que llegó Maduro? Según un sondeo de Venebarómetro, «un 80% de los chavistas quiere un cambio político y de ese porcentaje, el 40% quiere que Maduro se vaya».

—A Maduro la gente le considera un inepto y una persona sin carisma y ninguna provisión intelectual para gobernar un país de la complejidad de Venezuela. Hay una insatisfacción enorme con él, debido al nivel de escasez, a las colas enormes para conseguir alimentos y medicinas, o a la inflación, que se ha agravado. Vivimos una crisis de proporciones enormes. Ahora, no estoy seguro de que esa insatisfacción vaya a ir acoplada con el voto popular, porque hay unos mecanismos de intimidación y de presión que pueden tener efectos. En Venezuela, el sistema electoral no es confiable. En mi opinión, no hay una trampa en el sentido de que uno coloque un voto en la urna y luego no esté allí. El problema es que los centros de votación deben cerrar a las seis de la tarde. A esa hora es casi de noche y hay zonas que son de peligro. Allí a las seis no cierran los centros, sino que dan una prórroga. Y en ese tiempo uno supone que hay un volumen de votos que empieza a entrar, con gente que tiene doble cédula, o triple cédula. Esta situación genera temor, sobre todo porque el Gobierno se ha negado de manera obcecada a la presencia de una observación internacional cualificada.

Por eso, si se hace un conteo de lo que dicen las encuestas, la oposición podría obtener una mayoría cualificada. Pero con el impacto de esas trampas se va a reducir, y quedaría en mayoría simple. Con una mayoría cualificada, la oposición tiene una mayor capacidad de control: el presidente tendría que pedir permiso para viajar, para los presupuestos o destituir ministros.

—Si finalmente se produce una victoria de la oposición y el chavismo acaba, ¿qué balance cree que se hará de estos años?

—Han sido once años terribles. En el 98, cuando llegó Chávez, se producían 4.000 muertos al año por la violencia criminal. El año pasado tuvimos 25.000. Venezuela siempre ha sido un país acogedor de inmigrantes, como saben ustedes aquí, en España o en Europa. Ahora hay más de un millón de personas que se han ido. Básicamente gente joven, la mejor formada. Y no huyendo de la política, sino de la violencia criminal.

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