Guerra, armas y hambre, las razones del asesinato de 208 personas y el secuestro de 125 niños en Etiopía

El asalto y la matanza, que se produjeron en la región etíope de Gambella, se originaron en el marco de enfrentamientos tribales, aunque con un grado de violencia desconocido hasta el momento

MADRID Actualizado: Guardar
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Una campaña internacional impulsada en las redes sociales —#BringBackOurGirls— y caras conocidas exigiendo su liberación. El secuestro de 200 niñas en la localidad nigeriana de Chibok el 14 de abril de 2014 concienció al mundo sobre las tropelías del grupo terrorista islámico Boko Haram. El silencio que ha rodeado a un acto equivalente, aunque con otras víctimas y verdugos, contrasta con la cobertura que recibió ese suceso. El pasado viernes, un total de 208 personas murieron y 125 fueron capturadas con vida, entre ellas mujeres y niños, en Etiopía. Según la información proporcionada por las autoridades del país africano, los atacantes provenían de Sudán del Sur y pertenecían a la tribu marle. Las víctimas, a la nuer. Y el asalto y la matanza, que se produjeron en la región etíope de Gambella, se originaron en el marco de los enfrentamientos tradicionales entre ambas, aunque con un grado de violencia desconocido hasta entonces.

La hostilidad entre tribus que compiten por territorio y recursos en el continente africano solo explica en parte este tipo de masacres. La presencia de armas en la región, con el consecuente recrudecimiento de los ataques, incrementa la violencia de las matanzas. Armas que abundan en la zona, debido a la conflictividad que sufre desde hace décadas. Sudán, un condominio egipto-británico que obtuvo su independencia en febrero de 1956, padeció desde entonces los enfrentamientos entre el norte, árabe y musulmán, contra el sur, negro y cristiano. Una visión que simplifica una realidad más compleja. Después de dos guerras civiles libradas entre 1955-1972 y 1983-2005, la mitad meridional se emancipó de la septentrional tras el referéndum sobre autodeterminación celebrado en enero de 2011. Sudán del Sur nació como tal el 9 de julio de ese año, y días más tarde se incorporó a Naciones Unidas. Logrado el objetivo que las había unido, los odios entre tribus enemigas volvieron a escena, sobre todo cuando el presidente dinka Salva Kiir acusó a su vicepresidente, el nuer Riek Machar, de una intentona de golpe de Estado en diciembre de 2013.

Las tribus murle, dinka y nuer comparten territorio en Sudán del Sur, y las dos últimas suponen «ejemplos etnográficos clásicos de una cultura ganadera trashumante compleja, vinculada con valores compartidos, mitología, formas de colaboración y asaltos conflictivos», como recuerdan los historiadores Robert S. Kramer, Richard A. Lobban y Carolyn Flueh-Lobbar en su «Diccionario Histórico de Sudán». Precisamente dinka y nuer engrosaron las filas del Movimiento de Liberación de Sudán, partido político que encabezó el combate contra el norte, y también del Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán, su brazo armado. «En toda esta zona, en Tanzania, Kenia, Uganda, Sudán del Sur y Etiopía, hay tribus seminómadas que siempre van armadas con su kalashnikov y con el ganado, que llevan de un sitio a otro. Para ellos no hay fronteras y los conflictos son constantes. No consideran 'esto es mi estado, mi país, mi idioma', sino que van con su ganado y si en una zona no hay pastos y en otra sí, pues lo llevan ahí», explica José María Márquez, director de la ONG África Directo, que realiza proyectos de cooperación en la zona.

Conflicto y represalias

La tribu nuer, víctima del asalto del pasado viernes, se distribuye entre Sudán del Sur y Etiopía más allá de lo que establecen las fronteras. Como en otros países africanos, su trazado responde a la lógica del reparto colonial europeo y no a la idiosincrasia de las sociedades que habitan el territorio. Aunque no es la única explicación. La presencia de esa comunidad en la región etíope de Gambella, colindante con Sudán del Sur, también se debe a la guerra abierta tras la intentona de golpe de Estado de diciembre de 2013. La violencia desatada en el país africano ha incrementado la presencia de refugiados en Etiopía. Gambella acoge actualmente un total de 272.443, según datos proporcionados por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). La tensión tribal solo supone un añadido más a la violencia latente en esa zona, altamente militarizada, como admitió Getachew Reda, portavoz del Gobierno etíope.

«Las fuerzas de seguridad han matado a docenas, y algunos vestían claramente ropa militar de camuflaje, aunque en esta parte de África eso no es sorprendente», indicó Reda tras la matanza perpetrada por la tribu murle, en declaraciones recogidas por el diario estadounidense «The Washington Post». El país decretó dos días de duelo nacional, del 20 al 22 de abril, según indicó en un artículo el diario francés «Le Monde» este jueves. Un trabajo donde el medio galo también advirtió sobre el riesgo de represalias, de venganzas que alimenten los odios tribales, ya agravados por el empleo de armas modernas. Lo cierto es que existen razones para el miedo. En Jonglei, una región sursudanesa limítrofe con la etíope Gambella, «gente de las tribus murle y lou nuer han estado involucradas durante muchos años en ataques mortales y contraataques a causa de disputas por el ganado, las tierras de pastoreo y el agua», como recordó ACNUR en un informe publicado en marzo de 2016. Texto que también lamentó que «los enfrentamientos entre estas tribus en los meses de diciembre y enero han afectado a unas 120.000 personas en la zona de Jonglei».

Lucha por los recursos

Razias como la provocada por la tribu murle contra la nuer se enmarcan en un contexto cultural, pero también en otro vinculado a los recursos que ofrece el propio territorio. «La economía es casi de subsistencia, ganadera casi exclusivamente. Leche, mantequilla, algo de queso y ocasionalmente carne es la base de su alimentación y de su riqueza, pues el ganado es moneda y símbolo de su estatus, además de que también proporciona el cuero», explica Ángel Navarro Madrid. El geógrafo y antiguo profesor de la Universidad Complutense de Madrid, que considera que la matanza cometida el pasado viernes se vincula «a la incursión de grupos armados de Sudán del Sur para capturar jóvenes exiliados en Gambela», también recuerda que la población de esa región etíope se compone de «ganaderos, con ciertos desplazamientos ocasionales, pero de rendimientos muy bajos y casi siempre completamente abandonados por Etiopía».

La carestía descrita por Navarro se agrava por el contexto bélico. La crisis humanitaria que padecen los sursudaneses es una de las causas de su exilio etíope: una de cada cinco personas ha abandonado su hogar, una de cada tres escuelas ha sido cerrada y existe un médico por cada 65.000 habitantes, según indica un informe de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en inglés). En un comunicado de prensa realizado de forma conjunta por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura y el Programa Alimentario Mundial y publicado en abril de 2016, ambos organismos señalaron que, además, «el conflicto interno» que arrasa Sudán del Sur se une «a las lluvias desfavorables que han reducido más todavía su producción agrícola».

«A cada momento, ante todo conductor, pastor de ganado o viandante surge un obstáculo, un rompecabezas, un problema que exige solución: cómo pasar sin chocar con el vehículo que viene en sentido contrario, cómo llegar hasta las vacas, los carneros y los camellos sin pisar a los niños y a los tullidos que andan arrastrándose (...) Y, sin embargo, nadie grita a nadie, nadie se enfada, ni maldice, ni blasfema, ni amenaza», contó el reportero polaco Ryszard Kapuscinski en su obra «Ébano», en concreto en el capítulo donde narra su estancia en Etiopía. Una descripción que contrasta con la violencia que sacudió al país africano el pasado viernes, cuando 208 personas fueron asesinadas y unos 125 mujeres y niños permanecen en paradero desconocido.

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