El deleznable acto de infamia rifeño contra España que inició la Guerra de Marruecos

En las crónicas marroquíes, Jalid En-Nasiri afirma que las tribus de Anghera atacaron, en la noche del 10 al 11 de agosto de 1859, una posición peninsular y mancillaron la «Corona» de nuestro país

Julio Albi, autor de «¡Españoles, a Marruecos!», explica a ABC los sucesos que provocaron la contienda y el devenir de la lucha posterior

El sultán Abd ar-Rahmán ibn Hisham de Marruecos Vídeo: El Desembarco de Alhucemas
Manuel P. Villatoro

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En plena noche, y con el calendario detenido en el 10 de agosto de 1859 , las tribus musulmanas ubicadas al norte de África perpetraron una afrenta contra España que, a la postre, fue utilizada para justificar el inicio de las hostilidades contra Marruecos . Aunque la realidad es mucho más compleja y en el comienzo de la contienda intervinieron multitud de factores, lo que es ineludible es que, esa triste jornada, los atacantes derribaron un edificio rojigualdo que estaba siendo construido en las inmediaciones de Ceuta (en el denominado campo «del moro» ) y mancillaron con excrementos un « marmolillo » ( hito ) que contaba con un escudo de nuestra Corona.

Lo curioso es que, en este suceso (utilizado como arma propagandística por la España de Leopoldo O'Donnell ), lo que más escoció a España fue la destrucción del edificio. Así lo señala a ABC Julio Albi de la Cuesta , diplomático, académico de Historia y autor de « ¡Españoles a Marruecos! » ( Desperta Ferro Ediciones, 2018 ). Y es que, según sus palabras, por entonces era más que habitual dar buena cuenta de aquellos símbolos enemigos como las enseñas. «Insultar las banderas enemigas ha sido práctica común desde la Antigüedad, y las de España, como las de cualquier otro país, lo fueron en centenares de ocasiones antes de 1859», desvela.

En este sentido, Albi rememora las batallas que nuestro floreciente imperio libró a sangre y cañón contra enemigos como los musulmanes para subrayar lo habitual que era ultrajar los símbolos de las naciones contrarias. «Cualquiera de las banderas de los muchos barcos que perdimos luchando contra los turcos durante los siglos XVI y XVII eran arrastradas por el agua por el buque vencedor, colocadas en la popa de este. Naturalmente, nosotros hacíamos lo mismo », explica a ABC. Con todo, eso no impidió que aquella puñalada al orgullo de España fuese enarbolada por los políticos para fomentar una contienda que llevaba años gestándose.

El campo «del moro»

Para hallar el origen de esta afrenta, y de la posterior contienda que llevó hasta los campos de batalla africanos al mismísimo O'Donell , es necesario retroceder en el tiempo hasta el siglo XVIII. Fue entonces cuando España firmó un acuerdo con Marruecos mediante el que (entre otras tantas cosas) el sultán cedió a los nuestros una franja de « terreno para el pasto » ubicada en las afueras de Ceuta. Óscar Garrido Guijarro coincide con Albi en su tesis doctoral (« Aproximación a los antecedentes, las causas y las consecuencias de la Guerra de África, 1859-1860, desde las comunicaciones entre la diplomacia española y el Ministerio de Estado ») en que la entrega se ratificó 1799.

Concretamente, la cesión de este terreno fue puesta sobre blanco en el artículo 15º del « Tratado de paz, amistad, navegación comercio y pesca » fechado el 1 de marzo de ese año. Un documento que remitía a otro acuerdo firmado en 1782. El texto afirmaba, además, que la franja de terreno entregada pertenecía a efectos prácticos al sultán y prohibía a los españoles construir cualquier tipo de edificación duradera en esa zona. A su vez, y para evitar los posibles enfrentamientos, el límite de este campo (llamado « del moro » por los peninsulares) quedó marcado por unos « marmolillos » o hitos que contaban, por un lado, con el escudo de nuestro país (la llamada « Corona ») y una media luna por otro.

El problema para España (y más concretamente para Ceuta) fue que esta franja de terreno lindaba con los territorios de la cábila de Anghera (también llamada por los historiadores « Anyera » o « Anggera »). Una de las tribus más belicosas de la zona y que se hizo famosa por actuar al margen de la voluntad del sultán atacando a nuestros combatientes. De hecho, en el susodicho artículo del tratado se hacía referencia a los problemas generados por estos «montañeses» y se daba permiso a los mandamases rojigualdos para hacer uso de la fuerza cuando la afrenta fuese lo suficientemente destacable.

Leopoldo O'Donell

«Al paso que ha habido la mejor armonía entre dicha plaza y los moros fronterizos , es bien notorio cuan inquietos y molestos son los de Melilla , Alhucemas y el Peñón , que a pesar de las reiteradas órdenes de S. M. Marroquí para que conserven la buena correspondencia con las expresadas plazas, no han dejado de incomodarlas continuamente; y aunque esto parece una contravención a la Paz general contratada por mar y tierra, no deberá entenderse así , por cuanto es contrario a las buenas y amistosas intenciones de las dos Altas partes contratantes, y sí efecto de la mala índole de aquellos naturales. Por tanto ofrece S. M. Marroquí valerse de cuantos medios le dicte su prudencia y autoridad para obligar a dichos fronterizos a que guarden la mejor correspondencia, y se eviten las desgracias que acaecen, tanto en las guarniciones de dichas plazas como en los campos moros por los excesos de estos»

Por si fuera poco, en el mencionado tratado se especificaba que las posiciones españoles podrían hacer uso del « cañón y mortero en los casos en que se vean ofendidas» ya que, siempre según el texto, «la experiencia ha demostrado que no basta el fuego de fusil para escarmentar dicha clase de gentes».

Los fuertes de la discordia

Amparándose en estas líneas del tratado, España inició durante el verano de 1859 la construcción de varias posiciones defensivas «de obra» (elaboradas con piedra y arcilla ) en el controvertido campo «del moro». La razón, según arguyeron los políticos de entonces, era que, debido al brutal avance de la artillería, Ceuta podía ser bombardeada con facilidad desde una pequeña colina denominada « El Otero » (ubicada dentro de la franja cedida a Ceuta). «Para eliminar esa eventualidad, en Madrid se había decidido la erección de cuatro fuertes en esa zona», explica Albi en « ¡Españoles, a Marruecos! ».

Aquella construcción desató unas fricciones que llevaban años gestándose. Por un lado, España necesitaba proteger Ceuta de un posible ataque enemigo. Por otro, los habitantes de la cábila encontraron más que molesto que los peninsulares aprovecharan la letra pequeña del tratado para edificar fortificaciones duraderas en la región, en lugar de las habituales de madera que -hasta ese momento- habían elaborado.

Batalla de Tetuán, una de las más destacadas de la Guerra de Marruecos

«A mediados de agosto ambos países se encontraban, incluso aunque no lo desearan, en rumbo a la colisión. Los de Anghera se resistían a perder de forma definitiva unas tierras que consideraban propias, con razón; para [el sultán] Abderramán no era fácil controlarlos, pero tampoco podía ceder impunemente una parte de la herencia de sus ancestros», determina Albi en su obra.

Con todo, el académico también afirma que, para España, resultaba de vital importancia impedir que Ceuta pudiese ser cañoneada hasta la saciedad por la artillería enemiga. « Se estaba ante intereses contrapuestos que resultaba problemático conciliar », completa el experto.

Peligro real

Lo cierto es que la construcción del primero de estos fuertes fue desde el principio considerada como fuente de conflicto por los españoles. Así lo demuestra un parte en el que el comandante general de Ceuta, Ramón Gómez Pulido , informó al ministro de Guerra de que había creado un cuerpo de guardia especial para proteger a los obreros encargados de levantar aquella edificación. Trabajadores que, como era habitual en la época, acababan de ser sacados de las cárceles.

En cualquier caso, España no estaba dispuesta a sufrir la ira de los cabileños, así que Gómez se dispuso a edificar su bienamado primer fuerte en agosto en el campo «del moro».

De hecho, el emplazamiento exacto del mismo quedó recogido en la ya mencionada misiva enviada a ministro de Guerra: «El sitio elegido y más a propósito para el objeto ha sido a ciento veinte pasos del cuerpo de guardia; para la caballería doscientos cuarenta de las puertas de la plaza, y más de ochocientos de la línea divisoria de los dos campos. Su situación es sobre la orilla del mar , dominado por el Otero, que nos pertenece, y por consiguiente por todo el territorio marroquí».

Afrenta

Los inicios de las obras fueron la gota que colmó el vaso para unos cabileños que, hartos de que el sultán pasara por alto todas las afrentas de los españoles, decidieron tomarse la justicia por su mano.

Así pues, en la fatídica noche del 10 al 11 de agosto, un grupo de marroquíes arribaron hasta el lugar en el que se estaban llevando a cabo las obras y destrozaron el edificio y uno de los « marmolillos » que marcaban los límites del territorio. Por si fuera poco, y según explica Antonio David Palma Crespo en su tesis (« La Guerra de África, 1859-1860, en imágenes ») mancillaron el escudo (conocido como «Corona») defecando sobre él.

El suceso fue narrado por Gómez en un informe fechado el 11 de agosto de 1859 . Documento en el que, curiosamente, no se hace referencia a la profanación del escudo español:

«En la mañana del 11 se dio parte de que en la noche anterior se habían destruido por los moros los trabajos practicados inutilizando algunos materiales, y que habían arrancado la puerta del cuerpo de guardia llamado el Centrillo, llevándola al Otero, e igualmente habían destrozado el garitón de caballería situado en la altura, habiendo también arrojado la garita del centinela de infantería al arroyo del Rivero, y por último, que habían arrancado algunos marmolillos de los que marcan la división del límite»

«En la mañana del 11 se dio parte de que en la noche anterior se habían destruido por los moros los trabajos practicados inutilizando algunos materiales»

«Enarbolada la bandera de parlamento, salió el sargento mayor de la plaza a pedirles satisfacción y explicaciones al alcaide del Serrallo y cabo de la línea, según práctica establecida, los que contestaron que no tenían conocimiento alguno de los sucedido, si bien creían, con algún fundamento, habrían sido los moros del territorio de Anggera. Contestación inadmisible por lo que respecta al cabo de la línea, puesto que es el encargado de la guardia mora en la casa Jabir, límite de su campo. A excitación del mayor de la plaza, los moros que acompañaban al alcaide subieron la garita, aunque destrozada, las tablas del garitón y la puerta del cuerpo de guardia, colocándolo todo en su sitio».

La versión musulmana del suceso la ha traído hasta nuestro días el cronista Jalid En-Nasiri , quien sí hizo referencia a los excrementos en su informe sobre los hechos:

«El motivo que originó el quebrantamiento de la paz existente con los españoles fue que siendo la costumbre inveterada y en vigor entre los cristianos pobladores de Ceuta y los musulmanes de la kabila de Anggera, el fijar cada una de las dos partes por su lado un emplazamiento que destinaban para “guardianas” de los límites que les separaban, los cristianos empleaban para tal servicio pequeñas barracas de madera, ocupando los musulmanes chozas construidas con cañas, juncos y otros materiales por el estilo»

«Y aconteció, allá a finales del reinado del sultán Muley Abderraman (que Dios haya cubierto con su misericordia), que los cristianos de Ceuta construyeron sobre los límites un edificio de piedra y mezcla, sobre el que enarbolaron el pabellón de su Tirana, emblema que ellos denominan “Corona”, lo cual, observado por los anggerinos, decidieron acercarse a los cristiano y les dijeron: “Es indispensable derribéis este edificio, cuya construcción no está de acuerdo con la costumbre establecida, debiendo, por lo tanto, restituiros al estado que os encontrabais antes, es decir, tomando de nuevo barracas de madera”. Negáronse a ello los cristianos, y entonces los anggerinos, asaltando el citado edificio, lo derribaron en su totalidad, y apoderándose de la “Corona” la profanaron con excrementos, dando muerte a varios de los cristianos y colocando en situación apurada a los habitantes de la ciudad de Ceuta, pues en sus incursiones llegaron a las murallas».

O'Donell, en batalla

Después de aquella afrenta comenzó un camino tortuoso que terminó con la declaración de guerra a Marruecos. Por un lado, españoles como Ramón Gómez Pulido , gobernador militar de Ceuta, iniciaron una campaña (seguida posteriormente por otros tantos políticos) solicitando explicaciones y un castigo ejemplar de los cabileños al sultán. Por otro, los nativos no se achantaron y se dedicaron a entorpecer a placer las obras hispanas en las jornadas posteriores aprovechando el precario estado de salud de Abderramán (quien murió el 24 de agosto).

Finalmente, la situación se tensó tanto que O'Donell (un personaje que llevaba meses abogando por iniciar las hostilidades en África por diferentes motivos políticos) llamó a los españoles a las armas.

Seis preguntas a Julio Albi

1-¿Cómo veía la sociedad española la intervención española en la Guerra de Marruecos? ¿Y los partidos políticos?

La Guerra de 1859 fue, sin duda, la que gozó de más apoyo popular de todas las que mantuvo España en el siglo XIX, después de la de Independencia. Este respaldo de principio incluyó también a los partidos políticos y a la Prensa, con matices que se fueron perfilando en la última fase de la campaña.

2-¿Avanzó el ejército español de forma segura a través del norte de África?

La marcha del Ejército desde Ceuta hasta Tetuán fue extraordinariamente dura, no solo por la oposición enemiga, sino por el rigor de los elementos y porque se realizó dependiendo exclusivamente del apoyo logístico de la Armada, ya que las líneas terrestres de comunicaciones se vieron cortadas desde muy pronto. Ello supuso unas limitaciones considerables no solo en el avituallamiento, sino también en la evacuación de heridos y enfermos. Dicho esto, el Ejército realizó con éxito el arduo recorrido, coronado con la toma de Tetuán.

3-¿Fue la guerra un «paseo militar»?

Nada más lejos de un "paseo militar" que los continuos combates contra un enemigo aguerrido y muy motivado, en un terreno agreste y en unas condiciones meteorológicas tremendamente adversas. Los observadores extranjeros, tanto militares como civiles, franceses, prusianos y británicos, dejaron constancia de su admiración ante la forma en que ese Ejército, formado al fin y al cabo por quintos, se enfrentó a unas circunstancias tan difíciles.

4-¿Qué opinión generó la intervención de O'Donnell en esta contienda?

En un principio, O'Donnell contó, como he dicho antes, con el respaldo masivo de la opinión pública, los partidos y la Prensa. A medida que avanzaba la campaña, sin embargo, empezaron a manifestarse impaciencias, tanto de sectores que exigían resultados inalcanzables como de aquellos que fueron tomando conciencia del coste, humano y económico, de la guerra. En ese sentido es muy significativa la evolución de Pedro Antonio de Alarcón, que, partiendo del más entusiasta belicismo acabó por abogar por el fin de las hostilidades.

«O'Donell condujo la campaña con temple, sin correr riesgos innecesarios ni ceder a las muchas presiones existentes»

5-¿Diría que fue un buen líder y que se enfrentó al enemigo de la forma más efectiva? ¿Cuáles fueron sus grandes errores (si tuvo)?

O'Donnell se encontraba en la peculiar situación de ser, a la vez, Presidente del Consejo de Ministros y General en Jefe. Ello le confería la ventaja de que concentraba todo el poder en sus manos, pero también tenía el inconveniente de que actuaba, a la vez, como militar y como político, lo que es ciertamente complicado. Por distintos motivos, tanto de índole interior como exterior, emprendió la guerra en invierno, la peor época del año, y debido a la insuficiencia de medios navales se vio obligado a revisar sus planes iniciales, adoptando otros menos satisfactorios.

Teniendo en cuenta esas circunstancias, condujo la campaña con temple, sin correr riesgos innecesarios ni ceder a las presiones ya mencionadas, y supo batir al enemigo en todos los encuentros que se produjeron.

6-¿Se mantenía todavía en España la idea del Imperio antes del comienzo de la contienda?

No parece que en la España de la época hubiera sentimientos imperiales, pero la guerra coadyuvó a que surgieran aspiraciones expansionistas, acordes con las que existían en otros países europeos y con el propio desarrollo económico español de esos años. Es posible detectar, a raíz de aquella guerra, los gérmenes del africanismo que jugaría un papel tan destacado en el futuro. Hay que mencionar, también, que en el conflicto hubo elementos de una hostilidad atávica al "moro", como enemigo secular.

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