La madre de María Piedad: «Mi hija está viva. Mientras que no hallen el cuerpo, no asumiré otra cosa»

Consumida por el dolor, recibe a ABC en su casa de Boadilla, donde lleva cinco años esperando que regrese la joven: «Espero que la encuentren»

Madrid Actualizado: Guardar
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Su mirada solo se ilumina cuando está con sus dos nietos, hijos de María Piedad o María, como la llama cariñosamente. Tienen 5 y 14 años y son la razón de su vida. Esa y que aparezca su hija. Toñi Revuelta lleva cinco años con la incertidumbre de no saber qué ha sido de la niña de sus ojos, su pequeña, a la que se le perdió la pista tras subirse al coche de su expareja, Javier Sánchez-Toledo, la madrugada del 12 de diciembre, cuando él insistió en llevarla a casa tras asistir a la cena de empresa de Navidad en Boadilla, donde también residía.

—¿Cómo está pasando estos años de ausencia?

—El día a día es malo y en estas fiestas aún peor; falta mucha gente.

Hasta el nieto pequeño lo dice: papá y mamá. Solo sabe que Javi, su padre, murió y que su madre se fue.

—¿El tiempo mitiga el duro trance?

—Es más difícil. Esto no se supera nunca. Sigo en una nube; es como si María hubiera desaparecido ayer mismo.

—¿Qué cree que sucedió?

—No sé qué pudo ocurrir, pero tengo la esperanza de que la encuentren. Mi hija era muy feliz. Tenía locura con sus hijos, disfrutaba mucho con ellos, sobre todo con el pequeño. ¡Ay, mi niña!

—¿Cómo era la relación que mantenían ella y Javier tras separarse?

—Era buena, por el niño que compartían, el pequeño. El venía menos a casa, pero estaban en contacto siempre e incluso la semana que desapareció mi hija estuvieron organizando las vacaciones de verano.

—¿Qué supondría que apareciera?

—Todo. Para mí, mi hija está viva. Mientras que no hallen el cuerpo, no asumiré otra cosa. Pienso que le echaron algo en la bebida para drogarla, que Javier se la entregó a alguien y que no le permiten contactar con nosotros.

–¿No le parece raro que no haya pistas ni que ella no le haya telefoneado?

—¿Y si la tienen encerrada y amenazada en un prostíbulo? Yo tengo esa esperanza. No concibo que Javi la matara, no puede ser. Y, si se pelearon y ella hubiera resultado herida, él la habría llevado a un hospital.

—Los dos tenían mucho carácter...

—Sí. Y de ser atacada solo por una persona, mi hija se habría defendido con uñas y dientes; además, estuvo en el Ejército. Y él solo tenía un corte en la muñeca que se hizo después al cortarse con una radial en el supermercado.

—¿Él la llamó a usted?

—No, fui yo. Me contó que había tenido un accidente y que estaba en el hospital. Yo le pregunté por mi hija, pensando que iba en el coche con él. Me dijo que la había dejado en la puerta de casa la madrugada del domingo. A mediodía, mi hijo pequeño habló otra vez con él: «¿Dónde está mi hermana?», le preguntó. Javi respondió: «Tu hermana está bien. Si le pasa algo, yo me muero». Por la tarde, llamó a casa para preguntar por el niño.

—¿Cómo lo vive la familia?

—Muy mal. Mi hijo pequeño, el que estaba más unido a ella, no ha levantado cabeza. Está en tratamiento psicológico. Yo también lo necesitaría pero no puedo pagar 50 euros al mes. Fui a la Seguridad Social pero no me sirvió: me hinchaba a llorar. Ahora lo hago en casa, cuando no están los niños.

—¿Y el padre de María Piedad?

—Está en una residencia, ha caído en picado, igual que el padre de Javi, al que le han dado varios ictus. Todos estamos destrozados.

—¿Y a sus nietos cómo les afecta esta situación?

—El pequeño siempre pregunta: ¿Por qué todos los niños tienen papá y mamá? ¿Cuándo viene mamá? Hasta que no aparezca, no le diremos que ha muerto. Ahora me he dejado el pelo canoso, no me lo teñiré hasta que sepa algo de ella.

—¿Cómo era su hija?

—Buena madre, buena hija, buena hermana, muy familiar; todos lo estamos pasando mal, pero yo lo llevo peor... No soy nada, ni mi sombra. No tengo ganas de vivir. Al principio pensé en quitarme de en medio, no lo hice por mis hijos: mis nietos son la razón de mi existencia.

—¿Cómo era Javier?

—Muy celoso, posesivo, no le gustaba que se fuera de terrazas.

—¿Harán algún acto de recuerdo por el quinto aniversario?

—Lo paso muy mal. No quiero que hagan nada, ni mis hijos tampoco. Yo estoy perdiendo la cabeza. Estoy enfadada con Dios. ¿Por qué no le da una luz a la Guardia Civil para que les ayude a encontrarla? Ya son cinco años. Es mucho tiempo.

—¿Tiene alguna petición que hacer?

—Solo pido que la sigan buscando. Veo a mis nietos y pienso: ¡Ay, si los viera su madre!

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