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«Manolete» en otras faenas

Adrien Brody y Penélope Cruz pusieron más oficio que pasión en este beso de una película fallida. Él había ganado un Oscar y ella estaba a punto de conseguirlo

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Adrien Brody es un feo con talentos que se empleó de pianista inolvidable, por obra de Polanski, y enseguida se metió a torero, porque fue Manolete, en la película firmada por Menno Meyjes, un tipo holandés que prometía. Ahí besa, por exigencias de guión, a Penélope Cruz, que es Lupe Sino, la amante remorena y fatal del matador.

Aquí tenemos una estampa de la pareja, donde los dos están un poco despeinados por la tempestad interior de la pasión creciente, y otro poco por la brisa casi inevitable de la playa de la Caleta, en Cádiz, que fue escenario de aquella historia. «Manolete», que así se llamaba la película aludida, tardó casi seis años en estrenarse, por avatares diversos, con lo que arrastró pronto fama de película maldita, y enseguida reunió fama incluso de película mala, por las muchas críticas devastadoras y el ánimo perfectamente desanimado a rachas de sus intérpretes, que parecen estar deseando en muchas escenas que al fin se acabe todo aquello.

No hicieron Penélope y Adrien la mejor de sus faenas, sinceramente, aunque se besen con entrega de profesionalidad, como vemos, y algo de empaque de chulería torera, por parte de él, que no se saca durante el trance la mano derecha del bolsillo. El productor, Andrés Vicente Gómez, resumió todos aquellos jaleos con autoironía liberatoria: «Estoy hasta el gorro de esta película. Pero me alegro de que se estrene. Al menos mi madre dejará de preguntarme que cuándo se estrena Manolete».

Se estrenó, sí, pero sin estreno. Quiero decir que no tuvimos el show al uso, con Adrien y Penélope de famosísimos de fiesta, para las fotos. La película fue regular, o mal, y el estreno mal, directamente, porque no lo hubo. Brody llegó a Manolete después de componer un pianista monumental e insuperable para Roman Polanski, y Penélope ya era Penélope Cruz, sólo que aún sin Oscar. Brody venía de bordar un personaje inolvidable, y cumplió de torero célebre, pero torero más bien olvidable, porque esa película no hay por dónde cogerla. Penélope cumplió como pudo de amante fatal, y puso para la cartelería promocional un ceñido vestido emocionante, color rojo capote.

A Penélope este papel no le vino ni bien ni mal, porque ella ya estaba en otros afanes internacionales, y Lupe Sino iba a quedar más bien entre las mujeres de su filmografía de bulto. Brody sí decayó un poco, o un mucho, por aquellas fechas. Enseguida le vimos mucho, o demasiado, en otro papel, el de novio de otra española, Elsa Pataky, con quien componía una pareja exótica, desigual, y de mucha pasarela. A Pataky incluso le compró un castillo, según arriesgaban en su día en la prensa del ramo. Con el esfuerzo, y el tiempo, que Pataky se tomó en fingir una carrera casi podía haber hecho una carrera de verdad. Por entonces, era una Penélope otra, una Penélope en rubia, con más anuncio que filmografía.

Brody no se hizo eterno, como Manolete, pero resultó torero de las faenas del amor con dos monadas principalísimas. Primero, con Penélope, en la mentira del cine. Luego, con Elsa, en las vanidades del colorín.

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