Así trató la prensa del siglo XIX las primeras huelgas feministas: «Que vengan las tres empleadas más feas»

Los diarios de España cubrieron las primeras manifestaciones y reivindicaciones de la mujeres trabajadoras

Un grupo de trabajadoras a principios del siglo XX ABC
Israel Viana

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La forma en que Julio Nombela se refería en el diario «La Época» , en mayo de 1868, a las primeras huelgas de mujeres celebradas en España nos resultaría hoy, sencillamente, descabellada. El famoso escritor y periodista madrileño contaba con sarcasmo (y no menos machismo) la «útil receta» empleada, supuestamente, por un importante empresario para «apaciguar» un motín de cigarreras que pedían «justicia». Según su relato, el directivo dijo: «¡Vaya a decirles que estoy dispuesto a recibirlas! Pero como no es posible que quepan todas en mi despacho, deben elegir a las tres más viejas y más feas». «A estas horas aún no han entrado ninguna», apostillaba Nombela.

Sea verídica o no, esta desafortunada anécdota constata que los primeros pasos del movimiento feminista en España eran un tema de interés, hace más de 150 años, para la prensa nacional. Periódicos de toda ideología y procedencia cubrían las huelgas, los motines y las revueltas protagonizadas por las mujeres, casi tanto como la huelga del 8M de hace dos años, que ya se convirtió en una especie de hito del movimiento, solo precedido por el paro de las islandesas del 24 de octubre de 1975. Aquel fue secundado por el 90% de la mujeres y bautizado como «la primera huelga feminista de la historia». Pero, ¿y antes?

Pocos medios mencionaron hace dos años, por ejemplo, que los primeros levantamientos organizados en Madrid tuvieron lugar en 1830 y fueron protagonizados por las cigarreras. Tampoco contaron como las trabajadoras de este colectivo, una de los más potentes de la época, continuaron realizando huelgas y protestas durante el siglo XIX, para reclamar mejores salarios y condiciones laborales, así como la readmisión de sus compañeras despedidas. O como se opusieron con violencia a la aparición de las máquinas en sus fábricas, extendiendo su lucha a otras comunidades autónomas. Algunos historiadores defienden que estas cigarreras se situaron en la vanguardia del movimiento obrero español.

Las cigarreras de La Coruña

El episodio al que se refería Nombela en 1868 —el año en que dio comienzo el Sexenio Revolucionario y muchos sitúan como el punto de partida del movimiento de emancipación de las mujeres en España— es la huelga que protagonizaron las trabajabadoras de la fábrica de Tabacos de La Coruña en 1857. Según cifras de «El País», eran 4.000 cigarreras que trabajaban a destajo y que cada vez cobraban menos.

El lunes 7 de diciembre, a las 11 de la mañana, abandonaron su puesto, se amotinaron y lo destruyeron todo a su paso: máquinas, muebles, oficinas y hasta la caja de dinero, que fue reventada con 8.000 reales dentro. La protesta fue tan fuerte que el capitán general y el gobernador civil tuvo que enviar a las tropas de infantería y caballería para sofocar el alboroto. La mayoría consiguieron escapar. Según «El País de Pontevedra» fueron detenidas más de veinte mujeres; según «La Corona de Barcelona», más de treinta y algunos hombres. Todos fueron enviados a la antigua cárcel de O Parrote. Faltaban unos años aún para que el derecho al voto se situara entre las prioridades del recién nacido movimiento feminista.

Sin embargo, las huelgas protagonizadas por las cigarreras a lo largo del siglo XIX y principios del XX fueron extendiéndose a otros sectores con presencia femenina y al resto de España. Y no era para menos, puesto que seguían desempeñando largas jornadas laborales, hacinadas en los talleres a temperaturas extremas y bajo la presión de unos ritmos de producción cada vez mayores.

Las ebanistas «heridas por disparos»

En noviembre de 1880, por ejemplo, « La Igualdad » se hacía eco de la huelga declarada por las cigarreras de León: «Fueron 700 las que rehusaron entrar en la fábrica, hasta que no sea sustituido su actual director», contaba el periódico madrileño de tendencia republicana. En marzo de 1888, un año antes de que se fundara la primera organización feminista en España, la Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona, « La Dinastía » informaba de la «detención de la mujer que había promovido la huelga de las jornaleras de la fábrica del señor Mata y Bosch». Cinco años después, en febrero, « La Iberia » recogía la huelga de ebanistas en San Vicente de Raspeig (Alicante), en la que varias mujeres fueron heridas por los disparos de la Policía. En 1902 le tocaba el turno a las operarias de una fábrica de betunes de Santander. En « El Año Político » se refería a ella de la siguiente manera: «Las mujeres apedrearon la fábrica y rompieron gran número de cristales. Para restablecer el orden, varios agentes acometieron a las huelguistas, las cuales resultaron heridas». Y « La Época » añadía que «estas no volverían al trabajo hasta que se readmita a las diez compañeras despedidas».

Las cigarreras de Gijón (1903)

En enero de 1903, las cigarreras de nuevo protagonizaron otra gran huelga en Gijón, demostrando una vez más que ya no tenían miedo a manifestarse, sino hambre. La razón no parecía menor: las obreras habían pasado a cobrar en muy pocos días 45 céntimos por cajetilla de tabaco en vez de 80, debido a una mala decisión empresarial. Eso suponía que, a partir de entonces, las ochocientas cigarreras empleadas pasarían a cobrar 24 míseras pesetas al mes. Medios importantes como « La Época » dedicaron amplios artículos a contar aquel conflicto laboral. «¿Cómo vamos a resignarnos a morir de hambre, señor?», declaraba por su parte una de las líderes del motín a «El Revoltoso». «La mujeres están irritadísimas y se teme que todo acabe en una batalla campal», subrayaba el diario conservador « El Globo ».

Las cigarreras conquistaron sus peticiones pocas días después y consiguieron que la prensa nacional, al terminar esta, siguiera denunciando las malas condiciones en las que se veían obligadas a trabajar: «La Fábrica de Tabacos no reúne ninguna condición higiénica. Está situada en un barrio sucio, compuesto de casas nauseabundas y con un lavadero público a diez metros que cuenta con unas aguas tan pestilentes que la salud pública está en peligro», aseguraba «El País».

La lucha por el reconocimiento de los derechos de la mujer se contagiaba. A finales de enero de 1903, mientras las cigarreras de Gijón volvían a sus puestos de trabajo, las hilanderas de la Algodonera de La Calzada, al otro extremo de la ciudad, se levantaban en huelga invadidas por el espíritu de sus compañeras.

20.000 mujeres en Barcelona

La que se produjo en la Ciudad Condal el 10 de julio de 1910 es considerada, a menudo, como la primera manifestación multitudinaria de mujeres de la historia catalana y española. En aquellos años, pioneras feministas como Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán y Rosalía de Castro ya habían adquirido reconocimiento público en su defensa de cambios jurídicos y educativos. Esta fue organizada, sin embargo, por la organización feminista de Ángeles López de Ayala con el apoyo de los radicales.

La revista quincenal «España y América» y los diarios de «La Época» y «La correspondencia de España» contabilizaron a unas 20.000 mujeres en esta manifestación de «mujeres anticlericales, liberales y radicales» que se dirigió desde la Plaza de Urquinaona hasta la sede del Gobierno Civil. En las primeras páginas podía leerse: «Al frente de la manifestación iba una bandera roja con las siguientes consignas: “¡Abajo el clericalismo!» «¡Viva la libertad!”». Protestaban porque, desde Madrid, las asociaciones femeninas y religiosas se hubieran atribuido la representación de todas las mujeres españolas en materias como la educación.

El feminismo español seguía defendiendo que había que apartar a las mujeres de la influencia de la Iglesia para lograr una emancipación moral e intelectual plena. Lo consideraban un paso previo imprescindible para lograr el derecho al voto, puesto que, en caso contrario, se podía favorecer electoralmente a las formaciones conservadoras. Un argumento semejante al que una parte de la izquierda utilizó en el debate sobre el sufragio femenino en las Cortes Constituyentes de 1931.

Sin embargo, algunos de los datos importantes que tuvieron a bien destacar los periódicos fue que «algunas huelguistas llevaban mantillas y otras sombieros. La inmensa mayoría eran del pueblo y portaban también en el peinado una lámina con una figura representando a una mujer dando un puntapié a un fraile». O que «otra manifestante llevaba un ganso adornado con lazos tricolores, que la seguía como un perrito».

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