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Víctor Manuel - Paco Navarro

Víctor Manuel: «El Partido Socialista se ha ido empequeñeciendo y me duele»

El marido de Ana Belén acaba de publicar «Antes de que sea tarde», unas memorias donde habla de su oficio como autor, de política y de su gran amor

Madrid Actualizado: Guardar
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El nieto del abuelo Víctor lleva décadas siendo un corazón tendido al sol. Si fue capaz de ver un país desde el Pirulí y convertirse en el ateo responsable de musicar en villancico un sublime poema de Lorca, hoy sabemos que sus advertencias no eran vanas: no podía vivir sin memoria. De esa máxima de paisano honrado que perdió muchos paraísos, sumada a la cruda realidad de ver morir a una madre con demencia, nacen estas memorias descosidas de Víctor Manuel: «Antes de que sea tarde» (Aguilar). En ellas repasa su oficio como autor, cantante, militante, sus días junto a Ana Belén; su pasado y el presente... Con el hombre al que pusieron dos bombas por no morderse la lengua, el mismo que quiso abrazar tanto a quien nunca éramos nosotras y que no olvida lo que ocurrió en la «Planta 14» del pozo minero, hablamos de cuándo quiere decir amor, cuándo libertad...

y cuándo lo que le da la real gana.

—Para este periódico, sepa que dejó de ser «el marido de Ana Belén» hace mucho tiempo...

—(Risas) Muchas gracias. Aquello de no nombrarme, fue una pesadilla.

—Este libro nace ante la necesidad de ponerlo todo en tinta, tras la pérdida de memoria de su madre. ¿La memoria es lo único que tenemos para saber dónde estamos?

—Es atroz la sensación de que te pueda pasar en cualquier momento. Sin duda, la memoria es lo más poderoso que tenemos para continuarnos, prolongarnos en la gente que viene después.

—También suena a legado para su entorno, sus hijos, sus nietos...

—De alguna manera. Ese cordón existe y es muy firme y quiero que sea así, porque es lo que viví con mi familia.

—Habla con mucho cariño de Pilar Miró, cuando ya nadie la trae a colación.

—Pilar es casi un sacramento, porque la queríamos mucho y ella nos quería de aquella manera tan suya. En mi casa la recordamos mucho.

—Al llegar a Madrid, ¿perdió el paraíso?

—Sí. Venía de correr por los «praos» y eso es insustituible en cualquier infancia. Durante un tiempo pensé que Madrid era algo transitorio, por eso mis primeras canciones eran un intento de atrapar Asturias. Vivía así, provisionalmente, en la meseta...

—Uno de los peores episodios que recuerda fue aquella acusación, en los 70, de ultraje a la bandera española en México, junto con Ana. ¿Ha quedado claro que no fue así?

—El caso quedó cerrado cuando el Ministerio de Información confirmó que el denunciante anónimo no existía, pero nunca se aclarará del todo, como cualquier infundio, y más entonces, que no se podía contra informar. Era tu palabra contra la de la DGS.

—Julio Iglesias fue el único que se molestó en ir a la Policía y decir que no había sido así, porque él fue testigo. ¿Siguen teniendo relación?

—Fue un detalle, desde luego. No tenemos demasiada relación, pero sabe que le queremos aunque haya dicho cosas de él que no le han gustado... y las dije para que no le gustaran, como cuando se alzó con Somoza en Nicaragua.

—Serrat, Miguel Ríos, Raphael y su donación durante la huelga de actores del 75... ¿Ha hablado con el de Linares?

—Raphael es un maestro y un precursor en nuestro sector. Siempre ha ido por delante en muchas cosas. Abría camino y exigía cosas que hemos aprovechado los demás. Ahora nos tratamos aún más, porque es mucho más humano que cuando éramos más jóvenes.

—Dice la leyenda urbana que «Quiero abrazarte tanto» se la compuso a Marisa Medina...

—He querido mucho a Marisa y he sido muy amigo de ella, pero no le escribí nada, ni estuve nunca enamorado de ella. Ese tema tiene algo más febril, y mucho que ver con una novia latinoamericana de aquel momento.

—Usted dejó el PCE en 1982. ¿Qué ocurrió?

—El recuerdo que tengo del PCE es lo mejor, aunque no estuviera «lo mejor». Encontré a gente generosísima, que arriesgó mucho por una sociedad mejor. Es el recuerdo que atesoro... Pero estaban, también, los típicos funcionarios, que hay en todos los partidos, que «joden» la vida a los demás. Es su misión en la vida: ser cancerberos de algo y perpetuarse. La desaparición fulminante del PCE se veía ahí.

—¿La izquierda ha perdido su oportunidad histórica, en este momento, como decía Anguita en el Ateneo?

—Sí, pero no lo digo desde donde lo dice Anguita. Fue un pésimo dirigente de IU, aunque un buen alcalde de Córdoba. Yo dije muchos años que seguía votando a IU, a pesar de él... uno mantiene las fidelidades por encima de quien las representa. Pero, a partir del 82 se fue desflecando el partido, hasta lo que es hoy.

—Podemos... ¿Es el quiero y no puedo de la izquierda, la espuma de los días?

—Es imposible que la izquierda se una. Se fracciona permanentemente, célula a célula, barrio a barrio. La división constante la he vivido hasta la socialdemocracia. El programa que Podemos ha verbalizado desde el principio tenía cosas imposibles. Cuando ha tratado de reconducirse, uno ve que hay cosas inviables.

—Alberto Garzón ¿le recuerda a «esos hombres íntegros» de sus años de militancia?

—Es fantástico, pero tiene una mochila demasiado pesada. Unos estupendos y otros que sólo pueden tirarle hacia abajo. No puede cargar con todo ello. Entiendo que no haya hecho caso a la oferta de Podemos. Yo tampoco lo hubiera hecho, me consideraría un traidor a mi gente.

—Y al PSOE ¿cómo le ve?

—Bueno, el PSOE se ha ido empequeñeciendo y me duele, porque tengo muchos amigos. Yo sólo los he votado una vez en mi vida y fue cuando ganó. Siempre voté a quienes perdían. Me da pena, porque hay un cierto desnortamiento, nunca ves las cosas claras con ellos, sobre todo en la cultura, la propiedad intelectual, la piratería...

—La cuestión de las descargas le tiene muy enfadado. ¿Se le puede poner puertas a internet?

—¿Cómo no se va a poder poner puertas? En EE.UU. se las ponen y no pasa nada. Aquí ha habido leyes laxas que podías cumplir o no. En Inglaterra, por ejemplo, las telefónicas o los portales pueden ser intervenidos por orden judicial. Pero esto no se lo ha tomado en serio nadie, ni la Comunidad Europea que ha mirado a otro sitio. El desastre es de una magnitud tremenda.

—Nos queda Albert Rivera, que quiere ser Adolfo Suárez, versión 2.0

—Tiene su oportunidad, no sé si dentro de cuatro años, pero ahora sí. Lo bueno de los partidos nuevos es que llegan limpios porque no han ejercido el poder y aprecio la voluntad de regeneración que tienen. Además, les viene bien al PP y al PSOE, y ojalá sigan estando de guardia. Pero Rivera se desnorta y dice que a los muertos de las carreteras hay que dejarlos donde están y luego le dicen que rectifique... Al menos tiene cintura para hacerlo. Hay otros a la derecha, que no rectifican nunca.

—Y Soraya Sáenz de Santamaría... Decía «The New York Times» que podía ser la próxima presidenta y se habla de «operación menina»...

—¡Por supuesto que puede ser presidenta! Es tan capaz como lo es su presidente, pero más lista y más joven ¿por qué no?

—Está resultando una campaña en la que los políticos les quitan trabajo a los «cómicos»: cantan, bailan, juegan al futbolín...

—Esta banalización de la política era esperable. Todo se trivializa.... ¡No olvides que firma libros Belén Esteban al lado de Juanjo Millás! Te pone la carne de gallina.

—¿Le molesta ser indisoluble de Ana Belén?

—No me molesta. Me gusta compartir la vida con Ana y que me consideren como una costilla extraída de ella. Es una lotería, también. Nos conocimos jóvenes -ella más que yo, desde luego- y las cosas han salido bien. Eso te produce una cierta euforia. Un día, paseando por el Parque de Berlín, cuando unas estudiantes con la carpeta en la mano me vieron, gritaron: «¡Mira, Ana Belén!», y me encanta. Nos duplican.... y yo no sé explicarme sin ella.

—¿Qué lee el Víctor Manuel cultivado, el que nos ha regalado un libro tan bien escrito?

—Avanzo y voy hacia atrás. Releo, vuelvo a atrás con frecuencia... A Maupassant, Madame Bobary, una y otra vez.

—¿Vendrán más libros tras este?

—En un principio, no. Sería demasiado fantasioso por mi parte, pensar que puedo hacer una novela.

—Dicen las madres, lo que dijo su suegra al conocerle: «Es un hombre bueno»... ¿Al final es lo único que le sirve?

—(Risas) Desde luego. Lo que más me emociona es que me vengan a ver mis nietos, que me den muchos besos y ser todo lo bueno que pueda, y hacer el bien. Con los míos y con el prójimo.

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