De haber nacido en la Inglaterra victoriana habría encarnado al perfecto 'gentleman' que cautiva en las fiestas de la nobleza. O quizás al joven héroe de la derrota bélica en las tierras natales de su madre. Pero no, Jenson Button vino al mundo en una modesta ciudad del suroeste británico en un periodo de ajustes laborales y escasas alegrías en el vecindario. En Frome, una pequeña localidad que apenas rivalizaba con otros burgos al sur del canal de Bristol vivió una infancia que marcaría las claves de su desarrollo.

Contaba con apenas ocho años cuando su madre decidió separarse y quedarse con sus cuatro hijos para su crianza. Su matrimonio con una de las estrellas del momento se había resquebrajado. John era un esposo que hacía vibrar a los espectadores ingleses en la televisión en blanco y negro de los años 70 y que confraternizaba con sus rivales hasta el punto de sellar su amistad nombrando a su hijo con el apellido de su colega Eduard Jensen. Incluso prefirió cambiar la "e" por la "o" en el traspaso de nombres a su vástago para evitar demandas de la entonces poderosa empresa automovilística Jensen.

Además, Button Senior cumplió el estereotipo de padre divorciado que se gana la fascinación de su hijo con un regalo pomposo: le compró una moto de 50 cc. Entonces Button Jr., con seis años, recibió el presente como si fuera un milagro dickensano y pronto se alteró la tranquila ciudad de Southend con sus ráfagas. Apenas era un churumbel y ya abandonaba con frecuencia el hogar y la compañía de madres y hermanas. Entonces su padre decidió encauzar su afición hacia la que mejor conocía y le sentó en un kart. Jenson ganó su primera carrera y su progenitor adivinó que su hijo brillaría en el motor como él en los caminos de barro del 'rallycross'.

El pequeño Button escaló hasta las mejores competiciones con asaltos de precocidad mientras en la escuela aprobaba sin mucho interés. Así, su adolescencia transcurrió a toda velocidad mientras mantenía un carácter amable y empático que habría sido la delicia de las reuniones de sociedad de principios del XIX. Apuesto y seductor, pronto encontró también hueco entre los tabloides y las fans cuando a los 20 años debutó en la Fórmula 1 por una apuesta de su compatriota Frank Williams.

El soñador rubio se salía de los cánones de los pilotos con su 1,82 de estatura, su buen trato con todos aquellos que le rodeaban y sus nociones de francés. «No sabía absolutamente nada de ingeniería», ha reconocido un piloto que forjó su progresión con su estilo refinado con el volante y que durante su estancia en escuderías de segunda fila alternó brillantes clasificaciones con carreras inacabadas. Eran tiempos de aventuras y viajes apasionantes. Su ambición podía haberse colmado con una trayectoria sin estridencias y un excelente pasaporte hacia la alta sociedad. 'El Beckham de la F1' o 'Jet-Set Button' le apodaban los periódicos de su país cuando ya había garantizado ingresos millonarios. Pero había algo más en aquel encantador aderezo para las fiestas: «Alonso, Hamilton y Schumacher son machos alfa. Button es suave y amable. Pero hay acero bajo esa apariencia» sintetiza el experto de f-1 de Telegraph, Tom Cary.

La rueda de la fortuna

Jenson también vivió momentos malos en la cumbre. Decidido a cambiar su montura por la de Williams, firmó con la escudería más atractiva. Sin embargo, BAR Honda le demandó y tras un enfrentamiento público y privado quedó amarrado por los británicos. De manera inesperada la experiencia resultó tan provechosa que firmó su fidelidad hasta las últimas consecuencias porque la retirada de los japoneses le dejó sin volante para 2008.

Entonces apareció en escena el astuto Ross Brawn, adquirió la escudería y le presentó una oferta con pocos ceros y muchas incógnitas. Button respondió con su sonrisa habitual, aceptó reducir su sueldo a la mitad y se subió al proyecto cuando la parrilla apenas tenía huecos para fichajes. De nuevo el milagro de cuento sobrevino con los aciertos del mago Brawn. Button apartó la 'jet-set' y se enamoró de su bólido. Intimó hasta el punto de vivir a solas con el monoplaza momentos «mágicos» (según sus palabras). Con un inicio arrollador de seis victorias en seis Grandes Premios, Button sólo necesitó de su estilo calculado en la pista para lograr el campeonato. «Hace 21 años me subí a un kart y nunca pensé que sería campeón del mundo» reconoció el británico.

Una vez alcanzada la cima eligió las mejores condiciones fuera de los circuitos. Fichó por Williams y confió en su buena estrella. Con mayores conocimientos de la ingeniería y un estado de forma excepcional pulido a fuerza de ejercicios multidisciplinares como el remo y el triatlón con su amigo Lance Armstrong encara su nuevo asalto al título. Puede que no repita éxito o que sus momentos de gloria pasen por la zona VIP, pero el británico mantendrá sus elegantes trazadas dentro y fuera de los circuitos. Por ahora la F-1 le proporciona la adrenalina la atracción necesaria para no alejarse de los circuitos. Y allí estará su padre John, quien sólo se ha perdido uno de los grandes premios que ha disputado Jenson.